Desde épocas pretéritas, pensadores, filósofos, escritores, naturalistas, médicos, etc., han concebido a la naturaleza como un factor beneficioso para la salud física y mental. En la antigua Grecia se creó el Templo de Asclepio rodeado de un bosque de pinos, entre montañas y corrientes de agua. Allí se invocaba a los dioses y peregrinaban miles de personas en busca de la curación.

Los árabes construyeron los jardines en los patios de la Alhambra, entre fuentes de agua, plantas con aromas diversos y pinos. En el siglo XIX comenzaron a crearse jardines en hospitales, promoviendo el contacto de los pacientes con la naturaleza para su recuperación. La agricultura y la jardinería se indicaban como parte de los tratamientos en salud mental. Los baños en el mar fueron sugeridos por los médicos para tratar problemas de ansiedad e insomnio desde tiempos inmemorables.

Santiago Ramón y Cajal (Premio Nobel de Medicina, 1906) en Recuerdos de mi vida describe claramente el efecto restaurador y calmante de la naturaleza sobre el organismo: “Durante el otoño e invierno de 1899 mi salud dejaba harto que desear. Invadiome la neurastenia, acompañada de palpitaciones, arritmias cardíacas, insomnio, etc. con el consiguiente abatimiento de ánimo”. “Naturalmente, mis dolencias agriaron aún mi natural triste e hipocondriaco. Y por reacción fisiológica y moral acometiome violenta pasión por el campo. Todo mi afán cifrábase en disponer de quinta modesta y solitaria, rodeado de jardín”. “Allí lejos del tumulto cortesano, trabajaría a mi sabor durante los meses estivales, rodeado de árboles y flores y en medio de un vivero de animales de laboratorio. Ahí, en fin, sumergido en aquella calma sedante, aplacaríanse mis nervios y tejería en paz la tela de mis ideas”.

La conexión con la naturaleza ofrece oportunidades para la relajación y el descanso tras la fatiga. La presión arterial disminuye y también el nivel de cortisol en el torrente sanguíneo (Park et al, 2009).

La ciudad con sus múltiples estímulos nos estresa; el tráfico acelerado, la impaciencia de conductores, los ruidos estridentes y continuos, las obras y máquinas, los gritos. En ese contexto se torna imprescindible salir al encuentro de espacios naturales para restaurarnos y descansar; acercarse al banco de una plaza y contemplar el paisaje, buscar el canto de los pájaros en algún árbol, observar los detalles de las plantas, sentir el aroma de las flores que nos acerca la brisa o el viento. Así mismo, dejarnos acariciar por las ramas y hojas, apreciar el verde frondoso y tupido de los árboles, sentir el ruido del mar, observar las estrellas y las distintas fases de la luna. La jardinería nos invita a trabajar la tierra, a arrancar hierbas, abonar, regar, transplantar, a apreciar el cambio y los procesos de las estaciones. La huerta nos enseña a ser pacientes, a observar lentamente el crecimiento de las semillas que luego brotan y se convierten en planta y alimento.

La naturaleza brinda la oportunidad para aprender; los niños desarrollan la curiosidad, exploran su entorno y van formulando diversas preguntas. Investigan, encuentran estímulos que van captando su atención y conectan con la naturaleza a través de sus sentidos. A los juegos de interior con videojuegos cargados de imágenes aceleradas y sonidos fuertes se contraponen los juegos en la naturaleza con ritmo pausado entre ramas, hojas y el canto de los pájaros. Recolectar piedras cuidando el entorno, juntar tesoros naturales y agruparlos sin dañar la naturaleza, observar aves e insectos y dibujarlos, armar un cuaderno, un bolso con lupas y colores y jugar a ser exploradores son actividades que disfrutan los niños y niñas. Los adultos también se acercan a los encantos de la naturaleza y reciben lo que ella tiene para enseñar; algunos salen en grupo a aprender sobre yuyos y hierbas medicinales, otros aprenden sobre huerta y jardinería, sobre tintes naturales y frutos silvestres.

En un mundo cada vez más complejo, con acciones y valores sin sentido, la naturaleza y su sabiduría nos acercan a los aspectos esenciales de la vida.

La naturaleza es un lugar para el encuentro y la interacción con otras personas. Martha Farrell Erikson, psicóloga de la Universidad de Minnesota, destaca que pasear e interactuar en la naturaleza es beneficioso tanto para los niños como para sus padres, porque estrecha vínculos afectivos y reduce la tensión. Los parques y plazas entre árboles, con sus bancos y juegos, reúnen personas de diferentes edades que se encuentran y establecen vínculos.

Las preocupaciones y rumiaciones, las dudas y pesares abruman y sobrecargan, llevándonos hacia sitios y recovecos de nuestra mente que despiertan malestar. Salir a la naturaleza e ir a su encuentro, adentrarnos en los múltiples estímulos que brinda en forma generosa, nos despierta cierta calma y sosiego y puede ayudarnos a encontrar respuestas creativas y saludables en nuestra vida.

En un mundo cada vez más complejo, con acciones y valores sin sentido, la naturaleza y su sabiduría nos acerca a los aspectos esenciales de la vida.

Henry David Thoreau, en su libro Walden, relata la experiencia que vivió durante unos años en una cabaña en el medio del bosque, en comunión con la naturaleza. Acerca de la naturaleza y su trascendencia en la vida, escribe: “Fui a los bosques porque quería vivir deliberadamente, enfrentar solo los hechos de la vida y ver si podía aprender lo que ella tenía que enseñar. Quise vivir profundamente y desechar todo aquello que no fuera vida... para no darme cuenta, en el momento de morir, que no había vivido”.

Ximena Abdala es psicóloga.

Referencias

Centro Virtual Cervantes. Recuerdos de mi vida. Capítulo XVII. Cvc. Cervantes.es

Barton and Pretty. What is the best dose of nature and green excercise for improving mental health? PubMed. March, 2010.

Ulrich, Roger. View through a window may influence recovery from surgery. PubMed. May, 1984.

Bratman, Gregory, Hamilton, JP, Haniks y Daily. La experiencia de la naturaleza reduce la rumiación y la activación de la corteza prefrontal subgenual. PNAS, 112, 2015

Thoreau, Henry David. Walden, 2017.