En lo que refiere al debate público, es común ver que algunas posiciones son calificadas como "inviables" o “que van en contra de hacia donde va el mundo”. Dos ejemplos actuales podrían ser las discusiones en torno a las recolecciones de firmas para el plebiscito por la seguridad social promovido por el PIT-CNT y el plebiscito contra la usura promovido por Cabildo Abierto.

Creo que estos debates se vuelven más ricos cuando se los piensa de forma abstracta. Por ejemplo, en los últimos años el mundo se ha vuelto más “productivo” a partir de los avances tecnológicos se precisan menos trabajadores para grandes sectores de la economía. Sin embargo, eso no se ha traducido en una vida más tranquila para los trabajadores o en un cambio estructural en las relaciones de poder.

Desde este punto de vista, surge una contradicción: ¿por qué, a pesar de avances de todo tipo, la mayoría de las personas debemos trabajar más tiempo en un mercado laboral más dinámico y cobrar menos dinero? ¿Simplemente porque tenemos una mayor esperanza de vida?

Bueno, esta realidad impuesta tiene una cara ideológica que muchas veces obviamos y, como consecuencia, se convierte en nuestro sentido común. “Es obvio que si vivimos más tiempo y no tenemos hijos, el sistema de seguridad social cae en bancarrota”. Superficialmente lo pensamos así porque nos volvemos incapaces de pensar en un mundo que no funciona de la manera en que funciona el actual.

Esta desideologización del debate público y la reducción de “lo político” que se observa en estos casos es preocupante.

Chantal Mouffe1 argumenta que a partir de la caída de la Unión Soviética, la izquierda tuvo que cambiar su modelo utópico por uno alineado al modelo capitalista. Esto implica una convergencia ideológica de la izquierda y de la derecha en sus bases estructurales.

Por lo tanto, la contienda política abandona la lucha a partir de proyectos políticos en conflicto entre sí y se rebaja a la resolución de conflictos específicos dentro del sistema, lo que se denomina como la pospolítica. En este contexto es que surgen con mayor vigor discursos que pretenden ser aideológicos o técnicos, y calificativos como “inviable” se vuelven más comunes, aunque muchas veces no se diga “inviable con respecto a qué”. De todas formas, en este contexto de consensualismo político sin utopías, el caso uruguayo todavía presenta diferencias importantes entre los dos bloques más importantes. No obstante, hay razones para pensar que estos tienden a una mayor armonización.

Algo que demostró el ciclo progresista, más allá del mejoramiento de muchos indicadores económicos, fue el no cuestionamiento al modelo de acumulación capitalista, sino que, dentro de su margen de acción, realizó políticas redistributivas sin cuestionarlo.

Esto fue más sencillo a medida que el país creció durante los primeros diez años de mandato, pero resultó ser una complicación en su último gobierno, que lo “obligó” a adoptar una postura más recatada2 e incluso, en sus peores momentos, vivió problemas importantes con los movimientos sociales y sucesos vergonzosos como el decreto de la esencialidad en la educación.

Por su parte, más allá de los deseos de algunos de sus dirigentes, la coalición multicolor no ha podido disminuir el Estado de la manera en que ellos querrían y no tienen otra que convivir con su burocracia.

También es cierto que las visiones más conservadoras se han vuelto más ocasionales o camufladas en los partidos tradicionales, ya sea por rejuvenecimiento o porque se ha vuelto más adecuado el silencio, e incluso cuando estas visiones aparecen, generalmente son a título individual.

Entonces, mientras este año electoral tendrá a cuatro o cinco partidos como protagonistas, lo cierto es que por falta de identidad o simple conveniencia, las aguas se dividirán en dos bloques importantes que competirán por el medio del electorado y, como consecuencia, esto supondrá en los hechos una mayor armonización ideológica y, a partir de ello, se contribuirá a una visión homogénea de algunos temas estructurales de organización de la vida cotidiana.

Es por eso que me preocupa, en el medio o largo plazo, que el debate ideológico esté cada vez más ausente y la posibilidad de imaginarse un mundo distinto se vuelva cada vez más inviable.

Ernesto Rodríguez es licenciado en Ciencia Política.


  1. Mouffe, 2010. En torno a lo político

  2. V. Pérez & R. Piñeiro, Uruguay, 2015. Los desafíos de gobernar por izquierda cuando la economía se contrae