“¡Ojo, que detrás de una pelota siempre viene un niño!”. ¿Cuántas generaciones han sido acompañadas de ese consejo cuando empezaron a manejar? Hoy, 30 años después de publicada la icónica novela Pateando lunas, de Roy Berocay, no sorprendería a nadie que fuera una niña la que aparece corriendo tras el esférico. Y detrás de todos los niños y niñas venimos nosotros, hombres y mujeres, en la intención de construir un mundo más amigable para habitar.

Hace unos días, con la fundación de investigación y acción Siembra dimos inicio a la Usina: Deporte y Comunidad, un espacio para sistematizar el intercambio, la reflexión y la producción en torno al deporte y su vínculo con las comunidades. Al preguntarnos si este podría ser significativo, emergió como claro argumento a favor que el deporte (mayormente representado por el fútbol, pero también por el resto de las disciplinas) es el fenómeno sociocultural más importante de Uruguay, carácter que le otorga un umbral de movilización único.

No obstante, entenderlo como fenómeno cultural implica asumir que viene cargado de connotaciones y valores propios de la sociedad en la que se desarrolla. Ello demanda problematizar críticamente nuestra postura respecto de su práctica, sus rituales, el espectáculo deportivo, el espectador, y el consumo de sus productos y servicios. No hacerlo es dejarnos llevar por la marea: tanto hacia sus valores de cohesión grupal, esfuerzo y compromiso, como a los que reproducen premisas de competencia feroz, violencia y elitismo. Estos últimos, característicos en sus presentaciones más difundidas y espectaculares.

Concebir el deporte cómo un fenómeno sociocultural más amplio que únicamente su práctica no es algo común ni en los espacios de formación deportiva ni en las clases de Educación Física, y menos aún en el alto rendimiento, donde trabajo. Fue recién en mi formación como profesor de Educación Física que se me presentó esta perspectiva bajo las acciones y palabras del gran pedagogo latinoamericano Paulo Freire. Conscientes o no de su obra, somos muchos y muchas los que coincidimos en su punto de partida: “la búsqueda de la emancipación crítica del sujeto”,[^1] pero alcanzar en la práctica dicha emancipación se presenta sumamente más complejo –y diferente– que teorizarla.

En mi opinión, pensar el deporte en clave emancipatoria requiere, en primera instancia, tomar posición respecto de su atributo principal e indisociable: la competencia. Entiendo que negar la competencia es negar la realidad, incluso antropológica, de la especie, y negar la realidad dificulta el poder accionar para su transformación material. Dicho esto, fomentar la reflexión colectiva crítica sobre lo que entendemos por deporte se torna un objetivo alcanzable.

Entiendo que la Usina debe sostener dos grandes propósitos. El primero es el de reconocer y legitimar la importancia y el potencial transformador único del deporte en nuestro país, algo que desde mi perspectiva no es valorado en su justa medida. ¿Bibliotecas comunales? ¿Cooperativas de arte? ¿Cooperativas agrícolas de subsistencia? No, y por más loables que sean estos espacios, en Uruguay los espacios autogestionados más masivos son los clubes sociales y deportivos. Tal vez sea desde estos espacios de empoderamiento social y cultura de cooperación y decisión colectiva, y a partir del trabajo intencional de las comunidades, donde se puedan dar las transformaciones culturales tan necesarias.

Un deporte que se abandona acríticamente en manos de la industria cultural no sólo no encuentra su necesaria transformación, sino que fácilmente pasa de bien cultural a objeto de negocio.

El segundo propósito de la Usina es el de iluminar las intersecciones de las prácticas deportivas con las problemáticas sistémicas y transversales de la sociedad en los espacios que el deporte puede y, desde mi punto de vista, debe repensarse. Ampliar la mirada sobre una formación deportiva que se inscribe en la práctica, pero que supera y resignifica su enseñanza al entenderse atravesada por infinidad de dimensiones sociales necesarias de abordar, como por ejemplo: género (¿Qué interpretamos al leer Pateando lunas), geopolítica (¿Qué razones primaron para que el Mundial de fútbol se realizara en Qatar?), inclusión (¿Por qué no vemos a ciertas poblaciones en los espacios en que estamos “todos”?), mercado (¿Por qué razón los partidos de las selecciones que representan a nuestra patria sólo se pueden ver si tenés cable?), violencia (¿Qué dicen las canciones que cantamos para alentar a nuestro equipo?), entre muchas otras.

La historia reciente del deporte parece ser la de un saber, supuestamente educativo, que circula en la sociedad bajo una aparente neutralidad política, ideológica y pedagógica, por lo que el análisis de sus formas y sentidos culturales parece ser imprescindible. Un deporte que se abandona acríticamente en manos de la industria cultural no sólo no encuentra su necesaria transformación, sino que fácilmente pasa de bien cultural a objeto de negocio.

Apuntamos a que el trabajo de la Usina colabore en abrir nuevos horizontes y líneas de acción concretas que superen cualquier análisis genérico y se enfoquen en la transformación y resignificación del deporte a partir de su reflexión colectiva. Parece que bastantes cosas restan por hacerse, y en cada una de ellas nos sentimos comprometidos y comprometidas política y socialmente.

Mateo Sarni es basquetbolista y secretario de Basquetbolistas Uruguayos Asociados.