La cobertura mediática de la decisión del PIT-CNT de promover un plebiscito constitucional para dejar sin efecto aspectos muy contraproducentes de la reforma jubilatoria recientemente aprobada por el gobierno es, por lo menos, curiosa (ya que no debemos pensar que sea malintencionada) y muestra una serie de paradojas.
La casi unanimidad de los medios de comunicación, en efecto, ha centrado la información y el análisis en los supuestos perjuicios que le causaría al Frente Amplio acompañar –como se espera– la medida; en qué forma puede distorsionar la campaña electoral para elegir presidente/a y Parlamento, y en qué medida puede favorecer un nuevo triunfo multicolor. la diaria es una excepción en ese panorama, pero en un formato demasiado politológico (ni blanco ni negro, sino todo lo contrario) para lo que nos gustaría a muchos de sus lectores de izquierda.
La primera paradoja es, precisamente, que se gasten ríos de tinta y horas de charla audiovisual discutiendo las consecuencias que tendría la realización del plebiscito sobre la interna de la izquierda y del propio movimiento sindical, y la suerte del Frente Amplio en las elecciones presidenciales, y en cambio se trate sólo lateralmente y como de casualidad, las tremendas consecuencias que tendrá la ley cuyos efectos se intenta detener, sobre quienes algún día esperan jubilarse.
Se supone que una de las misiones principales de la prensa es informar, analizar y ayudar a entender los problemas que interesan a la gente que la lee, escucha o mira. Y si es así, no debería haber muchas dudas de si es más interesante como tema la eventual distorsión que causaría discutir simultáneamente los proyectos de país y uno de sus componentes fundamentales (como es la seguridad social) o la aprobación y consecuencias de una ley que carga sobre las espaldas de los trabajadores el equilibrio de las cuentas fiscales, haciéndolos trabajar más tiempo para cobrar menos al cabo de este. De eso se trata, y no de que exista un déficit en la seguridad social, porque sólo lo habrá si el Estado no contribuye con los recursos que la Constitución le impone aportar.
Una segunda paradoja es que se haga centro en la forma de combatir el mazazo y no en la necesidad de hacerlo y los perjuicios que se generarían si la filosofía de una seguridad social financiada solamente por sus destinatarios sigue adelante. Porque ese es el futuro y ya está declarado: nuevos aumentos de la edad de retiro, nuevos avances del lucro en el sistema y nuevas reducciones de los beneficios.
Se ha hecho favorita la frase “las leyes se derogan con leyes”, y una de sus expresiones más exitosas, con eco largamente repetido por la prensa, ha sido la declaración del expresidente José Mujica sobre el plebiscito, impactante como todas las suyas: “Es como afeitarse con un hacha”. Puede ser, maestro, aunque por lo menos la empuñará el pueblo, como enseñaba Artigas que debía ser. Pero, además, es que la afeitadora eléctrica se rompió y no la arreglan hasta dentro de dos o tres años, y lo otro que tenemos es una boleta de la tómbola ya sorteada. Entonces, ¿con qué le damos?
Porque no es casualidad que esta ley no se pueda someter a referéndum, una salvaguarda que los mismos que hoy gobiernan establecieron en la Constitución presidencialista que nos rige, que reserva las decisiones económicas fundamentales para los inquilinos de Suárez y Reyes.
Se hacen afirmaciones sobre el impacto de un plebiscito sobre las elecciones que no tienen asidero, porque se consideran plebiscitos sobre temas muy diferentes, y entonces los resultados no son comparables.
Otra paradoja es que se habla insistentemente de la inconveniencia de mezclar la cuestión jubilatoria con las elecciones, cosa que dispone la propia Constitución cuando de plebiscitos se trata, y así ha sido muchas veces. El argumento es que esa mezcla impediría discutir como prioridad los proyectos de país de unos y otros, pero ¿qué mejor muestra de qué proyecto de país se propone podría haber que cómo se financia la seguridad social? ¿No es consecuencia de los proyectos de país que cada cual sostiene, que unos quieran que la paguen los trabajadores y otros que sea resultado de la solidaridad social?
Se hace asimismo continua referencia a que el tema puede introducir ruidos en la interna del Frente Amplio. Pero en el Frente las discrepancias son sobre el camino a tomar para combatir la reforma aprobada, no sobre su inconveniencia. En cambio, el gobierno tendrá que salir a defenderla para conseguir la reelección, y seguramente ese será uno de los temas en los que concitará más rechazo.
Los resultados de las encuestas de la Usina de Percepción Ciudadana, sobre los que la diaria informó hace pocos días (18/8/2023), lo ilustran claramente: la mayoría de la gente está disconforme con la reforma jubilatoria aprobada, está dispuesta a firmar para que haya plebiscito y a votar Sí. Los porcentajes de personas que todavía no tienen opinión son todavía grandes, pero ese es el campo de batalla, y las personas conformes con la reforma y refractarias con el plebiscito son muchas menos que las que están del otro lado. Sorprende, de todos modos, que aún no haya otras encuestas sobre un tema al que se presta tanto interés, habiendo tantas consultoras dedicadas a estudiar con frecuencia la aprobación del presidente.
Una última paradoja es que se hacen afirmaciones sobre el impacto de un plebiscito sobre las elecciones que no tienen asidero, porque se consideran plebiscitos sobre temas muy diferentes, y entonces los resultados no son comparables. En cambio, los dos plebiscitos que se hicieron sobre temas de seguridad social (1989 y 1994), ambos en coincidencia con elecciones nacionales, tuvieron el mismo resultado: el plebiscito ganó por paliza, y el gobierno, obligado a defender sus hechuras y por tanto a defender la posición antipática, perdió también por paliza.
¿Empezaremos a hablar un poco más de estas cosas? Porque ahora la discusión sobre estrategia ya fue, y hay que entrarle al fondo del asunto. Y en eso, o se estará de este lado, o en la vereda de enfrente.
Benjamín Nahoum es ingeniero civil.