Estos apuntes acerca de lo que significan las conmemoraciones tienen como base la siguiente tesis: en general los hechos suceden, los acontecimientos se producen, y luego vienen las fechas. Veamos qué quiere decir esto.
Una cuestión de fechas
El martes 14 de julio de 1789, en la zona este de París, un tumulto de personas tomó por asalto la fortaleza-prisión de La Bastilla, al tiempo que los reclusos que allí se encontraban se amotinaban. Tras unas horas, incendio de por medio, la fortaleza fue tomada por la muchedumbre, y prácticamente demolida. Podríamos suponer que tras este acontecimiento –universalmente recordado hoy como “fecha de la independencia” de Francia–, el rey Luis XVI en su diario personal habría hecho alguna anotación. Sin embargo, en esa fecha no hay nota alguna. Para el rey, la “toma de La Bastilla” nunca existió, o no fue un acontecimiento relevante.
Veamos otro ejemplo. El sábado 4 de octubre de 1828, en las afueras de la ciudad de Montevideo, los representantes del gobierno de la Provincias Unidas del Río de la Plata intercambian las ratificaciones de la Convención Preliminar de Paz con los representantes del Imperio del Brasil. A partir de ese sábado, los habitantes de la antigua Banda Oriental debían redactar una Constitución y erigir gobierno propio. Finalizaban así, formalmente, décadas de guerra ocurridas en el territorio y sus habitantes serían por fin libres (todo lo libre que se podía ser en esas circunstancias) para gobernarse y construir su destino. Sin embargo, el 4 de octubre de 1828 no forma parte del nomenclátor de Montevideo1, ni de las fechas oficiales de conmemoración del Estado.
Es decir, las fechas que una comunidad elige para conmemorar un episodio trascendente no siempre coinciden con acontecimientos cuya importancia puede ser considerada central en tanto el devenir de los hechos posteriores. O dicho de otra forma, las comunidades sociopolíticas eligen ciertas fechas como fundantes, dejando otras en el camino. Esto sucede por diversas razones.
Tal como señala Elías Palti, desde finales del siglo XIX existe una serie de construcciones narrativas cuyo objetivo es fundamentar el sentimiento nacional. Las repúblicas latinoamericanas debieron realizar tempranamente una serie de operaciones ideológicas capaces de sustentar y justificar la existencia de los Estados recién creados. Es así que se busca crear un “nosotros”, una comunidad cuya existencia debe ser autónoma con respecto a otras comunidades, y donde las diferencias internas que a priori puedan existir no sean de tal magnitud que pongan en riesgo la existencia misma de la comunidad (Palti, 2003; p. 131).
En este intento de lograr un sentimiento de pertenencia comunitaria es que los legisladores establecen una serie de fechas cuya conmemoración permite renovar el contrato social y darle sentido a la existencia de la comunidad. Ahora bien, tal como señala Carlos Demasi, es necesario que los integrantes del colectivo social puedan identificarse tanto con los acontecimientos como con los personajes del pasado que se evocan, y los incorporen a sus propios recuerdos. “Así entran en relación dos dimensiones generalmente diferenciadas: el relato histórico de la nación y la instancia de conmemoración” (Demasi, 2004; p. 15).
¿Para qué sirven las conmemoraciones? La función de la “fiesta” es brindar un espacio en el que relato y memoria se encuentran, permitiendo que la comunidad se sienta reflejada en mayor o menor medida en un pasado que presenta ciertos rasgos identitarios reconocibles en el presente. Al mismo tiempo, la conmemoración supone un proyecto cargado de futuro, futuro en el que se deposita una serie de esperanzas y deseos de superación de un presente que celebra su existencia en la fecha elegida para la celebración (Demasi, 2004; p. 14-15).
¿El huevo o la gallina?
Desde el punto de vista de la teoría de la historia, los hechos históricos como tales no existen, sino que son una invención del historiador. Esto no significa que los historiadores “inventen” fechas y acontecimientos, sino que son los investigadores quienes establecen que determinado hecho, documentado en diversas fuentes, tiene el carácter de “hecho histórico” por su significado y trascendencia. Así lo señala Edward Carr en su obra ¿Qué es la historia?, al afirmar: “Los hechos sólo hablan cuando el historiador apela a ellos: él es quien decide a qué hechos se da paso, y en qué orden y contexto hacerlo” (Carr, 1984; p. 15-20). En esta misma línea, Michel De Certeau afirma que la historia, en tanto producción escrita -historiografía-, se presenta como el discurso presente de un pasado, o dicho de otra forma, trae al presente un pasado al que corta y moldea en espacios más o menos rígidos y estancos determinados por la cronología. De esta manera, el trabajo del historiador consiste en señalar lo que se debe recordar y lo que, por lo tanto, se debe olvidar. Así pues, “desde hace cuatro siglos ‘hacer historia’ nos lleva siempre a la escritura” (De Certeau, 2006; p. 19).
La historia es lo que se hace cuando se escribe historia, es “una práctica”, en palabras de De Certeau, dado que “la historia es un texto que organiza unidades de sentido” (De Certeau, 2006; p. 57, 82). A partir de una metodología científica, el historiador opera sobre una serie de documentos que intenta comprender y descifrar para poder producir, por medio de la escritura, un pasado que crea a lo largo del texto.
Así pues, los acontecimientos históricos no son como “objetos materiales” que existan de manera independiente del historiador. Las articulaciones en el sentido cronológico de los hechos narrados, la secuencia en que se presentan los hechos, es parte de una construcción del propio historiador elaborada con todo el bagaje de condicionantes de su presente, y de su lugar de elaboración histórica. El acontecimiento histórico es una creación del historiador cuyo fin es confeccionar un cierto “orden” al conjunto de documentos de que dispone, y así poder dotar de inteligibilidad al relato histórico, hacerlo “pensable” o “razonable”.
Las fechas que una comunidad elige para conmemorar un episodio trascendente no siempre coinciden con acontecimientos cuya importancia puede ser considerada central en tanto el devenir de los hechos posteriores.
Estas condiciones metodológicas y epistemológicas dotan de sentido a la expresión, tan querida por los historiadores, de “proceso histórico”. Difícilmente podríamos creer que el 30 de mayo de 1453, los otomanos y demás habitantes de Constantinopla hayan dicho algo parecido a: “¡Hey! ¡Estamos en la Época Moderna!”. La caída del Imperio romano de oriente tampoco sucedió de un día para el otro, sino que responde a razones multicausales, una acumulación de situaciones que derivó en una de las tantas posibilidades que existían en ese momento específico.
Montevideo, qué linda te veo
Los momentos de conmemoración y festejo nunca están exentos de polémica. Así sucedió a principios del siglo XX con los festejos por el centenario de la Independencia y la Jura de la Constitución, o con los preparativos del Bicentenario en 2011. Del mismo modo, el inicio de los festejos por los 300 años de la ciudad de Montevideo, fijado para el sábado 20 de enero, no fue la excepción. Ahora bien, teniendo en cuenta que los acontecimientos históricos se desenvuelven en procesos multicausales, y recordando que es tarea del historiador señalar determinadas fechas como trascendentes en esa sucesión de posibilidades, es dable pensar que quienes eligieron la fecha de 1926 para conmemorar los 200 años de Montevideo tomaron un aspecto del proceso con el cual podían identificarse en su presente, como puede ser la tenencia de títulos de propiedad de la tierra. Del mismo modo, festejar los 250 años de la fundación de la ciudad en 1976 responde a las lógicas propias de la dictadura cívico-militar, que ya en 1975 había organizado los festejos por los 150 años del desembarco de los Treinta y Tres orientales, y que en ese 1976 tenía planificado otras conmemoraciones con el fin de sostener y ampliar apoyos sociales al régimen.
Montevideo no tiene una fecha de fundación, sino que responde a un proceso fundacional. En ese sentido, 1724 es una fecha tan válida como 1726 o 1730, fecha en que se instaló el Cabildo montevideano. La elección de una fecha u otra para la realización de festejos responde a criterios políticos diferentes, en resonancia con la sensibilidad de la época.
En otras palabras, los festejos pondrán el acento en la instalación de autoridades de gobierno de la ciudad, o en la existencia de propietarios, o en la existencia de habitantes del lugar. Cada una de estas elecciones deja de lado otras posibles, por lo que la polémica es inevitable y bienvenida.
La conmemoración, entonces, es un momento fuerte para la comunidad, un momento de verdadera fiesta popular que representa un corte y un descanso en la monotonía de la rutina. Al decir de Mona Ozouf, hay que tener presente que siempre existirá una porción de la sociedad a quienes la fiesta popular desagrade, “la fiesta-espectáculo no puede complacer ya a unos hombres que, ante los disfraces y las máscaras, sienten la doble distancia del miedo social y de la repugnancia estética” (Ozouf, 2020; p. 11), aunque estas consideraciones ameritan otros apuntes.
Miguel Montilla Machado es profesor de Historia.
Bibliografía citada
- Carr, E. (1984). ¿Qué es la Historia? (2ª ed.). Editorial Ariel.
- De Certeau, M. (2006). La escritura de la historia (2ª ed.). Universidad Iberoamericana.
- Demasi, C. (2004). La lucha por el pasado: historia y nación en Uruguay (1920-1930). Ediciones Trilce.
- Ozouf, M. (2020). La fiesta revolucionaria. 1798-1799. Prensas de la Universidad de Zaragoza.
- Palti, E. (2003). La nación como problema. Los historiadores y la“cuestión nacional”. Fondo de Cultura Económica.
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Existe una calle de dos cuadras llamada 4 de Octubre Tercer Milenio, a un par de cuadras de Avenida de las Instrucciones, entre el Barrio Municipal Instrucciones y el Barrio Jardines de Instrucciones. Sospecho que el nombre de esta calle no debe tener relación con los hechos de 1828. ↩