El sociólogo alemán Ulrich Beck denominaba en 1986 a las sociedades modernas como sociedades de riesgo. Lo que caracteriza a estas sociedades, dice el autor, no es la existencia de riesgos, sino la centralidad que estos tienen en la dinámica de la sociedad. La discusión se construye en relación a los riesgos que asume el individuo contemporáneo en la vida cotidiana. El concepto de riesgo se propaga y se utiliza en numerosos dominios, tan diferentes como la seguridad policial, la vigilancia estratégica, la protección de los laboratorios, la previsión de crisis políticas, la seguridad en el medio ambiente, etcétera. El divorcio, la movilidad geográfica y los cambios de empleo son algunos de los riesgos asociados a los procesos de individuación, al desmoronamiento de las estructuras de parentesco, a la ruptura de los lazos de solidaridad entre las generaciones y al socavamiento de los cimientos de la organización del trabajo.
El aporte de Beck se expresa en múltiples dimensiones y ha generado controversias y polémicas en distintos planos, cuyo tratamiento excede las capacidades de este artículo. Nos queremos detener en algunos puntos de su propuesta, que tiene clara relación tanto con la pandemia que hemos atravesado como con la sequía que nos azota actualmente.
La pandemia que atravesó nuestro planeta parece tener todas las características de los riesgos mencionados por Beck. En primer lugar, es un riesgo generalizado y globalizado, que trasciende Estados y localías. Se puede asociar a riesgos similares como los medioambientales, los financieros o los laborales. En segundo lugar, es un riesgo imprevisible, en la medida en que se origina de manera silenciosa por un cúmulo de decisiones que terminan explotando cuando menos se lo espera. Como dice Fernando Robles, sociólogo chileno, “lo imperceptible, lo subrepticio, la vida clandestina de las sociedades que no podemos leer en los periódicos, se acumula como un quiebre estructural que separa a la modernidad industrial de otras modernidades”. En tercer lugar, es un riesgo que pone en jaque al conocimiento científico y técnico, en la medida en que desnuda sus limitaciones y sus dificultades para controlar y prevenir las consecuencias de la propagación de la enfermedad.
Sin embargo, también comparte elementos en común con otras pandemias que ha conocido la humanidad. A diferencia de los riesgos vinculados al medioambiente, a los cambios en el mundo del trabajo o los riesgos financieros, que Beck define como consecuencias no deseadas del desarrollo científico, técnico y social de las sociedades modernas, la pandemia de covid-19 tiene un componente clásico y ancestral que comparte con otras experiencias anteriores de la humanidad. Foucault muestra cómo el tratamiento que las disciplinas médicas hicieron de las pestes en el siglo XVIII fue similar al que se realiza actualmente para la covid-19: reducción de los contactos físicos y de la movilidad, identificación de las personas susceptibles de propagar la enfermedad y seguimiento de estas, análisis de las redes de transmisión, cuantificación permanente de la evolución de la pandemia y elaboración de modelos predictivos, etcétera. El modelo de la peste atiende al entramado social, a diferencia del modelo de la lepra en boga en aquellos años, que se articulaba sobre el exilio y la exclusión. Este modelo de la peste se construye como paradigma disciplinario que se mantiene en el tiempo para atender situaciones similares en épocas muy diferentes.
Ser una sociedad de riesgo significa, como dice Robles, que los espacios cerrados han desaparecido definitivamente: todos los riesgos generados por el proceso de modernización también golpean nuestras puertas.
La gran diferencia entre la pandemia de covid-19 y las anteriores es que, por primera vez, asistimos a una pandemia de carácter global y universal. Algo similar ocurre con la sequía, que si bien es básicamente local, remite a fenómenos de cambios climáticos que afectan de manera diferente a las diversas regiones del planeta, pero que tienen el mismo carácter global que tuvo la pandemia. Estas experiencias nos colocan, a la vez, como país periférico y como sociedad de riesgo. La sociedad de riesgo ya no es sólo un problema de los países industrializados y modernos. La pandemia pone en evidencia una realidad que existía anteriormente, pero que no estaba tematizada en la esfera pública. Ser una sociedad de riesgo significa, como dice Robles, que los espacios cerrados han desaparecido definitivamente: todos los riesgos generados por el proceso de modernización también golpean nuestras puertas, y no sólo de manera residual. Pero al mismo tiempo continuamos siendo sociedades periféricas, por lo que la jerarquía de la percepción de los riesgos es distinta que la de las sociedades del centro capitalista.
Beck plantea que en las sociedades de riesgo modernas la discusión sobre la distribución de riesgos sustituye la discusión sobre la distribución de bienes, en un contexto de bienestar social. En las sociedades periféricas, la discusión sobre la distribución de los riesgos se solapa y se mezcla con la discusión sobre la distribución de los bienes, porque esta distribución de riesgos sigue las líneas de la estructura social y de la estratificación social, amontonándose en los grupos subalternos y en los que están en posiciones inferiores. Las sociedades de riesgo periféricas, como la nuestra, no se pueden comprender sólo a través del paradigma de las sociedades de clase, pero tampoco se puede prescindir de él. Esto implica que se mantienen los ejes de conflicto clásicos de las sociedades capitalistas, con sus actores y sus formas de acción colectiva, pero que también se agregan nuevos ejes y espacios de conflicto, que intersectan o se acumulan con los anteriores, y que aumentan y complejizan la trama de actores que conforman la acción colectiva de una sociedad.
Esta situación la podemos ejemplificar con lo que pasa en el mundo del trabajo. Los cambios en las formas de organizar el trabajo generados a escala mundial, expresados básicamente en el desmoronamiento de la producción estandarizada, penetran las sociedades de riesgo periféricas a través de los nuevos dispositivos de gestión que se importan de las empresas del mundo desarrollado, generando mayores tasas de desempleo y diversas formas de precarización del clásico contrato de trabajo. Estos procesos colocan el eje del conflicto en la tensión inclusión-exclusión. Estas dinámicas transforman las relaciones laborales, en las que se mantiene el clásico eje de conflicto entre capital y trabajo, al que se le agregan y superponen los problemas vinculados a la exclusión de amplias capas de trabajadores del mundo laboral. El actor sindical se ve interpelado en la medida en que sus formas de acción colectiva se cimentan en torno al clásico contrato de trabajo, lo que le resta capacidad para atender a los sectores excluidos del mismo, que ameritan nuevas formas de acción colectiva que den cuenta de su realidad.
Otro de los componentes importantes para comprender la dinámica de las sociedades actuales es la predominancia que en ella tiene lo que Beck denomina subpolíticas. Este término alude a que, en las sociedades de riesgo, las decisiones que más afectan a la sociedad se toman fuera del marco institucional del sistema político. Los cambios tecnológicos, las políticas científicas, los cambios en las formas de organizar la producción, los cambios en la estructura familiar, son consecuencia de decisiones de actores que no participan del espacio público. La sociedad política actúa posteriormente sobre los hechos consumados, intentando paliar o disminuir las consecuencias no deseadas de esas decisiones (cambio climático, desempleo estructural, divorcios).
La lógica de las subpolíticas pone de relieve la necesidad de politizar los riesgos globales que afectan nuestras sociedades, de generar nuevos espacios de acción colectiva y nuevas formas de organización y expresión que atiendan a la vez las tensiones no resueltas de las sociedades periféricas y los nuevos riesgos generados en las sociedades de riesgo, como tarea relevante para fortalecer la democracia en nuestras sociedades. La pandemia mostró, entre otras cosas, ese entrelazamiento entre riesgos no previstos que requirieron de actores nuevos, como lo fue el apoyo técnico del Grupo Asesor Científico Honorario (GACH), y de estrategias colectivas más clásicas, como las ollas populares, ya desplegadas en otros contextos de emergencia. Estas respuestas dieron cuenta de una estructura social que mantiene altos niveles de desigualdad en relación a la distribución de bienes y, al mismo tiempo, de riesgos, que continúan las líneas de demarcación de la estratificación social propia de las sociedades de clases.
Francisco Pucci es profesor titular del Departamento de Sociología de la Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de la República.