Desde el fatídico 27 de junio de 1973, el pueblo uruguayo buscó estrategias y caminos para enfrentar al régimen cívico-militar que se había impuesto sobre el país. La huelga general convocada por la CNT es un claro ejemplo de esto, que resistió por 15 días de manera heroica, hasta el 9 de julio de 1973.

Con un aparato represivo cada vez más sangriento e inhumano, hubo que buscar otros caminos para señalar lo que estaba sucediendo en nuestro país. Hoy quisiera hacer mención a un acontecimiento poco recordado, llevado adelante principalmente por una comunidad que no siempre es tenida en cuenta a la hora de hablar de la resistencia a la dictadura, como es la comunidad cristiana. Me refiero al ayuno organizado por el Servicio Paz y Justicia (Serpaj), llevado adelante desde el 11 hasta el 25 de agosto de 1983.

Un poco de historia

El Serpaj nació en 1974, en el II Encuentro Continental del Movimiento Internacional de Reconciliación, en Medellín. Allí se eligió al profesor, artista y activista político argentino Adolfo Pérez Esquivel –reciente ganador del Premio Nobel de la Paz en 1980–, como coordinador. Pérez Esquivel ocupó dicho cargo hasta 1986. El Serpaj definió sus objetivos y fundamentos, destacando “el compromiso con los pobres y oprimidos, la lucha por una sociedad justa, solidaria, liberadora, participativa, igualitaria, donde se respeten todos los derechos humanos de todos sus habitantes”.1

En abril de 1981, se inicia en nuestro país el Serpaj-Uruguay, integrado por un grupo de personas convocadas por el sacerdote Luis Pérez Aguirre –Perico, como era conocido por todos–. Participaban del organismo sacerdotes católicos como Jorge Osorio, Juan José Mosca, Adolfo Chico Ameixeiras, etcétera; el pastor metodista Ademar Olivera, así como laicos y personas sin filiación religiosa como Efraín Olivera, Martha Delgado, Patricia Piera, Francisco Pancho Bustamante, Mirtha Villa, entre otros. Fueron colaboradoras María Isabel Ricci, y las abogadas María Josefina Plá, Graciela Borrat y Azucena Berrutti.

Esta organización nunca fue clandestina, aunque “actuaba, sí, en los límites de la legalidad que permitía la dictadura. Siempre estábamos expuestos a controles, amedrentamientos, detenciones. Pero éramos visibles, los Servicios de Inteligencia conocían muy bien nuestros pasos [...] esa visibilidad nos daba una seguridad muy frágil, pero era la única posible de lograr en ese contexto”.2

Las señales del fin

El último domingo de noviembre de 1980, la ciudadanía había dicho No al proyecto de reforma constitucional impulsado por el régimen. Por su parte, en 1982 se convocó a elecciones internas en los partidos políticos habilitados por la dictadura cívico-militar. Estas señales indicaban que próximamente, aunque sin saber cuándo, el régimen llegaría a su fin.

Es así que 1983 significó un despertar de la acción política ciudadana. Varios eventos demostraron, una vez más, el firme deseo de los uruguayos de finalizar con un régimen autoritario y terrorista. El 1º de mayo de ese año se realizó el primer acto público y masivo desde el golpe de Estado, frente al Palacio Legislativo y con la consigna “Libertad, Trabajo, Salario y Amnistía”. Este acto fue una clara señal para el régimen: la gente había comenzado a perder el miedo. Esto generó una respuesta por parte del gobierno, con detenciones masivas, torturas y el anuncio de que la “sedición” estaba activa, y por lo tanto, era justificado el accionar del régimen.

En la necesaria historia de rechazos y enfrentamientos al golpe del 27 de junio de 1973, el ayuno de Serpaj aparece como una experiencia novedosa de encuentro entre la fe y la defensa de los derechos humanos.

Ante el avance de las manifestaciones, el régimen prohibió toda actividad política pública el 2 de agosto de 1983, completando esta medida con la censura de algunos medios de prensa. Es en este contexto que los integrantes de Serpaj se plantean para enfrentar al régimen y denunciar las permanentes violaciones a los derechos humanos, idear una medida que impactara fuertemente en la sociedad, que enfrentase a la inacción política que el régimen pretendía y que, al mismo tiempo, fuese no violenta. Así surgió una idea tan antigua que de añeja parecía absolutamente novedosa: implementar un ayuno.

El ayuno

Tres integrantes del Serpaj llevaron adelante la medida: Luis Pérez Aguirre, Jorge Osorio y Ademar Olivera (este último, ex preso político por haber pertenecido al Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros). Reunidos en su local de la calle Gral. Flores 4050, los tres religiosos se propusieron tener tres momentos de oración y meditación: a las 8.00, a las 12.30 y a las 20.00. El ayuno consistía en no ingerir alimentos sólidos mientras durase la medida, siendo supervisados por el médico Marcos Carámbula.

El ayuno desconcertó al régimen, y estimuló la participación de la gente. Poco a poco comenzaron a reunirse frente a la ventana del local en las horas señaladas personas que acompañaban a los ayunantes, ya con una oración o sosteniendo una vela encendida. Diversas muestras de solidaridad se desarrollaron esos días, contando con la llegada de Adolfo Pérez Esquivel al país, quien fuera declarado “persona no grata” por la dictadura.

El 24 de agosto hubo unas 200 personas frente al local del Serpaj, todas a coro rezando el Padrenuestro, al tiempo que fueron rodeadas por varios vehículos de la Guardia Metropolitana. Esa noche se llevaron detenidas a unas 150 personas. El 25 de agosto, día propuesto para finalizar el ayuno, un operativo policial cortó el paso de vehículos y transeúntes por Gral. Flores a la altura del local del Serpaj. Esa noche se implementó el primer cacerolazo, acompañado de un apagón voluntario que ensombreció a la ciudad. Nuevas formas de protesta comenzaban a ser llevadas por la gente, que a pesar de las detenciones, la violencia y las amenazas del régimen, no dejaría de manifestar su rechazo al gobierno de facto.

El 26 de agosto, los tres ayunantes regresaron a sus actividades diarias. Cientos y cientos de cartas les esperaban, manifestando la solidaridad de la gente, el apoyo ante la medida tomada. El ayuno tuvo repercusiones a nivel local e internacional, así como en la escena política nacional, y a la interna de la Iglesia católica, evidenciando dos corrientes muy marcadas: la que apoyaba al régimen dictatorial, y quienes consideraban que, como cristianos, debían enfrentarlo.

El 31 de agosto, el gobierno prohibió, por vía de decreto, las actividades del Serpaj, y allanaron su local, llevándose mobiliario y documentación. Los integrantes de la organización consiguieron otro lugar, frente a Plaza Independencia, y mantuvieron sus reuniones de todas formas. En setiembre de 1983 se creó la Comisión Nacional por los Derechos Humanos, con destacadas figuras del quehacer nacional.

En la necesaria historia de rechazos y enfrentamientos al golpe del 27 de junio de 1973, y al régimen civil militar que se impuso, el ayuno de Serpaj aparece como una experiencia novedosa de encuentro entre la fe y la defensa de los derechos humanos. Por otra parte, el ayuno del Serpaj significó un recordatorio, que nos llega hasta nuestros días: ante la adversidad, la imaginación puede más.

Miguel Montilla es profesor de Historia.


  1. Olivera, A. (2009). Forjando caminos de liberación. La Iglesia Metodista en tiempos de dictadura

  2. Olivera, obra citada.