¿Alguien cree todavía que los grandes medios de comunicación no son actores políticos? La respuesta es sí: mucha gente piensa que son neutrales y que simplemente son medios de entretenimiento e información sin intereses.

Hace un tiempo era la prensa escrita la que marcaba con sus titulares y sus notas a la opinión pública. Hoy los grandes medios bombardean día y noche a la población, desinformando y desvirtuando lo que sucede en la sociedad.

La decisión política de estos grandes medios es explícita. Es una burla a las grandes mayorías que están pasando penurias en nuestro país (basta con salir a las calles para ver decenas de personas durmiendo en las veredas). Y, sin embargo, el blindaje de estas situaciones y lo desvirtuado de la realidad que se presenta en los programas e informativos es gigantesco. Sin dudas que los “malla oro” tienen sus aliados en esos medios y así los presentan estos, de manera edulcorada.

La política es clara: se da trascendencia o centralidad a hechos que ocurrieron y ya están resueltos hace años (como el denominado “caso Sendic”, lo que sucedió con la regasificadora, la construcción del Antel Arena, entre otros). Con esta acción y jugada se esconden los múltiples y graves problemas que están sucediendo en la administración gubernamental. Además, se maquillan y se les resta importancia a los problemas sociales que se extienden día a día y, lejos de solucionarse, se profundizan: inseguridad, pésima alimentación en buena parte de la población, crisis del agua, educación, salud, vivienda.

Antes de continuar es necesario hacer un alto en el texto. Hoy, sectores de las derechas más reaccionarias tienen en su discurso una postura similar a la que decíamos antes: critican a los medios hegemónicos por dar un mensaje único (especialmente sucedió con la pandemia, aunque allí hubo mixtura de grupos diversos que denunciaban esta situación), por repetir en todas partes del mundo el mismo mensaje. Son los que reaccionan contra las políticas de inclusión en general, protestan contra los proyectos políticos que intentan potenciar a las mayorías. En Uruguay tienen espacios de publicaciones escritas y radiales, además de sitios en internet. Están allí; hay que abrir los oídos y no perderlos de vista, porque ya vimos que en Estados Unidos y Brasil fueron una fuerza de choque contra los gobiernos electos (recordemos el “asalto al Capitolio” y el “asalto al Planalto”).

Los medios de un proyecto alternativo

Hay otro factor a tener presente y prensar. Antes debemos preguntarnos: ¿el movimiento popular tendrá en su propuesta programática cambios respecto de los medios de comunicación hegemónicos? Intentaré ser más claro en la pregunta: ¿el Congreso del Pueblo tendrá en su programa una propuesta para cambiar esta situación, que a esta altura es insostenible para la sociedad? ¿O considera que no es una traba para impulsar su proyecto político? ¿En ese punto hay acuerdos o diferencias muy amplias entre las distintas corrientes internas? ¿No se debería unificar fuerzas para contrarrestar el poder de los medios hegemónicos?

Es imprescindible cambiar esta situación en la que se encuentran los medios hegemónicos si se quiere cambiar la sociedad de manera profunda. La formación de la opinión pública es un derecho, y su manipulación debería ser condenada.

Los sectores dominantes son conscientes del arma que tienen, por eso la cuidan, la usan de manera elaborada y a veces sutilmente. Pero siempre de manera sistemática. Los medios hegemónicos son reproductores del sentido común y a la vez producen sentido que con el tiempo se transforma en común. No solamente manipulan y distorsionan lo que sucede: también producen situaciones y verdades que penetran y se vuelven un hecho en la realidad que es difícil de cambiar cuando llega a la sociedad en su conjunto, pues se vuelven una fuerza material.

El relato construido de la dictadura

Un ejemplo de esta producción de verdad distorsionada es lo que sucede con lo que la sociedad en general cree que pasó en los años previos de la dictadura y, en definitiva, los motivos por los que se dio el golpe de Estado de 1973. Un año tras otro (y desde 2019 con mayor fuerza por la aparición cabildante y el resurgir de los mensajes que eran específicos de sectores golpistas que no tenían representación parlamentaria) aparecen voces (de jóvenes estudiantes, incluso) que señalan que lo que ocurrió en ese período fue responsabilidad de los crímenes cometidos por los tupamaros.

La construcción de este relato se reforzó con el transcurso de los años, desde el inicio del “camino democrático a la dictadura”1 (el “pachecato¨), también desde la propia dictadura2 en alianza con los medios que apoyaron al régimen dictatorial3 y en los gobiernos posdictadura (1985-2004).

¿Alguien cree todavía que los grandes medios de comunicación no son actores políticos? La respuesta es sí: mucha gente piensa que son neutrales y que simplemente son medios de entretenimiento e información sin intereses.

Desde las máximas figuras de gobierno se insistía en esa lectura que colocaba el peso en la sociedad de lo que había sucedido: los responsables eran los tupamaros o el movimiento sindical que distorsionaba una sociedad en pleno desarrollo armónico. Incluso se decía que era necesario “no tener ojos en la nuca”4 y dejar atrás todas las mentiras que se decían desde el movimiento popular, que reclamaba verdad y juicio a los responsables de los crímenes. Incluso dos expresidentes negaban la existencia de los detenidos desaparecidos y ni siquiera se reunieron con la Asociación de Madres y Familiares de Detenidos Desaparecidos que les solicitaban entrevistas. Hace unas semanas, la insistencia del movimiento popular hizo hablar a la tierra nuevamente. Pese a ello, las voces que siguen negando lo que pasó lo seguirán haciendo, aunque saluden el hallazgo (lo hacen con gesto seco).

Con respecto a este tema, para los historiadores y docentes de Historia ese período tiene una acumulación de investigaciones y de obras importantes. No hay dudas respecto de lo que sucedió, lo que se conoce como la “verdad histórica”, la que muestran los documentos y las interpretaciones de los especialistas. Sin embargo, ese conocimiento acumulado ¿llega a discernirse en la sociedad?, ¿logra volverse una realidad en ella? Quedan dudas, pues una y otra vez se cuestiona ese saber acumulado por estos profesionales de la historia.

Y allí aparece nuevamente la importancia de los medios hegemónicos, de su paciente y constante trabajo diario para menoscabar el trabajo de los profesionales especializados. Aparecen programas periodísticos, editoriales, podcasts, mensajes en redes sociales y voces que desfiguran los hechos. Esa operación es en conjunto, como veíamos, entre algunos periodistas-comunicadores, políticos profesionales y los medios hegemónicos. Y frente a esta operación la academia y la educación quedan en desventaja. Incluso las actuales autoridades de la educación pusieron en duda las investigaciones al pretender excluir autores y contenidos de los programas.

Este es sólo un ejemplo del papel que juegan las empresas de comunicación en la distorsión de la realidad. Es un tema muy sentido en este 2023 al cumplirse medio siglo del inicio formal de la dictadura cívico-militar que desgarró al país.

Héctor Altamirano es docente de Historia.


  1. Rico, Álvaro, Cómo nos domina la clase gobernante. Orden político y obediencia social en la democracia posdictadura. Uruguay 1985-2005, Montevideo, Trilce, 2005. 

  2. Aldo Marchesi, El Uruguay inventado: la política audiovisual de la dictadura, reflexiones sobre su imaginario, Montevideo, Trilce, 2001. 

  3. Gerardo Albistur (Coord.), Analía Passarini, Álvaro Sosa, Maximiliano Basile, Dictadura y resistencia. La prensa clandestina y del exilio frente a la propaganda del Estado en la dictadura uruguaya (1973-1984), Montevideo, CSIC-Udelar, 2021. 

  4. El expresidente Julio María Sanguinetti fue el mayor defensor de esta posición.