El camino de la propaganda digital desde que Barack Obama la utilizó por primera vez en su campaña presidencial hace tres lustros ha sufrido una evolución exponencial tanto en lo referido al número de casos que ya la utilizan como a los mecanismos de su diseño. En la actualidad no hay proceso electoral que no la aplique profusamente. Ecuador, Argentina y Colombia, los tres países latinoamericanos que celebran comicios en las próximas semanas, están inmersos en procesos en los que ya quedan atrás los llamados al voto mediante carteles y boletines impresos, que sin dejar de existir se ven superados por reclamos a través de las redes sociales y otras formas de llegar por internet al potencial electorado.

Además, la incorporación de la inteligencia artificial como soporte efectivo a la estrategia publicitaria ha supuesto el incremento notable de la cantidad de desinformación, algo que siempre estuvo presente, pero cuyo alcance era mucho más limitado en comparación con el hiperrealismo actual de esta. Por otra parte, la capacidad de diseñar publicidad “a la carta” para cada individuo, segmentando al electorado por grupos de interés receptores de mensajes personalizados, logra una mayor eficacia, pues se estrecha la vinculación entre la oferta y la demanda en la que media el voto.

Sin embargo, en la política en la era digital la propaganda no es sólo una cuestión perpetrada en las citas electorales. Poco a poco se ha ido inmiscuyendo en el accionar cotidiano. La utilizan distintas instituciones públicas para comunicar a la ciudadanía sus avances en las medidas puestas en marcha y, como es bien sabido, la emplean los gabinetes de comunicación en nombre del titular para bombardear a la ciudadanía con breves mensajes que, además de informar de los pasos que está dando en conexión con su agenda diaria, sirven para polemizar con representantes de la oposición y otros gobernantes.

En la era digital la propaganda no es solo una cuestión perpetrada en las citas electorales. Poco a poco se ha ido inmiscuyendo en el accionar cotidiano.

En este arte, el presidente de El Salvador es el actor más destacado de la región, sin duda alguna. De origen profesional publicista, ya en su época de alcalde previa a la elección presidencial de 2019 destacó por su profuso uso de las redes sociales en campañas perfectamente elaboradas para vender ante la ciudadanía el producto que representaba. Tras su llegada al palacio presidencial se rodeó de un grupo de profesionales de la comunicación de origen venezolano que completó con un equipo de medio millar de activistas en nómina que laboran frenéticamente para construir la imagen pública de su persona y del proyecto que pretende entregar.

En su quehacer suben a las redes más de 100 videos diarios como promedio. Su contenido es muy diverso e ilustra con apasionada vehemencia lo que pretende transmitir. En su marco de actuación el producto estrella que alcanzó una insólita repercusión mundial fueron las fotos de los pandilleros semidesnudos, con la cabeza rapada y exhibiendo sus tatuajes, detenidos junto con otras personas y alineados en filas simétricas. Las escenas realizadas por el propio aparato de propaganda del Estado transmitían una insólita estética de la maldad que terminaba teniendo un resultado de morbosa belleza y, por consiguiente, despertaban un sentimiento de aquiescencia.

Esta peculiar banalización del mal, que se contextualizaba como una aparente solución al dramático problema de la violencia en el país, encontraba su correlato en clásicas actuaciones similares bajo el nazismo o el estalinismo. Sin embargo, lo novedoso se encontraba en la inmediata transmisión de una supuesta puesta en marcha de una simple acción en clave de “quien lo hace lo paga” que ocultaba muchos otros aspectos muy relevantes, que iban desde las negociaciones previas con los cabecillas, la ignorancia del debido proceso y del significado del Estado de derecho, así como el ocultamiento tanto de la extensión del problema como de las raíces de este.

Todo ello no hace que resulte extraño que se repita una y otra vez en diferentes medios que Nayib Bukele no sólo es el presidente actual de América Latina más conocido sino que también sea el más valorado. Quienes repiten una y otra vez esa insensatez no señalan el impacto que supone a la hora de construir su imagen el hecho de que medio centenar de los miembros de su equipo de comunicación-propaganda trabajan exclusivamente para difundir su imagen y las supuestas bondades de su gobierno en América Latina. No ponderan los efectos de una propaganda simplona, por cuanto que es reduccionista de asuntos extremadamente complejos; efectista, porque subraya la obtención de éxitos que no son tales, y, lo que a la postre quizá sea peor, la consolidación de una vía autoritaria de gobierno. Un modelo listo para ser exportado a otros países de la región tentados por la panacea efectista salvadoreña con resultados sin duda funestos.

Manuel Alcántara es profesor emérito de la Universidad de Salamanca y de la UPB (Medellín). Este artículo fue publicado originalmente en latinoamerica21.com.