Vivimos tiempos intensos en que día a día nos distraemos con un nuevo escándalo que nos sacude, indignados. Son signos de un estado de cosas político que declina. Desde las honduras del pueblo progresista se asordinan apenas las voces que claman por que la fuerza política reaccione con firmeza y contundencia. Pero lo cierto es que la dirigencia guarda una tensa y prudente calma: de momento son los adversarios políticos los que se autopropinan los golpes más demoledores.

Debe de ser por eso que la atención de la ciudadanía debe desplazarse ligeramente del estrépito de los titulares más aparentes para reparar en qué están haciendo –y no, por cierto, a puertas cerradas, sino de forma pública y apacible– ciertos sectores de la izquierda política. Es así que podemos detenernos, apenas a título de ejemplo, en un interesante movimiento de confluencia política y programática que han emprendido el Partido Socialista, el Partido por la Victoria del Pueblo, el sector Casagrande y Movimiento Cambio Frenteamplista. Este agrupamiento se ampara con el título de Izquierda y Libertad y ha tenido el detalle de elaborar un documento fundacional.1

Es que este es un tiempo que demanda propuestas de cambio social y político. Y lo mejor es que tales propuestas se conozcan, se difundan y se discutan. De este modo, situados en el umbral del espacio público y con el corazón a la izquierda, como todo el mundo (tal como afirmara en su día Jean-Paul Sartre), pasemos a discutir de modo fraterno las propuestas que tocan los temas de vivienda, hábitat y ciudad.

Priorizar el derecho a la vivienda y el hábitat en el presupuesto nacional

En principio, este propósito resulta de una decidida oposición a la rotunda postergación que ha tenido la política de vivienda y hábitat en el presente período de gobierno. Sin embargo, cabe precaverse acerca de la penosa situación en torno a la infantilización de la pobreza, que comprende las formas más agudas de inseguridad alimentaria, déficit en la atención de salud y educación, así como demandas insatisfechas, cómo no, en lo que hace a los servicios urbanos, a la vivienda adecuada, digna y decorosa, así como al hábitat inclusivo y a la ciudad socialmente justa. Sucede que los montos implicados por la atención a la emergencia social de la pobreza y la indigencia demandan una decidida priorización de los derechos de la infancia y los derechos sociales vulnerados de las madres en situación de pobreza, así como la promoción de la inclusión social de sectores agudamente segregados y postergados de nuestra sociedad. A nadie se le escapa que las políticas de vivienda y hábitat en serio son gravosas y, en todo caso, son políticas de carácter estructural y estratégico para la vida social.

Lo que sí es cierto es que nuestra sociedad y su economía no destinan suficientes recursos para políticas de vivienda, hábitat y desarrollo urbano sustentable. Y esto es lo que hay que decir con todas las letras. En este sentido, la propuesta de la Federación Uruguaya de Cooperativas de Vivienda por Ayuda Mutua (Fucvam) de reivindicar la reconformación del Fondo Nacional de Vivienda con un porcentaje adicional al impuesto al patrimonio se vuelve ineludible, aunque, por cierto, no basta. En realidad, es imperioso promover modos sociales de ahorro e inversión en la producción especialmente promovida de verdadera vivienda de interés social. Al respecto, me permito remitirme a un anterior artículo al respecto publicado en la diaria.2

De este modo, cabría matizar esta primera propuesta. No se trata apenas de disputar una porción del presupuesto corriente del Estado, sino de interpelar a la sociedad toda sobre la necesidad de incrementar de modo franco y sustentable los recursos necesarios para el desarrollo de políticas serias de vivienda, hábitat y desarrollo urbano. Ya conocemos los impactos reales, así como los alcances efectivos de una política incremental de inversión pública: se trata ahora de afrontar las insuficiencias que hemos constatado, de rectificar rumbos (por ejemplo, para discutir a fondo los resultados de las políticas de renuncias fiscales para la promoción privada de inversiones inmobiliarias) y de elevar las miras de los objetivos: hábitat inclusivo e inclusor, ciudades socialmente justas.

Políticas que aborden una imprescindible reforma urbana

Si en el vocabulario de las izquierdas hay un término sospechoso y conflictivo, es el de reforma. Toda vez que se conciba, siguiendo el magisterio de Henri Lefebvre, la realidad urbana como proyección de la sociedad sobre el territorio (Lefebvre, 1968/2020), lo que hay que entender es que las miserias de la realidad urbana son las sombras ominosas de lo social allí donde este tiene efectivo lugar. Así las cosas, a la ciudad le corresponde un cambio equiparable, punto por punto, con el cambio social sustantivo y necesariamente precedente. Abordar un proceso de “reforma” urbana en forma independiente del cambio material de la sociedad equivale a pensar en arreglarse el semblante propio operando sobre la imagen del espejo que lo refleja (Musset, 2015).

En realidad, es sensato concebir aunados de modo orgánico un proceso firme, sostenido y sustancial de cambio social con respecto a un cambio en el modo social de producción de la realidad urbana. A estos efectos es necesario abrir paso a modos alternativos de producción de lo urbano, lo que no implica, por cierto, inventar la pólvora, sino, en todo caso, saber escuchar las experiencias sociales de producción social del hábitat, entendidas como alternativas que no sólo deben ser apoyadas en sus actuales formas históricamente consolidadas, sino que deben ser promovidas y potenciadas. Quizá no hemos escuchado todo lo que los actores sociales organizados tienen para decir de sus experiencias de lucha por el suelo, por la financiación de sus emprendimientos, por la realización de sus proyectos y obras y, sobre todo, por sus experiencias en la fase de habitación y reproducción crítica de algunos modelos urbanos. Hay que aprender a vislumbrar los incipientes brotes de nueva ciudad en ciertos enclaves populares y hay que saber leer en las manos de quienes conservan en ellas las huellas del trabajo de edificarlos. Hay, por cierto, mucho que rescatar de la memoria de los cooperativistas de vivienda al respecto (Machado, 2019).

Atender a la urgencia habitacional

En el necesario trabajo de elaboración programática política debe guardarse un escrupuloso rigor conceptual en la formulación de las ideas. Si mencionamos –sin definirla– la presunta urgencia habitacional podemos incurrir, involuntariamente, en pasarnos a nosotros mismos gato por liebre. En realidad, debe afrontarse la cruda y cruel realidad social de la postergación social extrema infligida sobre muchos de nuestros compatriotas. Las diversas formas de vulneración de derechos sociales de muchos colectivos tienen en común no tanto las penurias locativas –las que resultan apenas tristes corolarios de una general e hiriente exclusión–, sino la urgencia social por una adecuada, digna y decorosa inclusión social. De algún modo, la expresión urgencia habitacional ocluye la complejidad real de la cabal urgencia social por obra de mecanismos socioeconómicos de exclusión y segregación.

Esto tiene especial significación, ya que el afrontamiento político y conceptual de las realidades especialmente agudas de exclusión social no debe ser concebido desde las perspectivas de políticas sociales de vivienda de urgencia, sino como integradas políticas sociales de reinserción promovidas desde el desarrollo social. Una política de atención a la “urgencia habitacional” puede reducirse no más que a la relocalización de conflictos sociales sin resolver. Con estas consideraciones no estoy soslayando para nada las inaceptables condiciones de vida de muchos compatriotas. Lo que me limito a señalar es que estos colectivos demandan mucho más que políticas sociales de relocalización, reclaman cambiar y superar sus condiciones infraestructurales de vida, esto es, reinsertarse laboralmente, asistirse con salud y educación y encontrar franqueables los umbrales para acceder a la ciudad a la que tienen humano derecho.

La razón de ser de las ciudades, que son la obra de arte social más sofisticada de nuestra especie, es la concurrencia de lo heterogéneo, de lo dispar, de lo diverso.

Apoyar y promover el cooperativismo

El movimiento social cooperativista de vivienda ha conseguido numerosos galones en una lucha histórica que no se ha conformado con la consecución de “soluciones habitacionales”, sino que ha madurado de modo conceptual y político llegando a estar en condiciones de instruir acerca de los derroteros en la materia del hábitat popular. Hay que prestar oídos no sólo a sus reclamos básicos y corrientes, sino a sus entrevisiones de futuro. Promover el cooperativismo implica indagar a fondo y con mucho rigor todo lo que miles de compatriotas han aprendido.

Hoy los cooperativistas se preguntan por su propio papel social en la producción de vida urbana. Y no han dado aún todo lo que pueden dar. Si bien han hecho grandes esfuerzos por vincularse con los medios académicos, todavía hay mucho que indagar acerca de los modos en los que, de modo incipiente y al abrir las ventanas de sus conjuntos habitacionales, han podido advertir, en el horizonte por ellos apropiado, que otra ciudad es posible.

Combatir la segregación

La ciudad del capitalismo tardío segmenta el espacio urbano, transformando una estructura más o menos compacta en un archipiélago de regiones diferenciadas según precisas determinaciones de mercado: es así que se articulan los barrios para ricos y los asentamientos de los pobres. Pero la segregación sociorresidencial es apenas un aspecto perceptible de una segregación funcional en la que la ciudad cede lugar a la urbanización difusa y antagónica.

Hay una segregación que padecen los pobres que quedan relegados a las zonas erróneas del territorio, en la que los servicios urbanos escasean. Hay también una segregación buscada por aquellos sectores más que pudientes que ya consideran demasiado terraja tener como vecinos a gente de menores ingresos: son los habitantes de las reservadas urbanizaciones privadas. Y también hay quienes consiguen alojarse en los sectores más aventajados ambientalmente de la ciudad, erigiendo muros de valor del suelo infranqueables para el pobrerío.

Pero la razón de ser de las ciudades, que son la obra de arte social más sofisticada de nuestra especie, es la concurrencia de lo heterogéneo, de lo dispar, de lo diverso. La ciudad segregadora se arroja a sí misma al abismo de su disolución de sentido. Combatir la segregación es luchar contra la lógica del mercado inmobiliario y los intereses mezquinos de la propiedad raíz. Combatir la segregación es un compromiso de lucha que necesita paciencias chinas para conducir complejos procesos sociales y urbanos hacia lugares en donde sea humano y decente vivir en pacífica convivencia.

Buscar un hábitat seguro como proyecto de vida sustentable, planificado

Aquí nos encontramos con una formulación más que prometedora. Por una vez, parece que la intención política se desplaza de la producción viviendista de cosas para usar, enfoque tradicional en la política corriente en la materia. Aquí soplan vientos de novedad: si somos capaces de honrar nuestra propia formulación, las políticas de vivienda, hábitat y ciudad pueden poner la vida humana como eje estructurador. Esto implica un mayúsculo desafío y merece ser desarrollado tanto en el plano conceptual como en el político. Pero ya es muy oportuno enfocarse en el habitar humano como fundamento de la programación y la lucha política.

Sucede que en la ciudad que habitamos, la vivienda, el hábitat y la propia ciudad se han cosificado de manera impropia y enajenada: las viviendas como bienes de intercambio, como mercancías, predominan sobre el destino humano fundamental de su implementación vital. Las ventajas sociales y ambientales del hábitat, del vecindario y del barrio se distribuyen de modo inequitativo bajo formas de puro consumo de servicios. Pero existe en los habitantes de cada ciudad un derecho humano fundamental a poblar y transformar el lugar que eligen para vivir. Es sobre este derecho que hay que edificar, con paciencia y método, toda una sólida y sustentable estructura de cambio político: la ciudad deberá ser reconquistada por sus habitantes.

Forjar un hábitat con disponibilidad de recursos que trascienda la lógica del mercado

En el cierre, forzosamente provisorio, de esta presentación programática, se afronta un desafío tan mayúsculo que es dable construir un prudente marco de autoanálisis. ¿Estamos dispuestos, ahora sí, a forjar un hábitat con disponibilidad de recursos alternativos a la lógica del mercado? Es obra linda ponerse horizontes, pero es, por cierto, arduo emprender el camino para alcanzarlos. Pero, en todo caso, allá iremos, más temprano que tarde.

Néstor Casanova es arquitecto.

Referencias

Lefebvre, H (1968/2020). El derecho a la ciudad. Madrid: Capitán Swing.

Machado, G (2019). Habitar las experiencias: aprendizajes y sociabilidad comunitaria en las cooperativas de vivienda por ayuda mutua. Montevideo: Ediciones Universitarias. UCUR.

Musset, A (2015). El mito de la ciudad justa: Una estafa neoliberal. Bitácora urbano territorial, 1(25), 11-20. doi: https://doi.org/10.15446/bitacora.v1n25.53216