El domingo 19 de noviembre, tras conocerse su triunfo electoral, Javier Milei se dirigió a la nación argentina con un discurso mucho más moderado de lo que los tenía acostumbrados. Es que la cosa había cambiado, Milei ya no era un candidato con ansias de destronar a “la casta política”, sino el representante de todo el pueblo argentino. A posteriori, Milei bajó del atril y saludó a una multitud de simpatizantes que lo aguardaban en la entrada del hotel Libertador. Ahí, a uno de sus lados, estaba su hermana, “el jefe”, Karina Milei –la primera en presentarlo como presidente–, y su pareja, la humorista Fátima Flórez –figura discordante en el meollo político–. Del otro, una mujer emocionada sosteniendo el pabellón nacional: Victoria Villarruel, quien esa noche se convirtió en la vicepresidenta electa de Argentina.
El 16 de mayo de 2023, en un video informal en su cuenta de TikTok, Milei anunció a la diputada Villarruel como su segunda, describiéndola como “una mujer brillante, una mujer con agallas, una mujer con coraje, una mujer que va a defender a los argentinos de bien”. Ella representa el ideal que Mario Russo, el estratega de campaña de La Libertad Avanza, quería para moderar a Milei, la “novia de Recoleta del sureño motoquero”. Es que Villarruel no es libertaria, sino una conservadora católica de estirpe militar, que dice haberse convertido en abogada para defender a víctimas carentes de defensa justa. Villarruel se aleja del “Viva la libertad, carajo” para prometer recuperar la esperanza y el orgullo de ser argentino. Así pasó del mote de “novia” al de “dama”, cuando realmente no es ni lo uno ni lo otro.
Durante la campaña electoral, el propio Milei apodó a su compañera de fórmula como “la dama de hierro”, una alocución reservada para Margaret Thatcher y que, en algún momento, se creía que podía calzarle a Patricia Bullrich. Cierto es que el reciclaje de sobrenombres no le hace ninguna justicia a la persona de Villarruel. Hasta casi parece una burla, sabiendo que su padre, el teniente de Infantería, Eduardo Villarruel, fue “un héroe de Malvinas”, según la propia Victoria, en una frase que repite constantemente, casi como una insignia que define su persona, la que completa con sus ganas de “cambiar la Argentina”, motivo que, en sus palabras, la llevó a implicarse en política.
Desde hace casi 20 años, la abogada enmarca su ejercicio en buscar lo que llama “la memoria completa”. Y en un país como Argentina, ejemplo y –lamentablemente– excepción en juzgar crímenes de lesa humanidad, el activismo de Villarruel parece distar mucho de lo que se entiende por derechos humanos. Sin titubear, reconoce encuentros con los represores Jorge Rafael Videla y Miguel Etchecolatz, según ella para un libro y para “conocer la historia”. Como buena abogada, tiene respuesta para todo, porque hasta sus silencios son una contestación perfecta cuando el archivo la sobrepasa. Creó su propio organismo, el Centro de Estudios Legales sobre el Terrorismo y sus Víctimas, con apoyo del lobby jurídico de Buenos Aires, y se convirtió en presidenta honoraria de la fundación Oíd Mortales. Es claro que Villarruel no es cara ni nombre nuevo en la política. Ha estado allí durante mucho tiempo, pero nadie de “la casta” la vio venir. Se enceguecieron ante una figura que, hasta hace un tiempo, se enfrascaba en discusiones en redes sociales por criticar todo aquello con lo que no concuerda: desde el liderazgo de Cristina Fernández de Kirchner y su statu quo imperante, hasta cosas triviales como la estatura de los hombres y algún que otro gusto culinario propio de la generación millennial, que no encajan con su pulcro e impenetrable perfil. ¿Qué peligro podía merecer esta mujer? Para quienes no la conocían, era casi que un chiste. Y el chiste se convirtió en jerarquía.
Villarruel se fue ganando fama de dura y negacionista. Aunque todo aquello que ella dice representar en sí dista de representarla a ella. Como recoge Juan Luis González en El Loco, parece ser que, en su familia, Villarruel no es ninguna heroína, sino más bien “la oveja negra, la revolucionaria”; mote que se le habría adjudicado por divorciarse de su marido. Pero en ese afán de mostrarse fría y severa, también renace su talón de Aquiles, su padre, motivo que la lleva a poner el grito en el cielo cuando algún político lo invoca. En ese sentido, Villarruel no dista demasiado de su predecesora en el cargo, Cristina Fernández, quien ha erigido sus más de diez años en el gobierno sobre el apellido de su difunto marido, el expresidente Néstor Kirchner. Así como Cristina defiende a ultranza la figura de Néstor, lo mismo hace Victoria con la de Eduardo. Por fuera de él, Villarruel no pareciera conectar en piel con nadie de su círculo, llegando a usar su cuenta de X para desmentir un artículo que decía que su asesor, Guillermo Montenegro, era también su pareja y que, en función de un nepotismo que ella combate, lo habría candidateado a diputado. “No tengo pareja, lamento que te mientan” y “Si inventan no es mi problema” contestaba a la “falsa” primicia.
Esa manera de desenvolverse ha estado presente en su discurso, los roces constantes con un feminismo del que reniega, su incomodidad frente a la pregunta de si acepta el matrimonio igualitario y su ferviente defensa de las dos vidas. En apariencia, Villarruel es un cocktail de un conservadurismo en decadencia, lo que lleva a preguntarse si el paralelismo con Thatcher proviene por su carácter duro o por lo obsoleto de sus ideas. En una entrevista con Luis Novaresio, dijo que la figura femenina que más respeto le infundía era la de la primera ministra italiana Giorgia Meloni, así como en sus redes sociales ha hecho guiños a la política de la croata Kolinda Grabar-Kitarović. Si bien técnicamente Villarruel nunca ha hecho referencia pública a Grabar-Kitarović, en 2018 le retrucó a la diputada radical Karina Banfi en un posteo en X en el que se refería a la croata como perteneciente a un partido ultraconservador y “con un discurso xenófobo y anti-inmigrante”.
Amiga de Javier Ortega Smith-Molina y Rocío Monasterio, Villarruel fue la puerta de entrada de Milei a las ideas de Vox. Son muy fáciles de ver las señales: aun en el desacierto, Victoria Villarruel no se preparó sólo para la vicepresidencia, sino para lo más alto de la cima. Y mientras su compañero es tan vehemente que peca de irrisorio, ella calcula cada uno de sus movimientos, permitiéndose desbordes simplemente para recordar que es humana.
Aun en el desacierto, Victoria Villarruel no se preparó solo para la vicepresidencia, sino para lo más alto de la cima.
Durante el último de los debates vicepresidenciales, Villarruel se presentó diciendo: “Soy argentina, abogada, soy hija de un militar veterano de la guerra de Malvinas y de una maestra. Tengo seis ahijados, y quiero que cada uno de ellos pueda hacer en Argentina su proyecto de vida”. Habían pasado las elecciones generales y era momento de mostrar la persona detrás del personaje político. Villarruel continuó apelando al enojo del ciudadano argentino, pero también al patriotismo. Mostrándose como quería, como una mujer independiente, comprometida con su trabajo y con adoración por aquellos a quienes les prometía un futuro mejor. Incluso su imagen es reflejo de la sobriedad que busca vender: camisas de seda, colores básicos, jeans simples y un pin o escarapela que porta cual insignia militar. Villarruel hace su propia versión del quiet luxury. Ha creado su propio personaje para sobrevivir una carrera que no le perdonó nada, pero donde ella jamás buscó redención alguna.
Volviendo al 19 de noviembre, Villarruel veía cómo pasaba el balotaje y le llegaba la responsabilidad. Así como Milei dejó de ser el panelista irreverente, Villarruel ya no es la abogada crítica de los Kirchner en X, mucho menos la joven que alguna vez se planteó la defensa de represores. Ahora ella es una autoridad de gobierno que debe actuar en consonancia con las necesidades de la ciudadanía, independientemente de si la haya votado o no. Y así siguió apretando el pabellón, como seguro apretó los dientes al reunirse con su opositora acérrima, Cristina Fernández de Kirchner, en una reunión que calificó como histórica. Villarruel va, con tranquilidad y armonía, hacia la muy necesitada “transición ordenada”.
A partir del 10 de diciembre, Victoria Villarruel pasará a ser la mujer más importante en un cargo de gobierno en la República Argentina. Una Argentina que busca reconstrucción, pero también resiliencia. Ahora más que nunca le toca probar que ella no representa ni la pureza de una novia ni la dureza de la dama, sino una política de pura cepa. La tarea no es fácil, menos aún convencer a quienes sólo tienen calificativos despreciables a su persona. El voto de confianza no es para fortalecerla a ella, sino al “argentino de bien” que La Libertad Avanza prometió enaltecer. Hoy su unión no es con una institución, tampoco con ella misma, sino con la nación argentina.
Valentina Starcovich es licenciada en Relaciones Internacionales por la Universidad de la República y posgraduada en Comercio Internacional por la Universidad de Montevideo.