El viernes 13 a las 18.00, se cumplirá la ceremonia por la que una plaza ubicada en Estrella del Sur y Aparicio Saravia, en el barrio de Peñarol, llevará el nombre de Gilberto Coghlan, un militante obrero de la Unión Ferroviaria muerto por torturas el 14 de diciembre de 1973.

Nos decía Hugo Cores que, para medir la talla de un militante, había que entender su aporte a las luchas populares midiéndolas en el marco de su época, con las particularidades de los retos de un período histórico particular e irrepetible. 

En julio del 2000, el entonces director nacional de Sanidad de las Fuerzas Armadas, general Walter Díaz Tito, disertaba señalando que: “En un mundo globalizado, en constante evolución en diferentes áreas, resulta cada vez más difícil prever el futuro, particularmente por la vertiginosidad en la presentación de nuevos acontecimientos”1. Sin embargo hay que admitir que para el militar retirado no fueron vertiginosos los acontecimientos que concluyeron con su reciente procesamiento como coautor de reiterados delitos de abuso de autoridad contra los detenidos con reiterados delitos de privación de libertad en la causa por el asesinato de Gilberto Coghlan, ya que transcurrieron más de 50 años.

Lo que sí es seguro es que le fue difícil prever su futuro a pesar de que existieron señales durante los últimos 25 años de que, más tarde que nunca, debía rendir cuentas, al menos de los hechos que rodearon la muerte de Gilberto Coghlan el 14 de diciembre de 1973.

Una modesta plaza ubicada frente a los talleres donde Coghlan desempeñó su oficio de oficial carpintero, y el reciente procesamiento del General retirado Walter Díaz Tito, se suman en dos formas de hacer justicia.

Pero como decía el general, los tiempos cambian. Para bien o para mal, al menos para algunos. No cambiaron por muchos años, por ejemplo, para los familiares y los compañeros de Gilberto Coghlan, que padecieron, resistiendo los tiempos de la impunidad, mientras aquellos tiempos el gobierno del Uruguay consideraba como un hecho "grave" en las relaciones bilaterales y los altos mandos del Ejército existiera "malestar" porque los Estados Unidos ponían en entredicho entregarle el beneplácito para acreditarlo para dirigir la agregaduría en Washington, por saberlo vinculado con violaciones de los derechos humanos.

Según indicaron en aquellos días fuentes militares, Díaz Tito solicitó la formación de un Tribunal de Honor para que se examinara su conducta, pero el jefe del Ejército, teniente general Santiago Pomoli, denegó el pedido por considerarlo "innecesario" porque no existían acusaciones concretas contra Díaz Tito.

Una modesta plaza, lindera con una escuela pública ubicada frente a los talleres donde Coghlan desempeñó su oficio de oficial carpintero, y el reciente procesamiento del general retirado Walter Díaz Tito, se suman en dos formas de hacer justicia.

Raúl Olivera Alfaro es fundador del Observatorio Luz Ibarburu.


  1. Editorial de la publicación de la Dirección Nacional de Sanidad de las Fuerzas Armadas: Salud Militar, vol. 22 n° 1, julio de 2000.