Hace ya un par de años el ministro Jorge Larrañaga tácitamente admitió el fracaso de su teoría de “mano dura” al declarar que pediría ayuda a la DEA, la agencia antinarcóticos de Estados Unidos. Es muy difícil concebir un ministro pidiéndole a una agencia de inteligencia extranjera que se instale en un país, pero en su impotencia se le ocurrió esa idea. Ahora se anuncia desde la embajada que Uruguay va a ser “asistido” por Estados Unidos, que enviará la Brigada de Asistencia, sin especificar sus cometidos, que, como veremos, son muy variados.
Sin muchas explicaciones, en vez de la DEA se informa que llegaría al país la Brigada de Asistencia de Estados Unidos. La DEA es una agencia de inteligencia especializada en drogas, y es operativa. En películas y propaganda aparece como invencible, pero el hecho es que el narcotráfico ha expandido sus negocios en el mundo a un nivel nunca visto y los campeones no lo han detenido. Notoriamente es una política que ha fracasado, y tanto en México como en Colombia los resultados están a la vista. Es corriente y necesario que las agencias de inteligencia colaboren entre sí, es decir, intercambien información y eventualmente formación. Pero otra cosa muy distinta es pedir la residencia de la agencia en el país, por la razón de que una agencia de inteligencia hace precisamente eso, inteligencia. El intercambio supone una agencia, la del propio país, y la restante, en su país, no la invitación a residir.
Las Brigadas de Ayuda
Pero de buenas a primeras nos enteramos de que, luego de una reunión con la embajadora, la ayuda consiste en el arribo de una Brigada de Ayuda, que no es una agencia de inteligencia, sino una fuerza militar operativa dependiente del Comando Sur. Estas brigadas se formaron en 2017 como fuerzas de élite para asesorar en situaciones de conflicto, en Afganistán e Irak, luego de la situación creada por la invasión de Estados Unidos. Por las características de la situación creada, donde el ejército debía enfrentarse a situaciones de confrontación con civiles y fuerzas irregulares, se comenzó a desarrollar el concepto de “guerra híbrida”. Los militares se dieron cuenta de que no bastaba con derrotar militarmente al ejército oponente, sino que tenían que asegurar condiciones de gobernabilidad en estos países. Por ello combinaban elementos militares clásicos con contrainsurgencia y control de civiles, en un esfuerzo que se demostró inútil, al tener que retirarse las fuerzas americanas. Pero intentaron generar doctrina, basada en sus experiencias que luego intentaron practicar en otros países. Las brigadas deben considerarse, pues, como toda fuerza militar, un instrumento para llevar adelante la política de su país, en este caso el gobierno de Estados Unidos. Además, estas fuerzas ya operaron en Colombia, Honduras y Panamá, lo que aparece, según informa Búsqueda, en un documento del Ejército estadounidense fechado en agosto de 2023. También informa que pretenden expandirse por América Latina, imponiendo su presencia por Ecuador, Perú y Uruguay.
Los manuales las definen como “una unidad especializada del ejército de Estados Unidos formada para llevar a cabo misiones de seguridad; entrenar, asesorar y acompañar operaciones con aliados”. Se las define también como “complementarias de las fuerzas regulares”. Normalmente se componen de unos 800 hombres, pero exclusivamente por oficiales y suboficiales, tanto del Ejército como de la Guardia Nacional, siguiendo el modelo de una brigada de infantería. Estas brigadas están concebidas para ser flexibles y poder desplegarse en todo el mundo, liberando al Ejército de estas misiones para poder concentrarse en la misión principal: el combate. La pregunta no es entonces para qué las necesita nuestro país, sino para qué las necesita el Comando Sur y para qué las despliega por América Latina en este momento.
Los objetivos políticos de la ayuda militar
Según notas de prensa, la embajadora Heidi Fulton se reunió con el prosecretario de presidencia Rodrigo Ferrés, quien le habría planteado “el interés del país en aumentar la cooperación internacional para la lucha contra el narcotráfico”, una versión un poco más elaborada y neutra que el pedido de radicación de la DEA de Larrañaga, puesto que la colaboración ya existe y desde hace tiempo.
La embajadora, que arribó a Uruguay en febrero, conoce el tema: proviene de un cargo en el Departamento de Estado dedicado al combate a las drogas y el crimen organizado en el hemisferio occidental. Remarcando que existen varios programas de cooperación con Uruguay, señaló que buscará “capitalizar las herramientas” y que “el desafío con los narcotraficantes y con los elementos criminales es que tienen muchos recursos y son muy creativos”, pero “nosotros estamos muy enfocados en una cantidad de iniciativas para construir capacidades”.
Ahora, no sabemos por qué acrobacia mágica, pasamos del combate a las drogas al despliegue de brigadas operacionales, dependientes del Comando Sur, en seis países de América Latina.
No sabemos cómo se relaciona el accionar de las brigadas, que como vimos son una fuerza militar, con la lucha contra el narcotráfico. En todo caso, tanto en Uruguay como en Estados Unidos la lucha contra el tráfico de drogas es una tarea policial, no militar. Requiere también un control en otras áreas del Estado, como la inteligencia, el lavado de activos y otras dependencias, en una tarea en equipo y que exige una gran coordinación y voluntad política para que no pasen cosas como la entrega del pasaporte a Sebastián Marset, por ejemplo.
Es llamativo también que en los documentos oficiales del Ejército de Estados Unidos a los que nos referíamos no se menciona la lucha contra el narcotráfico, pero en cambio se señala que la presencia de las brigadas “ayuda a contrarrestar la influencia de otras naciones permitiendo establecer relaciones vitales para los intereses de los países”. Para que no queden dudas, se señala también que la expansión de las brigadas “incrementará la presencia de los asesores, continuará construyendo la capacidad de los socios y mantendrá a Estados Unidos como el socio de elección”, sosteniendo específicamente que “una mayor presencia de 'asesores' de esta fuerza ayudará a contrarrestar la influencia de otras naciones”.
La dependencia del Comando Sur nos recuerda las declaraciones de su comandante Laura Richardson, quien explicitó claramente los objetivos del comando para América Latina, señalando su preocupación por la presencia china y rusa, su interés por las materias primas de que dispone América Latina y la importancia de la región para Estados Unidos. Richardson, que es militar y no está habituada a las sutilezas, señaló que esta región debe continuar para Estados Unidos y, previendo una confrontación con China, solicitó información a Argentina sobre qué pensaría hacer en caso de un conflicto, sobre todo con el tráfico marítimo en el estrecho de Magallanes, con la base que tiene China en el sur argentino, y con el control de la hidrovía.
Y ahora, no sabemos por cuál acrobacia mágica pasamos del combate a las drogas al despliegue de brigadas operacionales, dependientes del Comando Sur, en seis países de América Latina, y, muy importante, no se especifica ni la duración de la ayuda, ni por cuánto tiempo pretenden establecerse en el país, ni las modalidades de la ayuda, ni cómo se van a utilizar. Pero por las declaraciones se deduce fácilmente que es toda una política de despliegue e incremento de la presencia militar estadounidense en el continente. Como si se prepararan para situaciones difíciles.
Jorge Jouroff es experto en seguridad y defensa.