Según establece el dicho popular, la culpa es tan fea que no la quiere nadie. Y los dichos populares siempre son, además de oportunos, muy lúcidos. La noche de la derrota electoral de la coalición en el balotaje presidencial del pasado 24 de noviembre, el candidato oficialista que resultó perdedor, el delfín del mismísimo presidente de la República, Álvaro Delgado, quiso sacarse rápidamente la culpa propia del fracaso electoral, seguramente atisbando ciertas responsabilidades que le podrían venir a reclamar sus socios electorales y correligionarios. Porque seguramente se le vienen encima varios cuestionamientos sobre algunas de sus decisiones y sus distintas actuaciones durante la campaña electoral. Algunas de ellas se le habían formulado en el mismo momento de producirse, por ejemplo el nombramiento como compañera de fórmula de Valeria Ripoll, lo que demostró ser, como le anunciaron algunos compañeros, un total error, ya que tuvo una muy mínima presencia electoral, no fue electa diputada y, por lo tanto, se ha quedado sin ningún cargo a desempeñar por elección popular.
Lo que hemos podido observar en estos días posteriores al balotaje son algunas acusaciones cruzadas, y muchas tensiones que buscan reconsiderar liderazgos, además de que nadie quiere pagar las facturas de la derrota. Por ejemplo, en estas últimas horas se produjo un fuerte cruce entre el intendente de Paysandú, Nicolás Olivera, y el senador electo Sebastián da Silva. El primero le reprochó ausentarse de la “foto de la derrota” y dijo que se trató de una “actitud cobarde”. Lo que recibió como respuesta fue que “cobarde es estar comiendo canapé viendo cómo te ganan en Paysandú”. Da Silva también cuestionó que no todos sus correligionarios defendieron al gobierno con la misma intensidad. No pequemos de ilusos esperando que la autocrítica incluya el uso de la violencia y el agravio como métodos políticos, algo que el resultado electoral parece evidenciar que obtuvo el rechazo de la ciudadanía.
Al final, al candidato podría pasarle lo mismo que les pasa a los directores técnicos de fútbol: si gana, se vuelve un estratega fenomenal que todo lo hizo bien, pero si pierde, los errores no se perdonan y además siempre se castigan. Es que los procesos de culpabilización suelen ser complejos y muchas veces buscan, como lo estudia el antropólogo René Girard, chivos expiatorios, que por definición tranquilizan, aunque no resuelvan problemas.
No vamos a admitir la tesis de que Álvaro Delgado chocó una Ferrari, es decir que por su incapacidad no pudo continuar con lo que las encuestas afirman que es una gestión presidencial y de gobierno maravillosa que tiene un altísimo clamor y apoyo popular. Esas encuestas, presentes desde el primer día, amparan y protegen al presidente Luis Lacalle Pou de cualquier cuestionamiento. Porque la verdad es que el candidato a presidente que durante toda la campaña se presentó como el continuador de la obra del gobierno de Luis, como su más fiel compañero, como el hombre que estuvo en cada acto de gobierno, la gente decidió que no fuera presidente. Porque esa culpabilización al candidato y otras acusaciones cruzadas evitarían efectivamente incluir entre la lista de los responsables del fracaso al mismísimo presidente.
Y esa culpa es la que se quiere evitar, porque Luis es presentado diariamente como el hombre que todo lo hace bien, el hombre sensible cerca de la gente, el que es suave con las personas y duro con las ideas. También, al culpar principalmente al candidato, o a errores de otros dirigentes, se evita hablar de los actos más oscuros de este gobierno y que lo afectaron en gran medida. Varias cuestiones han golpeado duro la credibilidad y honestidad del gobierno: los casos Penadés, Marset y Astesiano, las entregas de viviendas de una de sus ministras (quien terminó absorbiendo culpas individualmente aunque nunca las asumió y reconoció), el caso de la publicidad del Ministerio de Turismo, los hechos que involucraron al presidente del directorio del Partido Nacional, Pablo Iturralde y sus palabras sobre una fiscal, los becarios de la Comisión Técnica Mixta de Salto Grande acomodados por un alto dirigente nacionalista y muy cercano al presidente, y también el bochorno de las horas extras de la Intendencia de Artigas.
Después se encuentra toda una línea de cuestionamientos a la obra económica. Si bien durante toda la campaña electoral el gobierno se presentó como altamente exitoso en esa materia, lo cierto es que hubo cuatro años de pérdida salarial, aumentó la deuda del país, no se bajó el déficit fiscal, aumentó la pobreza infantil y se acrecentó de manera histórica la población en situación de calle y también el número de homicidios, ya en cifras récord. Recordemos que fueron temas que habían prometido resolver. La percepción ciudadana fue que no se movió la aguja en materia de seguridad pública.
Hay que decirlo, porque si alguien pretende siempre arrogarse el mérito de todo éxito, debe tener el valor de asumir las derrotas, y por eso debe afirmarse la responsabilidad de Luis en la derrota, aunque la narrativa lo excluya de toda culpa. Debe señalarse además que durante las últimas semanas previas a las elecciones, el presidente bordeó la fina línea de violar su prohibición de participar en la campaña electoral. El propio día de la contienda electoral, Lacalle Pou fue seguido por los múltiples medios durante toda la jornada, testimoniando y registrando cada uno de sus movimientos y declaraciones en varios momentos. Fue interrogado por una notera de TV Ciudad, quien le preguntó por su ausencia de la reunión del G20, a lo que el presidente contestó que no fue porque “tenía cosas que hacer acá”, era la “última semana de campaña electoral y tenía que estar en algunas inauguraciones”. Y por eso le pareció que no debía estar ausente del país.
Si alguien pretende siempre arrogarse el mérito de todo éxito, debe tener el valor de asumir las derrotas, y por eso debe afirmarse la responsabilidad de Luis en la derrota, aunque la narrativa lo excluya de toda culpa.
En estos últimos días produjo una de sus mejores actuaciones, cuando se lo pudo ver en la inauguración de unas viviendas en el interior del país, y en la que colocó una bombita de luz en una de ellas, ante el júbilo de quienes lo presenciaban. Todo presentado como si se tratara de una escena espontánea y no de una escena preparada y montada.
Ni siquiera el furor de todas las inauguraciones aceleradas en las últimas semanas fue suficiente. Nada hizo que la población optara por darle continuidad al gobierno, y al final votó por ponerle fin al proyecto que él encabezó, y eligió que el Frente Amplio vuelva al poder, a pesar de estar continuamente malignizado.
Luis adoptó el papel de hombre generoso y comprensivo, gentil con la prensa (al menos hasta que alguna repregunta o insistencia lo incomoda), nombrando cada vez que puede a cada notero, humilde y entendedor de toda situación, alejándose de todo lo negativo, pero dejó que otros miembros de su partido adoptaran el juego sucio como procedimiento, y nunca los condenó. En la lógica de toda autoridad, él no puede deslindarse de lo negativo aunque sea permanentemente auxiliado, él es el primer responsable de lo que dicen y hacen los suyos.
Las horas que siguieron a la elección mostraron a ciertos actores del gobierno perplejos, impactados por haber perdido la elección, sosteniendo que el gobierno blanco fue algo supremo y fabuloso. Algunas voces, como la del senador Sergio Botana, dejaron excepcionalmente unos comentarios críticos al afirmar que se había descuidado a los departamentos fronterizos. Que la población eligió cambiar quizás revele que el gobierno de un modo narcisista se ha autopercibido de una manera muy distinta a como lo hace la mayoría del país.
La verdad es que todo se arma para que el presidente nunca asuma ninguna culpa de lo negativo, y sólo sea acumulador de los méritos y de lo benéfico. Pero bueno, Luis, el que solamente pasó a saludar, el que siempre cree en sus amigos y continuamente es burlado en su buena fue, ya está preparando su regreso, que al final parece ser lo más importante. Y la verdad es que para lograr su regreso triunfal, el escenario de esta derrota parece ser en lo personal lo más beneficioso, apareciendo ya consolidado como el líder indiscutido de su partido y también de la coalición.
Tengamos en cuenta, por ejemplo, que tiene un amplio dominio sobre el Partido Colorado, donde, por ejemplo, su reciente candidato, y hoy senador electo, se definió como un gran admirador del presidente, adoptando además muchas de sus formas comunicativas y gestos. A esto se suma el exsenador y exministro de Trabajo y Seguridad Social Pablo Mieres, que no tendrá ningún cargo público por decisión popular, pero que ha demostrado una total genuflexión ante el Partido Nacional y ante el mismo Luis.
Regresar a sacar al Frente Amplio del poder será el fin y objetivo que más fortalecerá a Luis Lacalle Pou ante la posibilidad de su segunda elección como presidente, ya que sabe muy bien que en posición de ataque se fortalecerá, mientras que defender una gestión que tendría diez años lo hubiera ubicado en posición de mayor debilidad y en un escenario de mayor adversidad.
Apenas conocido el resultado del balotaje, pudo verse en las redes sociales a muchas personas consolarse de la derrota electoral expresando la esperanza puesta en que todo se revertirá en 2029, año en el que Luis podría retornar al poder.
Fabricio Vomero es licenciado en Psicología, magíster y doctor en Antropología.