¿Puede el lenguaje expresar una duda tan profunda? Hace 1,5 millones de años a. c. el homo hábil descubrió el fuego a través de relámpagos, rayos y erupciones volcánicas. Lo conservaron como un tesoro que les permitió desarrollar múltiples capacidades como cocinar, calentarse, iluminarse y ahuyentar a las fieras en su lucha por sobrevivir. Quienes tenían esta tecnología poseían la vida. Hubo batallas entre las hordas paleolíticas por su posesión hasta que el homo erectus descubrió la técnica para reproducirlo. Aquellas luchas cesaron y vinieron otras.
El fuego no sólo les permitió un mayor confort para sus vidas liminales, sino que además generó comunidad a su alrededor. Existen teorías respecto al origen del lenguaje oral, los rituales y las expresiones artísticas a partir de la comunicación que generó la hoguera en la caverna. Sin embargo, no existe en ninguna lengua viva un término adecuado para referenciar la sensación que emerge cuando miramos crepitar las llamas. En este punto ciego y silencioso se nos revelan epifanías y constituye un momento excepcional para las fantasías. Este umbral se abre cerrando los ojos. El silencio reina cuando me retiro, cuando me pierdo en lo innominado, cuando me vuelvo débil. Nietzsche en Crepúsculo de los ídolos hablaba del genio del corazón que descubre la fuerza de la debilidad expresada como esplendor del silencio. Solo en el gran silencio establecemos relación con lo innominado, que nos supera y frente al cual palidece nuestra obsesión por apropiarnos del nombre (Byung-Chul Han, 2021, p. 105).
Aquella sensación que experimentaron los homínidos es la misma que contemplamos cuando encendemos una hoguera y, sin embargo, la moderna obsesión por nombrar y controlar el mundo no ha podido totalizar con una palabra algo que sucedió antes del origen de las palabras y las cosas. Hay algo indefinible que escapa a la representación y esa incapacidad de nombrar es un buen síntoma de trastorno que recala en una zona incierta de mí mismo. Identifico este fenómeno con el punctum, “es ese azar que en ella me despunta (pero que también me lastima, me punza)” (Barthes: 1989, p. 65).
En esta experiencia, lo sagrado está asociado al silencio. El homo espiritualis está fuera de sí mismo. Algo sin nombre conmueve una zona desconocida del yo que escapa a mi control y que me hace escuchar. Hay un estremecimiento esencial asociado a lo que Heidegger denominó como Dasein, una disposición anímica que nos hace pensar e imaginar el mundo. El homo spiritualis, aquel que pintó sobre las paredes en las profundidades de las cavernas, puede ser comprendido a través de la plasticidad (fluidez1 y permeabilidad) de su pensamiento que le permitió y nos permite desmontar y destruir la forma dada para crear algo nuevo (Herzog: 2010).
Aquellos sujetos no tenían que batallar contra el régimen totalitario de cómo se nombran y se deben pensar las cosas. Nosotros estamos todo el tiempo queriendo apresar las cosas. Le pregunté al chatGPT 3.5 cuál es el concepto para nombrar el acto de quedar obnubilado por el fuego y contestó rápidamente:
“El término utilizado para describir el acto de quedar obnubilado por el fuego es ‘pirómano’, el cual se refiere a una persona que siente una atracción intensa e irrefrenable hacia el fuego. Esta atracción puede llevar a la persona a encender incendios intencionalmente o a sentir una fascinación excesiva por el fuego y sus efectos, lo que puede poner en riesgo su propia seguridad y la de otros. Es importante destacar que la piromanía es considerada una enfermedad mental y requiere tratamiento psiquiátrico”.
La búsqueda sustituye una proliferación de contextos potencialmente infinitos por uno finito. Este motor no busca las infinitas posibilidades de sentido sino el conjunto de contextos existentes y disponibles.
Le respondo que no es pirómano, que me estoy refiriendo al acto de quedar atrapado metafóricamente en el fuego. Me dice:
“Entiendo. En ese caso, puedes utilizar la palabra ‘hipnotizado’ o ‘fascinado’ para expresar la idea de quedar atrapado metafóricamente en el fuego. Ambas palabras pueden describir la sensación de estar completamente absorto en algo, como si estuvieras hipnotizado o fascinado por ello”.
La inteligencia artificial (IA) puede calcular con rapidez, pero le falta la espiritualidad, que tampoco creo pueda alcanzar el chatGPT5. En la fenomenología de la disposición anímica Heidegger ilustra la diferencia entre el pensamiento humano y la inteligencia artificial. “El corresponder (Das Ent-sprechen) escucha la voz de una llamada. Lo que se nos dice como voz del ser determina nuestra correspondencia”. Para Byung-Chul Han, “el pensamiento oye, mejor, escucha y pone atención. La inteligencia artificial es sorda. No oye esa ‘voz’” (Byung-Chul Han: 2021, p. 55).
¿El algoritmo nos da lo que deseamos o deseamos lo que el algoritmo nos da? Al despedirse del pequeño príncipe, el zorro le comparte un secreto: “Solo se ve bien con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos” (El principito: 1943). La duda cartesiana o el asombro platónico son parte de esa disposición anímica que la IA no puede capturar. La inteligencia artificial es apática –pathos es el comienzo del pensamiento–, sin pahtos, sin pasión, solo calcula. La IA es incapaz de pensar porque carece de la disposición anímica que precede a todo pensamiento.
El big data nos brinda un conocimiento rudimentario basado en correlaciones y reconocimiento de patrones, donde nada se comprende –alcanzar a penetrar algo–. El concepto es lo inherente a las cosas mismas y lo que permite su comprensión. A la inteligencia artificial le falta el concepto, lo que une las partes en un todo. La IA solo elige entre opciones dadas de antemano, careciendo de la capacidad plástica como potencia para la ruptura y creación de lo completamente otro, que es la raíz del pensamiento. Esta estructura privilegia a una élite de corporaciones y agentes mediáticos de modo que los sitios online están relacionados con la visibilidad que le otorgan los ingenios de búsqueda que operan en la red, dificultando integrar aquellos discursos disidentes y subculturales. “El usuario no encuentra la información, es la información la que encuentra al usuario. El individuo es, por tanto, sujeto pasivo en su relación con la información que presenta el ciberespacio” (García-Marín, Aparici: 2019, p. 35).
¿Por qué ésta y no otra priorización en el resultado de la búsqueda? ¿Cuáles son los contextos ocultos que Google crea a partir de observar las prácticas de búsqueda de los usuarios?, se pregunta Boris Grobys (2020, p. 202). Para el filósofo y crítico de arte, Google es finito. La búsqueda sustituye una proliferación de contextos potencialmente infinitos por uno finito. Este motor no busca las infinitas posibilidades de sentido sino el conjunto de contextos existentes y disponibles.
La putrefacción de este mundo solo emana un fuego fatuo que apenas podemos contemplar en este ruido hiperestimulado donde nadie escucha a nadie. Hagamos silencio y dejemos que nos llene el misterio de la hoguera encendida.
Referencias
Barthes R. (1989) La chambre claire. Note sur la photographie. Ed Gallimard.
Byung-Chul Han (2021) No-Cosas. Quiebres del mundo de hoy. Ed Taurus.
García Marin-Aparici (2019) La posverdad. Una cartografía de los medios, las redes y la política. Gedisa editorial.
Groys B (2020) Volverse público. Las transformaciones del arte en el ágora contemporánea. Ed Caja Negra.
Heidegger M (2003) Aportes a la filosofía, acerca del evento. Almagesto-Biblos.
Herzog Werner (2010) Cave of forgotten dreams.
Nietzsche F. (1973) Crepúsculo de los ídolos. Ed Alianza.
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Fluidez quiere decir que las cosas que inventamos, como los conceptos “árbol”, “mujer”, “varón”, pueden cambiar. Permeabilidad quiere decir que no hay barreras entre el mundo que habitamos y el mundo de los espíritus. ↩