El 7 de febrero se hizo pública la noticia de la desaparición de Alejandro Torres, de 46 años, oriundo de la ciudad de San Carlos. La última vez que nos habíamos encontrado fue el 4 de febrero, para compartir el cumpleaños de 15 de la hija de una hermana del corazón de ambos.
La única información a la que accedimos fue que se había encontrado su auto incendiado en Montevideo el 7 de febrero y que la familia ese mismo día había realizado la denuncia de su desaparición.
Los rumores fueron varios; las certezas, pocas.
Nos conocíamos hacía unos 20 años aproximadamente, cuando hice mi transición en el género hacia una identidad de género travesti-trans (términos que en aquellos años no se utilizaban). Ale ya caminaba hacía rato en el mundillo de la comunidad LGBTIQ+ de nuestra ciudad y se lo veía cada tanto en la vuelta con alguna que otra amiga trans de las pioneras en la ciudad carolina de finales de los 90. No está de más aclarar que en aquellos años era de valientes salir al espacio público siendo marica o travesti-trans, porque eras blanco fácil de burlas, ataques y violencias en cualquiera de sus formas. Con una de sus amigas estuvimos detenidas en 2003 en la Jefatura de Policía de Maldonado, fuimos interceptadas por policías de Investigaciones que, vestidos de particular, pararon su camioneta blanca frente a la parada de ómnibus locales y nos llevaron con la excusa de que una vecina había denunciado que estábamos changando –término que atañe al ejercicio del trabajo sexual– en esa parada de ómnibus porque hacía más de una hora que estábamos paradas allí. Simplemente esperábamos ómnibus para regresar a nuestra ciudad, pero como éramos travestis-trans estábamos expuestas a esas situaciones y a otras peores también.
Alejandro era una persona solidaria, responsable, recta, sensible y de un humor irónico propio de las maricas. Durante la pandemia recolectó juguetes y ropa para niñeces vulneradas del barrio La Candelaria del departamento de Maldonado, también colaboró con alimentos para el armado de canastas para personas en situación crítica, así como dispuso de su tiempo y energía para colaborar con ollas populares del departamento.
¿Cómo llega a ser desaparecido o matable un cuerpo marica? A través de la falta de educación en la diversidad humana y las posibilidades del ser en cuanto a nuestras identidades –quiénes deseamos ser– y nuestras afectividades –con quiénes deseamos estar–.
Cuando se legitima un solo modelo posible de masculinidad, además de una única forma posible de afectividad, la heterosexual, colocamos todo el resto como subalterno, lo no normal, lo no deseable.
Estas prácticas sociales deshumanizan, le quitan calidad de persona humana a una persona y hacen de esta algo matable.
Los discursos acusantes, deslegitimadores, deshumanizantes, son discursos de odio y tienen consecuencias simbólicas y materiales que ante mentes flojas e ignorantes recaen con violencias sobre nuestros cuerpos.
Mientras tanto, algunos personajes políticos, legisladores de la coalición actual de gobierno y exlegisladores del Partido Nacional vinculados a sectores evangelistas, enuncian con total impunidad discursos sobre la supuesta “ideología de género”, acusando falsamente a las feministas y a la comunidad LGBTIQ+ de propagarla como si fuera una pandemia. Sin embargo, las y los muertas/os los seguimos poniendo de este lado.
Los discursos acusantes, deslegitimadores, deshumanizantes, son discursos de odio y tienen consecuencias simbólicas y materiales que ante mentes flojas e ignorantes recaen con violencias sobre nuestros cuerpos y algunas veces nos cuestan la vida.
La indiferencia de posicionamiento político, humano, nos hace daño como sociedad, como cultura, pero sobre todo como humanidad.
A Alejandro, además de robarlo, lo mataron también por marica, porque los asesinatos a nuestra comunidad son expresivos de las violencias y discriminaciones que aún reproducimos como sociedad y cultura patriarcal, racista, homolesbotransfóbica.
Hace rato que el movimiento social LGBTIQ+ y las luchas aliadas deberíamos estar en las calles pidiendo “justicia por Alejandro”, así como salimos por nuestras compañeras asesinadas, y no permitir creernos que tenemos todos los derechos adquiridos y ocupar sólo las calles para “celebrar” en setiembre.
Si olvidamos que la acción política es nuestra base de lucha, entonces no hemos entendido nada y difícilmente podamos transformar nuestra cultura en una menos violenta y odiante.
Algunas personas, ante la incertidumbre, preguntaron: ¿andaba en algo raro? ¿Hace falta andar en algo raro en nuestra sociedad actual para que te desaparezcan y te maten?
Las preguntas correctas para humanizar a la víctima deberían ser: ¿qué pasó?; ¿en qué podemos colaborar?; ¿qué se sabe de la investigación?; ¿hay que salir a las calles?
El 20 de febrero se llevó a cabo el sepelio, en la ciudad de San Carlos, de los restos mortales de Alejandro, al que asistí como rito necesario para transitar el duelo y el dolor. Como en vida profesaba la fe de umbanda, que Olorum –orixá supremo– lo haya recibido en un abrazo.
Nuestra tarea será hacer seguimiento de la investigación en curso por parte del Poder Judicial y salir a las calles a pedir justicia.
Hay silencios que gritan, cuerpos que hablan y experiencias vividas que luchan por respuestas.
Josefina González es licenciada en Ciencias de la Comunicación y activista transfeminista.