El 14 de febrero, en el programa Fácil desviarse de Del Sol FM, le hicieron una entrevista a Inés Monzillo, excabildante y ahora novel militante de la lista 40 del Partido Nacional. El segmento de casi una hora versó sobre diversos temas políticos, sobre todo de las razones de su alejamiento de Cabildo Abierto, y su experiencia como parlamentaria, al ser diputada suplente.
Pasada la mitad de la entrevista, los conductores trajeron a colación un posteo en la red X, que Monzillo realizó el 24 de enero, donde pegó una imagen del espectáculo de parodistas Los Muchachos, en su avant premiere en el Teatro de Verano, acompañado del siguiente texto: “Mataron el #Carnaval2024 antes de empezar. Ya no quiero ni escuchar la letra. Una imagen dice todo. Las minorías ruidosas. #adioscarnaval #parecementiralascosasqueveo”.
En la entrevista se explaya un poco más al respecto, no tanto sobre el espectáculo de Los Muchachos, que entiendo que no vio, sino sobre su mirada acerca de lo que ella califica como “minorías ruidosas”, donde con soltura construye un discurso de resistencia a los derechos y reclamos de los colectivos LGBTQ+ y otras disidencias sexuales.
Como uno de los responsables del texto del espectáculo, así como de la dirección artística, sentí que algunas respuestas habría que dar, con la intención de ampliar el debate y de afirmar la importancia de poner en el escenario estos temas. La homofobia existe, y la negación de los derechos y sus conquistas, así como la forma de conseguirlos, parece estar en boga en ciertos sectores de la política nacional y regional.
En primer lugar, invito a ver el espectáculo de Los Muchachos, a Monzillo y todas las personas que están leyendo. Pueden verlo en cualquier tablado, en el Teatro de Verano o en Youtube. Si bien ella no manifestó un juicio de valor sobre el espectáculo en concreto, sí se negó a “escuchar la letra” sólo al ver el logo de Los Muchachos 2024, formado por un puño con los colores del arcoíris, acompañado de la palabra “Orgullo”.
Como breve aclaración, en parodistas Los Muchachos hacemos una presentación dedicada a la marcha del orgullo, una primera parodia sobre Freddie Mercury, y como segunda parodia la historia del movimiento LGBTQ+ en Uruguay. Para esto último nos basamos en entrevistas a diferentes activistas y personalidades uruguayas, como en el libro del profesor de historia Diego Sempol (2013) De los baños a la calle. Historia del movimiento lésbico, gay, trans uruguayo (1984-2013).
Las minorías ruidosas
En la entrevista Monzillo explica que llama “minorías ruidosas” al colectivo LGBTQ+, porque no son la mayoría de la población, y porque hacen ruido, y dice que no siempre los homosexuales están de acuerdo con lo que reclaman.
Hay mucho para analizar en ese razonamiento. En primer lugar, que una persona sea gay, lesbiana, trans o bi no implica que automáticamente piense igual que otro gay, otra lesbiana, trans o bi. Es decir, la vida sexual o la identidad de género no iguala posturas económicas, políticas, sociales ni ideológicas. Los heterosexuales tampoco se comportan de forma monolítica, ni se espera que sea así. Por lo tanto cabría preguntarle a Monzillo cuál es el problema de que haya personas homosexuales que no estén de acuerdo con los reclamos o la forma de reclamar de los colectivos más visibles del movimiento. ¿Le quita legitimidad a ese reclamo? No logro entender esa línea de razonamiento. Parecería que los colectivos LGBTQ+ sólo son legítimos en cuanto representan cien por cien el interés de todos, algo que ni siquiera ocurre dentro de un mismo partido político.
Otra pregunta que le planteo a Monzillo es sobre las minorías y el ruido. No logro entender cuál es el problema con que haya minorías que hagan ruido. Por momentos en la entrevista se confunde o se desconoce el concepto de minoría. Las minorías son una categoría relativa al peso en la influencia social y política, no a la cantidad de personas. El mejor ejemplo son las mujeres, que pueden ser consideradas una minoría, no porque sean menos que los hombres en nuestro país, sino porque como grupo ha sido vulnerado y excluido de los círculos de poder y de decisión.
Justamente por esa condición de exclusión o negación, las minorías deben protestar o hacer ruido para que su reclamo sea visible. Como sociedad deberíamos ser más amigables con el conflicto y los ruidos, porque gracias a que los seres humanos somos conflictivos, e hicimos ruido, hoy no seguimos siendo esclavos de un faraón que decía ser un dios en la tierra. El ruido de las minorías pudo poner en debate, a lo largo de la historia, los problemas de la esclavitud, la tortura, el sometimiento a los indígenas, mejorar las condiciones de vida y trabajo de los obreros, la construcción de la democracia, etcétera. Gracias a que hubo personas haciendo barricadas y guerras civiles, hoy tenemos programas de radio donde Monzillo puede decir estas cosas. Y gracias a esas mismas personas, tenemos medios de prensa libres donde se puede responder para matizar algunas cuestiones, y agradecer un poco más a los ruidos de las minorías.
Más adelante la entrevistada profundiza aún más en su concepto de “minorías ruidosas”, en una crítica a nuestra decisión de contar su historia en un espectáculo de carnaval. Dice Monzillo en la radio: “No se le puede hacer publicidad sólo a esa minoría ruidosa, hay otra mayoría que no hace ruido y también reclama”.
Hacer un espectáculo que aborde la temática de la diversidad sexual y las disidencias no es hacer una publicidad. La publicidad implica un intercambio de intereses que en este caso no existe. Si ven el espectáculo de Los Muchachos 2024, pueden tener la tranquilidad de que ningún componente, cuando actúa o canta, está incitando a nadie a vivir la sexualidad de una manera en particular. Por eso no se entiende el uso del término “publicidad”, porque no estamos vendiendo un producto o una forma de ser, vivir o sentir, sino que estamos poniendo sobre el escenario la historia de un colectivo, como cuando hicimos la historia de la música tropical (2020) o la historia del barrio Cerro (2023). En ambos casos contamos la historia de personas, de grupos de personas, y no estábamos invitando a nadie a convertirse en un músico tropical ni a mudarse al Cerro.
Este año tocó elegir la historia de otro colectivo, pero parece que despertó el miedo conservador. ¿Cuál es el problema de contar la vida de una activista lesbiana que denuncia su historia de sufrimiento y ocultamiento? ¿Por qué no se puede hablar del miedo de perder el trabajo por ser homosexual, de soportar el humor homofóbico, o que los traten de desviados, o que procuren curarlos, o que les digan en su propia cara que les dan asco? ¿Eso no se puede contar en carnaval? ¿Acaso hay temas que están prohibidos?
¿Cuál es el problema de contar la vida de una activista lesbiana que denuncia su historia de sufrimiento y ocultamiento? ¿Por qué no se puede hablar del miedo de perder el trabajo por ser homosexual?
Monzillo aclara que ella no anda preguntando la sexualidad de cada uno, y que no precisa saberlo para respetar más a una persona que a otra. Con ese razonamiento abona a la clásica idea de la sexualidad como un evento privado, que sucede en la casa. Algo de lo que Sempol llama en su libro “tolerancia opresiva”, es decir, te tolero mientras no hagas de tu condición sexual o tu vida sexual algo público ni reclames un derecho por ello. En el imaginario de Monzillo ¿puede una persona homosexual darse un beso en la puerta del trabajo con su pareja? ¿Pueden ir de la mano a buscar a su hijo o hija a la escuela? ¿Pueden ocupar el espacio público de la misma manera que lo ocupan los heterosexuales, o sólo los toleramos si no lo exhiben demasiado? ¿Pueden entonces ser la temática principal de un espectáculo de carnaval?
¿Pueden los niños y niñas ver a Los Muchachos?
Esta pregunta se plantea en función de una frase de la entrevistada, que considera que no se debería exponer a las infancias a las temáticas de la diversidad sexual. Dice en la entrevista, con relación al carnaval y al posteo de la foto de Los Muchachos: “Ya no es para todos, y considero que tampoco es para los niños, porque a los niños tenemos que preservarlos de todo eso”.
En primer lugar, quiero transmitir seguridad a Monzillo y a quienes leen la columna de que todos los textos de los espectáculos de carnaval son revisados por el Instituto del Niño y el Adolescente del Uruguay, que aprueba o no su contenido. En este caso, Los Muchachos tiene el aval necesario para poder presentarse en todos los escenarios, lo que significa que sí es un espectáculo que pueden ver las niñas y niños uruguayos.
En segundo lugar, puedo asegurar que no presenta riesgos para las infancias, es decir, que pueden disfrutar, o no, del espectáculo sin ningún tipo de protección, porque ver a Los Muchachos en este 2024 no los va a transformar en gays, lesbianas, trans, queer, bisexuales ni en nada en particular. En ese sentido, es un espectáculo sexualmente inofensivo. Pero, además, creer que un niño, niña o adolescente puede ver afectada su identidad por una presentación en un tablado es adjudicar al carnaval un poder que no tiene. Si ni la dictadura cívico-militar, con todo su aparato de control autoritario y represivo, pudo imponer su política cultural, mucho menos lo harán unas cuantas personas con la cara pintada corriendo de tablado en tablado en febrero.
El carnaval es un acto político por definición
Monzillo dice que le molesta “que se politice algo que era para el pueblo, que es del pueblo, el pueblo somos todos, no somos sólo los que levantamos el puño cerrado ni los que usamos la bandera LGTB”. De esta manera se confunde una vez más, como muchos políticos lo hacen, el concepto de lo político con lo partidario o político partidario.
El carnaval es político, porque es una expresión de la polis, de la ciudad, y todo lo que sucede en la polis es político. Hacer un espectáculo, de cualquier tipo, es una decisión política. Lo que quizás muchos, como el ministro de Educación y Cultura, el de Turismo y la propia Inés Monzillo, quisieron decir fue que les parecía muy político partidario, que es otra discusión, y que se podría abordar en otra columna.
El carnaval es una expresión política, y deberíamos agradecer que así sea. Es muy importante la política y lo político, porque implica reconocer al otro. Un espectáculo como el de Los Muchachos en 2024 trata de poner sobre el escenario también al homofóbico y su rechazo, y permite que personas como Monzillo den su opinión y consigan un espacio para expresarse. Eso es sano, en tanto ocupan un espacio público que permite el intercambio para poder contestar y generar el debate. Habrá cosas innegociables para uno y para otro. En lo personal, es innegociable la negación de derechos, o la invisibilidad del sufrimiento.
No son diferentes, son iguales
En la entrevista, Monzillo se refiere a que no hay que tratar a las disidencias sexuales como algo diferente, porque somos iguales: “Se les da más exposición de que son diferentes. ‘Ah, mirá, estos son diferentes’. ¡No!, son iguales, somos todos iguales, no tienen por qué tener el cartelito o la banderita, trátenlos como iguales”.
La línea editorial de nuestro espectáculo es justamente esto que plantea Monzillo, pero al revés. Ella simplifica la cuestión, dice que no hay que exponerlos como diferentes, y justamente eso es de lo que se trata, de poner arriba del escenario la historia de un colectivo que fue tratado como diferente, al que se le negaba la igualdad.
Dice ligeramente “somos todos iguales, no tienen por qué tener el cartelito”, cuando “el cartelito” se lo ponían los aparatos represivos del Estado. En la parodia contamos cómo se extorsionaba a los homosexuales en los 70 y 80 cuando los encontraban en situación de levante de parejas, acusándolos de “pederastas pasivos o activos”. Si una persona no puede conseguir pareja en el espacio público, no es igual. Si bien la homosexualidad no era un delito, desde 1934, la Policía buscaba mecanismos para considerar como escándalo un beso de dos personas homosexuales. Esas detenciones repercutían en los certificados de buena conducta y les impedían obtener el pasaporte y viajar, por ejemplo. Eso contamos. Recreamos en el escenario el trato diferente, y no igual, que recibieron las personas homosexuales en nuestro país.
Contamos que cuando se discutió la ley de inseminación artificial, pusieron un artículo especial que lo prohibía para lesbianas. O sea, una mujer era mujer para recibir la inseminación si era heterosexual, pero si era lesbiana entonces era otro tipo de mujer, una especie de no mujer, una desigual. Contamos cómo las parejas homosexuales no podían heredar, no les correspondían derechos de sucesión ni pensiones cada vez que su pareja se moría. No eran iguales, eran diferentes a los demás. Contamos cómo la idea de la ley de matrimonio igualitario igualó a las personas, porque dejó de haber relaciones de primera y de segunda categoría en derechos. No importa si una pareja homosexual se quiere casar o no, pero el solo hecho de que sea legal, el solo hecho de que nada se lo impide a nivel jurídico, habilitó a que sean iguales en el disfrute de su vida de pareja. Contamos esa historia, la historia de un colectivo que fue tratado de desviado, invertido, enfermo, que tuvo que tomar coraje y ocupar el espacio público para que se le reconocieran derechos, y dejaran de ser diferentes, para ser iguales. Una historia triste con final alegre. Una historia ideológica y política, pero no político partidaria, porque además la ley de matrimonio igualitario tuvo apoyo y detractores en todos los partidos políticos de aquel entonces.
Agradezco vivir en una democracia donde junto a un enorme equipo de trabajo se pudo contar esta historia política de resiliencia y de derechos. Donde se puede escuchar opiniones de personas que se sienten heridas o vulneradas, cuando se cuentan historias de personas heridas y vulneradas, y agradezco que se pueda contestar a esas personas para que se genere el debate.
Maxi Xicart es profesor de Historia, magíster en Educación, y forma parte del equipo creativo de parodistas Los Muchachos.