Al boliche del barrio no le va muy bien. Aunque ha cambiado de nombre varias veces y renueva el personal detrás del mostrador, lo manejan los mismos dueños y siguen pasando la misma música. Algo similar está sucediendo en nuestro país con los think tanks, que se funden y se refundan con nuevos nombres, pero con las mismas ideas y protagonistas.

El auge de la ideología neoconservadora “anarco-capitalista” viene haciendo su calado lento y persistente en nuestra orilla del río, pero a nuestro estilo, con los buenos modales que caracterizan a la penillanura levemente ondulada. Esa nueva forma de hacer política también expone una “pose” por fuera del ámbito político, pero con el necesario respeto a las instituciones para imbuirse en ellas, sin identificaciones partidarias. La negación a posicionarse políticamente frente a la realidad produce un borramiento identitario con la potencialidad de reunir diversas voluntades del amplio espectro político, bajo un aséptico gesto de grandeza, en apariencia más demócrata que la propia democracia. De esta manera, se logran amplios consensos inter y extrapartidarios para impulsar su pretensión de hegemonizar una mirada única sobre la realidad educativa. Sus socios son empresarios, intelectuales, agentes culturales, políticos de diversos sectores y agencias periodísticas. Quienes quedan fuera de este conglomerado “democrático” de élite son la ciudadanía y las organizaciones sociales.

Estos misioneros del siglo XXI, con renovada biblia, defienden preceptos universalizantes para la “salvación” de nuestro país y del continente. Se trata de la teoría socio-crítica establecida por la Unesco, que cuando pasa por el tamiz multilateralista del Banco Mundial (BM), se sintetiza con la teoría del desarrollo de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), definiendo una pincelada pedagógica de mercado para América Latina y el Caribe.1

La influencia que ejercen estos _think tanks_ en la opinión pública es sistemática, el dragado de estas ideas es persistente, cuentan con un importante apoyo mediático para instalar su enfoque

En 2018 le tocó al think tank Eduy21 –disuelto el año pasado–, ideólogos de una transformación educativa que hoy se desmorona como un castillo de naipes, no sólo por falta de presupuesto y de legitimidad social, como ellos mismos expresaron, sino por el enfoque que troca conocimientos por habilidades blandas para un mercado laboral precario. Este modelo ha sido ampliamente rechazado por los colectivos docentes y, como prueban los últimos estudios del Instituto Nacional de Evaluación Educativa (Ineed), afecta negativamente en los aprendizajes.

La influencia que ejercen estos think tanks2 en la opinión pública es sistemática, el dragado de estas ideas es persistente, cuentan con un importante apoyo mediático para instalar su enfoque. Buscan moldear un “sentido común” inapelable a la hora de pensar las relaciones educativas, para augurar el futuro que nos depara su calendario. Es frecuente que sus principales socios de prensa realicen un tratamiento subrepticio de las noticias para no evidenciar el carácter conservador de su posicionamiento político. Noticias que infunden preocupación ante un futuro laboral incierto para abrevar competencias sin contenido y habilidades motivacionales. Conmovedoras y ejemplarizantes historias de vida de autosuperación personal, que sobreponen la “iniciativa” individual, la “creatividad” y el esfuerzo emprendedor a las carencias socioeconómicas.

Ahora le toca al think tank Ágora. El fracaso de la experiencia anterior seguramente represente un acumulado que sirva de lección para volver; con nuevo nombre, prestigiosas personalidades y renovados esfuerzos, para intentar la misma transformación educativa aunque con retoques discursivos de participación.

Llueve sobre mojado. La soberanía pedagógica sigue en disputa. La defensa del conocimiento y del reconocimiento al colectivo docente y estudiantil también continúa. Para construir un proyecto pedagógico autónomo y verdaderamente colectivo, habrá que pensar fuera del estanque.

Gonzalo Irigoyen es licenciado en Ciencias de la Comunicación, docente de audiovisual en DGETP-UTU, músico e integrante del equipo del consejero electo por los docentes, Julián Mazzoni, en el Codicen.


  1. Martínez-Usarralde, M.J. (2021), p. 109. Inclusión educativa comparada en Unesco y OCDE desde la cartografía social. Educación XX1, 24(1), 93-115, 

  2. Mato, Daniel. (2007). THINK TANKS, fundaciones y profesionales en la promoción de ideas (neo)liberales en América Latina. Buenos Aires: Clacso.