La disrupción de la cuarta revolución industrial está consolidando la inmaterialización de la economía, la mutación de las formas sociales de convivencia y comunicación, las formas de entender el mundo del trabajo, los mecanismos de generación de capital y su apropiación, sea en sus formas de acumulación o distribución. Genera la unidimesionalización de las subjetividades con una alta atomización que se refleja en las burbujas que suponen las redes. Deslocaliza procesos y cadenas de valor y vínculos que estaban ligados al territorio y los sitúa en lo global y lo virtual. Asimismo, genera nuevos imaginarios de cómo entendemos y entenderemos lo humano y la cultura en el siglo XXI y las instituciones que den cuenta del pacto social por imposición, negociación o emancipación que se instalarán a partir de las transformaciones actuales.
Hoy asistimos a un cambio de relatos sobre cuál es la centralidad del devenir humano a partir de los impactos que desencadenan las tecnologías digitales, y uno de sus aspectos, que son los algoritmos. Ello implica desafíos a partir de una creación que tiende a sustituir las formas y espacios en los que nos identificábamos desde lo individual a lo social, lo público y lo privado, lo local y lo global. En la medida en que reformula la idea de lo humano y su relación con los instrumentos tecnológicos que genera, instala dilemas éticos, políticos, culturales y económicos para las identidades surgidas de las revoluciones industriales precedentes y las construcciones societales, formas de mercados y estados. También genera dilemas para el ser social y cultural que se expresan en los conflictos y contradicciones sobre cómo y por dónde se instalará este nuevo paradigma. En consecuencia, en qué favorece o no a toda la humanidad, quiénes serán los más beneficiados y quiénes perderán más. En qué medida amplificará o reducirá las brechas ya existentes entre ricos y pobres, entre norte y sur, entre pueblos y continentes, entre grupos étnico-raciales, mujeres y varones, así como diversidades sexuales y personas con discapacidad.
Los algoritmos pasan a ser el nuevo instrumento para la estructuración de los mundos de la vida que se reflejan en procesos productivos, financieros, comunicacionales, gestión de cadenas de valor y servicios, del sujeto de las decisiones en el conflicto capital-trabajo, al tiempo que inciden en las formas de participación, representación y deliberación de las democracias.
Está emergiendo un nuevo paradigma con muchas oportunidades y riesgos para las sociedades, colectivos y personas que ya están en situaciones de desigualdad y ausencia de acceso a derechos que han generado las revoluciones anteriores. A lo que se agrega un nuevo reordenamiento de actores de decisión que pasa de los estados a las empresas transnacionales, de los pactos nacionales a la ausencia de acuerdos en lo internacional, haciendo obsoletas o disociadas a las instituciones que normativizan y dan garantías a todas las partes, sobre todo a quienes están en condiciones de mayor vulnerabilidad, exclusión, dependencia y descarte en el modelo emergente.
Asimismo, la reformulación de las organizaciones, actores y clases que se benefician exponencialmente de los mecanismos y formas de desarrollo y aplicación de los algoritmos configuran nuevos sujetos ideológicos y políticos vinculados a una forma de la economía desregulada, centrada en los individuos articulados, controlados y monitoreados por quienes manejan el diseño e implementación de los algoritmos. Desde un Gran Hermano que lo ve todo, hasta configurar las tendencias de consumo, las preferencias políticas y las formas de empleo fluctuante entre otros factores disruptivos e innovadores que traen los procesos que estamos viviendo como cambio civilizatorio o de época.
La pandemia aceleró estas transformaciones e incorporación de tecnologías y procesos basados en la generación de algoritmos que son diseñados básicamente por actores privados y del mercado, trastocando la hegemonía de garantías públicas básicas, provocando un desconcierto al mundo del trabajo, las academias, los gobiernos y la política.
Impacto de estos cambios en el mundo del trabajo
La primera revolución industrial trastocó un mundo jerárquico y estático que desencadenó una relación de capital/trabajo-trabajo/capital que estructura el sistema capitalista. Se dieron procesos no sólo en lo económico, sino en lo político y cultural, que gestaron instituciones sociales y jurídicas que asumieron la tensión entre los polos de apropiación socializada o concentrada de los avances que se producían, a través del rol que adquiere el Estado social, los sindicatos, las asociaciones empresariales y sobre todo los modelos de negociación, pactos y acuerdos explícitos e implícitos que dan sustentabilidad a procesos de acceso equitativo. Cada una de las revoluciones industriales que le sucedieron fue acompañada de formas institucionales y políticas que canalizaron más igualitaria o desigualmente los avances de la humanidad.
Hoy nos encontramos en un momento profundamente disruptivo para el que no sirven mucho las categorías de análisis que teníamos ni durante el fordismo ni el posfordismo, ni durante las primeras fases de una economía globalizada y unipolar de la última década del siglo XX. Aunque, según algunos estudios, estaríamos ante una nueva forma de fordismo y taylorismo. La transnacionalización de la economía conllevó una desestructuración del rol de los estados nación, así como del tipo de sujetos que se ponían en relación del conflicto capital/trabajo, y a la vez se generaron nuevas subjetividades que son parte ejecutora, dependiente o sumida en estos nuevos procesos.
La reformulación de las organizaciones, actores y clases que se benefician exponencialmente de los mecanismos y formas de desarrollo y aplicación de los algoritmos configuran nuevos sujetos ideológicos y políticos.
Junto a la dinámica exponencial y geométrica que conllevan los cambios actuales asistimos a un cambio de paradigmas societales y del mundo del trabajo que debe ser analizado en su complejidad, a partir de parámetros que puedan ser debatidos desde varias variables a la vez. Por un lado, situando el valor/disvalor que implica la prescindencia de mano de obra manual e intelectual para muchas tareas que sustituyen las computadoras, la robótica y los algoritmos.
Digo valor/disvalor porque es necesario analizar, en una línea de tiempo histórico mayor, el valor que implica que muchas tareas ligadas a empleos que se superarán liberen tiempo de ocio para las personas y los pueblos, favoreciendo otras dimensiones que no se aceptaban como buenas en la ética productivista. Esto lleva a la pregunta por la productividad acumulada a nivel local, regional y global para sustentar la nueva etapa en la que entran las formas del trabajo y la convivencia o desagregación social y cultural.
En tal sentido, trabajo y empleo ya no pueden ser sinónimos y es necesario preservar la condición del ser sujeto de trabajo de las personas y en el proceso social más allá de las formas del empleo.
El trabajo como lo que se realiza, el empleo como lo necesario para obtener ingreso y el ocio que permite la autonomía del deseo debería ser posibilitado como un derecho de todas las personas, colectivos y pueblos a partir de tecnologías que tienen la condición de liberar a los sujetos de la dependencia; sin embargo, las contradicciones de poder entre sujetos sociales en las relaciones laborales deben dar cuenta de los mecanismos que creen círculos virtuosos y no que agudicen la depredación de la intemperie a la que se ven expuestos la multiplicidad de sectores que vivencian un perspectiva de inseguridad integral con el cambio de época. Se reclama repensar estructuralmente el sistema de seguridad social para el mundo que emerge. No sólo asegurar conquistas o ajustar sistemas, sino innovar en una nueva malla de protección social que dé cuenta de los cambios de forma inclusiva y equitativa.
Relaciones laborales y la gestión algorítmica
Por más que se hayan desestructurado las formas que daban sustento al pacto base del Estado social pos Segunda Guerra Mundial y que la cuarta revolución industrial se encuentre en su fase expansiva y de consolidación de un paradigma disruptivo en todos los planos que quiebra el marco en el que se negociaban las relaciones laborales, sin embargo, hay constantes a ser reflexionadas en el devenir al que asistimos, buscando rescatar lo mejor y evitar lo peor. Las tecnologías basadas en algoritmos y la inteligencia artificial están impactando tanto en la gestión de recursos humanos como en las interacciones entre empleados y empleadores.
El desarrollo de estos innovadores mecanismos digitales y tecnológicos puede terminar siendo beneficioso al facilitar y flexibilizar el cumplimiento de roles laborales, aunque también existe el riesgo de que estos instrumentos afecten negativamente y vulneren derechos de las personas, particularmente los derechos de las personas trabajadoras dependientes o autónomas que no son decisores en ningún nivel de la cadena de generaciones de resultados.
A diferencia de los humanos, los algoritmos no tienen emociones. Accionan sin pasión y sólo calculan, sin poder crear o sorprendernos. Pero en la medida en que los humanos les aportemos, consciente e inconscientemente, vida y sentimientos esto los hace susceptibles a la discriminación de si los datos que reciben están sesgados, lo que es propio de las subjetividades humanas y no de las máquinas que creamos los humanos.
Algunos dilemas que hacen a cómo pensar las relaciones laborales actuales es problematizar la gestión algorítmica, desde quién provee la información y en qué parámetros, para que los desarrolladores formulen el sesgo de un algoritmo. Qué vínculo existe entre las formas de desarrollo tecnológico y regulación pública. La necesidad de democratizar y abordar críticamente esta fase es sustantiva para un futuro en que la relativa autonomía de lo humano como sujeto de libertad no quede sumida a su creación. Qué transparencia se acepta o no en la formulación de los algoritmos, para que en la relación entre empleados y empleadores exista una equidad básica para un marco de acuerdo de relaciones laborales. Por otro lado, qué información se provee a los ciudadanos y consumidores sobre el desarrollo de los algoritmos y cómo la política en cuanto espacio de debate público y las instituciones de garantías de derechos pueden mediar en los conflictos que se generan, sean estos de información, apropiación de resultados, o de márgenes de decisión en la condicionalidad a la que exponen la parcialidad e unidimensionalidad de la “lógica” algorítmica.
Si el poshumano que traen los algoritmos se pretende que favorezca a la emancipación humana, a garantizar mayor libertad, igualdad/equidad y fraternidad/sororidad, tanto en lo material como en lo subjetivo, será necesario instalar no sólo un debate técnico y de políticas públicas. Es necesario un debate ético y político de las relaciones de poder y valores que desencadena unidimensionalmente un paradigma creado por los humanos, que es manejado por pocos y en base a los intereses de hegemonía de algunas organizaciones más que del bien público que da sustento a relaciones laborales justas. Un debate abierto tanto en la opinión pública, los actores sociales, sindicales, empresariales como en lo académico, desde lo interdisciplinar.
Nelson Villarreal Durán es filósofo y cientista político, y docente de Fundamentos Filosóficos de las Relaciones Laborales en la Facultad de Derecho de la Universidad de la República. Este artículo fue publicado originalmente en la revista digital internacional Comunidad para la Investigación y el Estudio Laboral y Ocupacional.