Narciso era un joven extremadamente atractivo que era capaz, con su sola presencia, de enamorar a todas las mujeres que lo vieran. Esto causaba que fuera una persona muy vanidosa. Para castigarlo por su engreimiento, Némesis hizo que se enamorara de su propia imagen reflejada en un estanque. En una contemplación absorta, incapaz de separarse de su imagen, acabó cayendo y muriendo en las aguas.
Nos obligan a salir
Perplejidad, asombro, vergüenza, desaliento, incertidumbre y miedo. Algo de esto nos invade en esta extraña contemporaneidad frente a algunos fenómenos individuales y colectivos. Ocurren en el mundo, también en nuestro levemente ondulado país de la cola de paja.
Asistimos a un cúmulo de actitudes, acciones y sentimientos que revelan personalismos extremos, perfilismos de tipo narcisista que no son inocuos para la vida cotidiana. Se manifiesta en varias dimensiones de la vida: laboral, académica, periodística, artística, deportiva. Manuales psiquiátricos lo denominan trastornos graves de la personalidad. Abundan. Una característica llamativa: la persona no lo siente como malestar, son egosintónicos. Lo padecemos los que estamos a su alrededor. Es un rasgo epocal de la convivencia.
Podría ser una conducta entendible, hasta cierto punto. Por lo que predicó un filósofo y político negro, Jesús de Nazaret: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. La cuota de amor propio, a sí mismo, es clave para poder reconocer al otro.
Pero la religión neoliberal que se predica, la competencia (haciendo trampa y favoreciendo a los malla oro), no está al servicio del individuo. Es otra cosa. Es alta lucha contra el otro. Supervivir atacando y peleando. No hay empatía ni sensibilidad por el prójimo. Es contra todos los demás. Trasfondo de una violencia estructural que la caridad y beneficencia no alcanzan a reparar.
La idea de comunidad como continente y constitutiva de nuestra psiquis y ser social ha desaparecido. El mercado lo valora poco y maniobra a su interés. En la bolsa cotiza muy bajo. Hay otros procesos que también existen en la lucha por derechos conculcados, procesos democratizadores, luchas colectivas, compañerismo, solidaridad, alegrías de la lucha compartida. Nada está perdido.
La Gran Muñeca
Percibimos atónitos luchas por cargos reales, virtuales o potenciales, reparto clientelar en dosis masivas, candidatos desde partidos políticos a clubes de barrio, comités, clubes deportivos (ni que hablar de la Asociación Uruguaya de Fútbol, todas sus riñas y la loca carrera por el negocio). Se da en los ambientes artísticos y culturales, también en la academia asistimos a una lucha sin cuartel. Desde los ascensos en ambientes laborales, tanto a nivel gerencial como de mandos medios, a la lucha competitiva de pequeños chiringuitos o de la cuadra para cuidar autos. Para quien pasa hambre y necesidades, la sobrevivencia es casi inevitable. Pero hay códigos que han cambiado también a este nivel.
Estos fenómenos atraviesan toda la sociedad. En la esfera política se exponen con explosión y hacen daños tremendos. Alejan a la ciudadanía como protagonista de su propio destino, generan desconfianza y dejan abierta la puerta para líderes autoritarios, mesiánicos.
Este ultrapersonalismo parecería indicar el fortalecimiento del individuo. Se trata de todo lo contrario: somos portadores de un Yo muy devaluado. Realizamos todo tipo de maniobras para insuflarlo. Entre ellas, esta competencia de narcisismos que nos brinden una miseria de reconocimiento. Reconocimiento y afectividad que son parte de una dimensión que no está presente a la hora de construir ciudadanía.
No es casual que la depresión esté en el quinto puesto de mortimorbilidad según la Organización Mundial de la Salud (OMS), y se prevé que en 30 años sea el primero.
Un Título Viejo
Es tal la energía depositada en insuflar nuestro Yo y superar esta crisis de la subjetividad, que termina ocurriendo lo mismo que en el mito de Narciso. Nos ahogamos.
Una muestra: los casos inauditos, cuasi infantiles, de exponer títulos universitarios que no existen. En el caso del exministro de Ambiente Adrián Peña, durante un tiempo firmó como tal. Ahora se entrevera la baraja porque realmente cursó el curso de seis días que no figuraba. Durante un tiempo mintió.
Las superhoras extras del clan del intendente de Artigas, Pablo Caram, no son narcisismo. Eso es lisa y llanamente corrupción. Como lo del intendente de Colonia, Carlos Moreira, con el canje de favores sexuales por cargos. Se fue de su partido, volvió y ya ni se habla.
La lucha cultural e ideológica comienza recurriendo no sólo al poder como un lugar o plataforma para posicionarse en nombre del sacrosanto partido o frente, sino para desplegar ideas y la fuerza en la comunidad.
Un gajo de mi flor: la imposibilidad de ponerse de acuerdo para presidir el Congreso de Intendentes. Una muestra de narcisismo absurdo, contraproducente. Otra: la visita insigne de Lula debería haber sido prenda de unidad y generosidad. Nunca un motivo para disputas menores. La crítica pública a su homenaje no es de recibo y muestra esa faceta.
La izquierda no está libre. Resurgen personalismos y narcisismos de las pequeñas diferencias en una pasarela de candidatos que no están referidos a ideas o sensibilidades, sino al supuesto carisma personal.
Asaltantes con Patente
Nada es comparable con la mentira permanente que ha instalado la derecha y ultraderecha.
Sin ningún tipo de códigos, usan el poder para hacer negocios. El herrerismo reconvertido en astesianismo, con prácticas mafiosas. Ahora es innegable: había un mafia criminal en el cuarto piso de la Torre Ejecutiva que actuaba siguiendo órdenes. Un todoterreno que hacía favores, espionaje y changas en las tinieblas. No pueden asumir responsabilidades éticas y políticas. No las sienten como tales. El herrerismo tiene una subjetividad, una forma de ver y de estar en el mundo: están sus amigos malla oro, todos los peoncitos del pelotón y una barra de sinvergüenzas que pocas veces llegan al poder y están dispuestos a todo. Se naturaliza todo tipo de negocios: es un vacío ético. Caminamos por el abismo de una crisis institucional. Al borde del juicio político. O al menos de una comisión parlamentaria de investigación.
El negacionismo seguido por ataques agresivos de perros cimarrones tipo Graciela Bianchi o Sebastián da Silva es una conducta abominabl. Forma parte de un esquema de gobierno. Astesiano no fue ni error ni exceso. Era el brazo sucio ejecutivo de este gobierno. Ahora, el toque de gracia. Una fiscal narcisista y ambiciosa que actúa como operadora política del herrerismo: no hay un solo indagado del equipo del gobierno, y hay tres de la oposición. Escandaloso.
Cayó la Cabra
La urgente necesidad de insuflar el Yo parece estar al servicio del consumismo extremo e incesante. Hay un vacío existencial unido a un vacío ético. Se intenta llenar con consumo y también con 1.000 piruetas de la carrera del éxito sea cual sea el recurso a usar, acciones o ganancias legales o ilegales. Pero el mercado responde a la pig law, la ley del cerdo: no se sacia nunca. Es urgente, necesario y ético la regulación de los mercados. No sólo en el caso de las drogas. El mercado debe ser regulado por un estado democrático y con participación social para lograr equilibrios de desarrollo humano, justo y autosustentable.
Queso Magro
En la rica historia política y sindical de las corrientes populares, el personalismo, el autoritarismo, la lucha sectaria por el poder han sido una gangrena que ha abortado muchos procesos y ha llevado a la muerte a varias revoluciones. También hay una rica experiencia que vive y lucha desde la base, los territorios y la democracia radical desde abajo.
La lucha cultural e ideológica comienza recurriendo no sólo al poder como un lugar o plataforma para posicionarse en nombre del sacrosanto partido o frente, sino para desplegar ideas y la fuerza en la comunidad. Trasladar decisiones y acciones, poder, a esa fuerza. No sólo es una línea política estratégica, sino una cultura diferente, autogestionaria, que libera energías y de alguna manera es un antídoto (no solución mágica) para potenciar el protagonismo colectivo y no personal.
Deconstruir, como desafío, la libertad individualista y liberarse de la tiranía de Narciso. La subjetividad humana es un modo de producción por la que vemos y sentimos el mundo. La dimensión afectiva ha sido capturada por el mercado y subestimada por quienes luchamos por un mundo mejor. Hay que recuperarla.
Resolver el enigma de hombres y mujeres que “luchan por su esclavitud como si lo hicieran por su emancipación” (Spinoza) es una revolución de la ética inmanente, superadora de una ética trascendente en la que se justifican muchas barbaridades por el bien último a conquistar, llámese Cristo, Progreso, Libertad, Democracia o Socialismo.
La amenaza: mucha gente buscará afectividad, calmar el dolor e insuflar el Yo en un gurú, en un líder autoritario o en la horda demoledora. Producir subjetividad para remontar esta devaluación del Yo, que es la pobreza del Nosotros, constituye el desafío político, cultural y afectivo de la hora.
Un viejo amigo, uno de los que más saben de literatura en los alrededores, siempre me recuerda un poema de John Donne escrito en 1600: “Ningún hombre es una isla entera en sí mismo. / Todo hombre es un trozo de un continente, una parte del todo. / Si un terrón fuera lavado por el mar, / un continente se menguaría, / así también como si la casa de tu amigo o la tuya fueran arrasadas. / La muerte de cualquier hombre me disminuye porque yo estoy involucrado en la humanidad. / Por lo tanto nunca envíes a preguntar por quién doblan las campanas... / Están doblando por ti”.
Milton Romani Gerner es licenciado en Psicología. Fue embajador ante la Organización de los Estados Americanos y secretario general de la Junta Nacional de Drogas.