El 6 de agosto, a 78 años de la explosión de la bomba atómica en Hiroshima y Nagasaki, me encontré entre dos obras audiovisuales que narraban hechos verídicos que determinaron la culminación de la vida de muchas personas y que ojalá nunca hubieran pasado: la película de Christopher Nolan (2023, de Universal), Oppenheimer, sobre el científico que llevaba ese apellido y la creación de la bomba atómica; y la serie japonesa Los días de Jun Masumoto (2023, de Netflix), sobre el desastre nuclear en la usina de Fukushima Daiichi después de que fuera golpeada por un tsunami. Ambas dejan entrever un punto ciego en torno a la energía nuclear. La primera, porque la capacidad de que la reacción en cadena destruyera el planeta tendía a cero, sin ser nula; y la otra, porque nunca se supo qué pasó exactamente en la usina con el terremoto primero y el tsunami después, para que los motores de refrigeración de emergencia se detuvieran, la temperatura de los reactores se disparara y se produjera la fusión de los núcleos en tres reactores. Más allá de esto, el botón rojo se apretó y algunas de las centrales nucleares en Japón siguen encendidas –si bien solamente cuatro de los 54 reactores nucleares que estaban en funcionamiento están actualmente en uso (Nippon, 2022)–.

El discurso sobre el peligro del uso de la energía nuclear, sobre la inminente muerte que la fisión incontrolada provoca, fue constante tanto durante las tres horas de la película como en las más de siete horas de duración de la serie. Al igual que la serie Chernóbil (2019, de HBO), sus finales fueron inconclusos, abiertos a las dudas y a las capacidades del ser humano de controlar, sobre todo –de actuar deontológicamente– ante cuestiones que atañen a la vida y la muerte.

Los personajes principales, Cillian Murphy como Oppenheimer en una y Masao Yoshida, protagonizado por el renombrado actor Koji Yakusho, en la otra, muestran la complejidad y rigurosidad que conlleva la física nuclear. Ambos personajes salieron del espacio limitado del laboratorio experimental para pasar a ocupar vastos espacios territoriales donde lideran equipos con numerosos científicos que residen en el lugar o en sus cercanías; remiten constantemente a las especialidades y cualidades de estos –sobre todo a las de los matemáticos– e interaccionan dinámicamente con sus pares científicos y con políticos, incluso con los jefes de Estado. Al igual que las distintas políticas de Estado, sus decisiones afectan de diversas maneras a todos/as sus conciudadanos/as. Las consecuencias, que redundaron en una audiencia judicial por parte del gobierno de Estados Unidos a Oppenheimer por considerarlo un riesgo para la sociedad, fueron mejores para los accidentados científicos y operarios japoneses, que se llevaron los máximos laureles por enfrentar con valentía el inesperado y letal evento.

¿Será que los hechos en torno a la energía nuclear muestran la necesidad del fin de esta era y la posibilidad de acciones conjuntas razonadas y deliberadas interdisciplinariamente?

Junto a las fisiones de uranio, el rol del conocimiento científico, la política y el lenguaje fueron preponderantes. En el caso de Oppenheimer debido a la intersección de estos se creó la bomba; se pasó de la teoría a la práctica, como tanto repitió Cillian personificando al científico a lo largo de la película. En Los días, un acontecimiento disruptivo provocó la constatación de una falta de saber que tomó cuenta de la comunidad científica y mostró cómo los japoneses –que luego de sucumbir ante la bomba se tornaron conocedores en torno al manejo de lo nuclear– tuvieron que aceptar la ayuda de los estadounidenses para resolver, al menos momentáneamente, el serio problema en el que se encontraron. Las consecuencias nucleares y los alcances políticos en ambos casos fueron –y son– mundiales. En 1945 el leviatán atómico marcó el fin de la Segunda Guerra Mundial y en 2011 los japoneses pidieron ayuda a los estadounidenses. El diálogo primó en 2011. Quizás, si algo podemos aprender de estos hechos es la importancia del lenguaje para que prime la paz. De entablar diálogos, debates, dando lugar al disenso, para razonar mejores futuros compartidos.

En Uruguay se iba a instalar una central nuclear y luego de que se llevó adelante un juicio ciudadano en el paraninfo de la Universidad de la República (Lázaro et al., 2013) se optó por tipos de energía menos dañinas y sustentables (hidroeléctrica, eólica, solar). En Alemania, centenas de ciudadanos salían a las calles, sobre todo cuando pasaba un tren cargado con residuos nucleares, a manifestar en contra del uso de usinas nucleares y pedir su cierre. Este año las voces tuvieron eco cuando el 15 de abril (Montoto, 2023) las tres últimas centrales nucleares, en Baja Sajonia, Baviera y Baden-Württemberg, apagaron su reactor. ¿Nos muestra esto la posibilidad de nuevos caminos? Además de la opción por energía sustentable, ¿permite una democracia deliberativa, donde todas las voces tienen un lugar, otras opciones? ¿Será que los hechos en torno a la energía nuclear muestran la necesidad del fin de esta era y la posibilidad de acciones conjuntas razonadas y deliberadas interdisciplinariamente?

Patricia Carabelli es docente de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación.

Referencias

  • Lázaro, M.; Trimble, M.; Umpierrez, A.; Vázquez, A. y Pereira, G. (2013). Juicios ciudadanos en Uruguay: dos experiencias de participación pública deliberativa en ciencias y tecnología. PNUD / Universidad de la República.
  • Masumoto, J. (2023). Los días. Netflix
  • Montoto, L. (2023). Alemania pone fin a seis décadas de energía nuclear tras el cierre de las tres últimas centrales. En: https://www.newtral.es/alemania-centrales-nucleares/20230415/.
  • Nippon (2022). Mapa de las centrales nucleares de Japón, edición de 2022. En: https://www.nippon.com/es/japan-data/h01365/
  • Nolan, C. (2023). Oppenheimer. Universal.