Preguntar el número de cédula de identidad en el censo se convirtió en un tema de conversación, inquietudes y subestimaciones. Aprovechemos la ocasión para analizar cómo vemos la privacidad los uruguayos y para tratar de entender el porqué de esta polémica.

Que no resulta relevante. Que se están inventando cucos. Que ya saben todo de nosotros. Que la cédula la tienen todos los organismos del Estado. Que se está cuestionando a una de las instituciones más prestigiosas del país. Que es obligatorio. Que no es obligatorio. Las afirmaciones, a favor y en contra, de la inclusión del número de cédula de identidad sobrevolaron las últimas dos semanas antes del lanzamiento y los primeros días de la etapa digital del censo nacional.

Utilizar el censo como excusa para hablar de privacidad no es casual. En 1982, la República Federal de Alemania aprobó una ley para realizar un censo de su población con un total de 160 preguntas. Sin embargo, el ambiente de escepticismo en contra del gobierno, en una sociedad dividida por el muro de Berlín, generó cuestionamientos sobre la posibilidad de vigilancia y la intromisión estatal en la vida privada.

Tras una acción de amparo, el Tribunal Constitucional Federal anuló parcialmente la Ley de Censo por inconstitucional. La sentencia introdujo por primera vez el derecho a la “autodeterminación informativa”, es decir, el poder decidir qué pasa con la información de cada uno. El tribunal señaló además la necesidad de sopesar el interés de las personas en permanecer en el anonimato con el interés de la colectividad en obtener información, tomando especialmente en cuenta que los censos de población constituyen un presupuesto para la regularidad de la actuación estatal. Sin embargo, la Ley de Censo iba más allá de lo necesario para la actuación de las autoridades puesto que difuminaba los límites entre la recopilación de datos con fines estadísticos anónimos y el procesamiento de los datos recogidos.

La decisión sentó las bases sobre las que luego la Unión Europea construyó su liderazgo en la protección de datos personales y que se mantiene hasta hoy. Uruguay se apegó a este modelo, y en los últimos 15 años ha seguido de cerca todo lo que hace Europa por mantener un límite en lo que empresas y gobierno hacen con nuestros datos. Sin embargo, hablar de autodeterminación informativa o protección de datos personales no es lo mismo que decir privacidad.

¿De qué hablamos cuando hablamos de privacidad?

Definir qué es la privacidad resulta complicado. Es el miedo a la vigilancia del gobierno, pero también es lo que hacemos en nuestro dormitorio, los secretos que contamos a nuestros amigos, las confesiones a nuestro abogado, nuestro PIN del banco, ocultar el “en línea” en Whatsapp, nuestra historia clínica, o la lista de libros que leemos en el año.

Seguramente muchos encontrarán que ninguno de estos ejemplos significan para ellos “la privacidad”, pero sí podrán enumerar otros. Es cuestión de buscar dónde está ese límite tan personal que podemos relacionar con la libertad o la dignidad de cada uno. Para algunos parece que ese límite estará en decidir darle su número de cédula a una institución de estadística por más que se trate de uno de los organismos más confiables del Estado.

Es que ese es el problema con la privacidad: se trata de un concepto esquivo, que va mutando y que depende de variables culturales, económicas y sociales. Es difícil encontrar un conjunto de características comunes a tantos ejemplos y circunstancias. Además, los daños que puede provocar traspasar esos límites no son siempre los mismos, varían en cuanto a su gravedad o derechos afectados. No va a ser lo mismo que mi abogado viole su secreto profesional a que Instagram sea hackeado y filtren mi contraseña en el mercado negro de datos. Aun así, cada uno de ellos puede provocar un daño en mi libertad de acción, honor o economía.

El procesamiento de información, su almacenamiento, uso o análisis, conforman un laberinto sobre el que no tenemos poder de decisión y que se nos presenta inentendible e imprevisible.

Hace unos años, junto con un grupo de colegas decidimos estudiar cómo nos comportamos los uruguayos y las uruguayas con respecto a este concepto tan vago y cambiante.1 Mediante un pequeño cuestionario en Facebook buscamos recabar opiniones sobre lo que declaramos y lo que en la práctica hacemos para cuidar nuestra privacidad. Los resultados indican que existe un alto grado de preocupación sobre la protección de la privacidad: más de 80% de las personas encuestadas consideró importante o muy importante que nadie lo vigile sin su consentimiento y tener el control sobre quién puede obtener información sobre ellas.

Sin embargo, esta preocupación no siempre se traduce en acciones concretas para protegerse. De hecho, el caso uruguayo se ajusta a lo que se conoce como “paradoja de la privacidad”: mientras que los usuarios suelen tener cierto grado de preocupación teórica y actitud proactiva sobre la protección de su privacidad, ello rara vez lleva a la toma de medidas en ese sentido. Declaramos que nos interesa, pero luego no hacemos nada para protegernos.

Ello haría pensar que la preocupación por la inclusión de la cédula en el censo no se traducirá en una negación a brindar el número a través del censo digital o presencial. Será interesante relevar esos datos una vez que el censo finalice y verificar si se mantiene la paradoja también en este caso, considerando los incentivos por completar el censo en línea, en el que la cédula sí es un dato obligatorio.

Se trata de un juicio, no de un Gran Hermano

Es cierto que muchas personas no harán nada para proteger su número de cédula, ya sea por desconocimiento, falta de interés en el tema o una aceptación consciente de los riesgos. Sin embargo, esto no significa que debamos subestimar la importancia de la privacidad y la protección de datos personales.

La metáfora del Gran Hermano, aunque popular, no es la mejor manera de hablar sobre estos temas, ya que nos lleva a pensar en una vigilancia constante y opresiva que no necesariamente refleja la complejidad de las prácticas de recopilación y uso de datos en la era digital. El profesor Daniel Solove, uno de los mayores expertos en el tema del mundo, señala que nos hemos acostumbrado a pensar los problemas de privacidad desde la óptica de la novela 1984, de George Orwell, lo que no permite capturar otros problemas. El Gran Hermano de Orwell se centra en los daños que provoca la intrusión del gobierno en las actividades de las personas, pero deja fuera otros problemas, especialmente aquellos que tienen que ver con el almacenamiento constante de información.

Sin embargo, Solove dice que el problema se asemeja más a la trama de El juicio, de Franz Kafka. En la novela del austríaco, el protagonista, Joseph K, es acusado sin motivo aparente y sin tener conocimiento de qué se le acusa. A medida que avanza la historia, nos encontramos con un laberinto burocrático y legal del que no se puede escapar, y sobre el que no se obtienen respuestas. En el mundo de Joseph K existe una burocracia inescrutable que toma decisiones constantemente sobre su persona sin brindarle ningún tipo de posibilidad para entender su alcance y mucho menos para participar en ellas. De esta forma, y sin desarrollar un gobierno autoritario, Kafka nos muestra un tipo diferente de control y las diferencias de poder entre los individuos y las instituciones.

En este sentido, la metáfora de Kafka captura de mejor manera los problemas que enfrentamos hoy en la sociedad digital. El procesamiento de información, su almacenamiento, uso o análisis, conforman un laberinto sobre el que no tenemos poder de decisión y que se nos presenta inentendible e imprevisible en cuanto a las decisiones que tome sobre nosotros. Esas capacidades de procesamiento son las que afectan las relaciones de poder en la sociedad. Como dice Solove, las diferencias de poder del Estado moderno “no sólo frustran al individuo al crear una sensación de desamparo e impotencia, sino que también afectan la estructura social al alterar el tipo de relaciones que las personas tienen con las instituciones que toman decisiones importantes sobre sus vidas”.2

Cambiar la metáfora del Gran Hermano por la del juicio de Kafka puede ayudar a entender mejor la discusión que hoy tenemos. Los problemas de privacidad de hoy son complejos y multifacéticos. No se limitan a la vigilancia orwelliana, sino que suponen riesgos, decisiones y consecuencias que pueden afectar significativamente nuestra vida personal y pública.

Es sano que como sociedad discutamos estas cuestiones. La privacidad, aunque muchos reclamen su cabeza desde hace décadas, sigue siendo uno de los pilares para la construcción de una sociedad democrática. Sus avances o retrocesos, con algunas excepciones históricas, no suelen realizarse bruscamente, sino que responden al conjunto de pequeñas acciones y concesiones que las personas hacemos para mantener nuestros límites.

Matías Jackson es abogado y magíster en Propiedad Intelectual. Además, es profesor adjunto de Derecho Informático en la Universidad de la República.


  1. Etcheverry, L, Jackson, M, Scrollini, F, y Tuduri, AK (2023). Percepciones sobre privacidad y uso de herramientas para su protección en Uruguay. Revista de Estudos Empíricos em Direito, 10, 1-31. Disponible en: https://doi.org/10.19092/reed.v10.686 

  2. Solove, Daniel J, ‘I’ve Got Nothing to Hide’ and Other Misunderstandings of Privacy. San Diego Law Review, Vol. 44, p. 745, 2007, GWU Law School Public Law Research Paper N.o 289, Disponible en: https://ssrn.com/abstract=998565