La noche del domingo, a pesar de que el Tribunal Superior Electoral de El Salvador no había procesado ni el 1% de los votos, Nayib Bukele, el ahora reelegido presidente del país centroamericano, publicó en su cuenta X que había obtenido 85% de los votos y 58 de 60 diputados. Frente al Palacio Nacional, con una transmisión cinematográfica y fuegos artificiales, Bukele afirmó que El Salvador había batido “todos los récords de todas las democracias en la historia del mundo” esa noche porque “un proyecto nunca había ganado con ese número de votos”. “Es literalmente el porcentaje más alto de toda la historia, la diferencia entre el primer y el segundo lugar es la más alta de toda la historia”. Y fue aún más atrevido: “Esta sería la primera vez que hay un partido único en un sistema plenamente democrático: toda la oposición en conjunto fue pulverizada”.
Que la oposición quedó pulverizada es un hecho. Los dos partidos que dominaron la política del país tras el fin de la guerra civil, el izquierdista Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) y el partido Alianza Republicana Nacionalista (Arena) juntos no lograron superar el 15% de los votos, quedando al borde de la extinción. El propio Bukele lo anunció en su discurso de este domingo: “Este es el fin de la posguerra, el punto de inflexión”. Este posicionamiento es una constante en los discursos del presidente salvadoreño, una constante refundación, una nueva lectura de la historia desde que llegó al poder, borrando el pasado, lo que salió mal, para abrazar lo que salió bien.
Bukele, de hecho, es muy popular entre los salvadoreños y el presidente con mayor aprobación de América Latina. El presidente, que se ha convertido en un ícono pop de la derecha latinoamericana y adoptó el bitcoin como moneda oficial junto con el dólar, se presenta como un intransigente y cool, una especie de “padre protector” que puso fin a lo que la mayoría considera el mayor de los flagelos del país: la violencia de las maras. Pero, al mismo tiempo, el presidente reelecto convirtió a El Salvador en uno de los países con mayor población carcelaria del mundo, domina todos los poderes del Estado, persigue a la prensa y gobierna bajo un régimen de excepción desde marzo de 2022.
La clave de la victoria
Bukele logró reducir drásticamente los niveles de violencia y, en cierto sentido, devolver la paz a los salvadoreños. A juicio del periodista Sergio Arauz, de El Faro, esta es una de las principales razones para entender su reelección. Pero ¿a qué precio? El periodista explica: “Es crucial para entender la victoria electoral que la gran mayoría de las personas que vivían sometidas en sus comunidades por estos grupos criminales ya no sintieran la presión de ser controladas por las pandillas. Bukele logró resolver efectivamente este tema para que la gran mayoría ya no sintiera este monstruo presente en su vida diaria, pero el costo de esto es bastante complejo. Hay 75.000 personas detenidas, sin estado de derecho funcional ni debido proceso, hay muchos inocentes presos; o sea, sacrificamos muchos derechos que están escritos en nuestra Constitución y básicamente sacrificamos la posibilidad de disentir”.
Nada extraño
A menudo citado como un outsider político, en realidad Bukele lleva varios años dedicado a la política y a la gestión, y tiene un proyecto de poder muy claro. Un proyecto que logró alcanzar una carrera meteórica. Empresario y publicista de origen árabe, tuvo su primer cargo en 2012 como alcalde de Nuevo Cuscatlán, un pequeño pueblo de poco más de 7.000 habitantes, ubicado a 13 kilómetros de San Salvador, la capital del país. Desde el principio llamó la atención como una figura joven con un discurso diferente, diciendo que no recibiría un dólar de salario y criticando las estructuras políticas tradicionales, a las que consideraba corruptas. Ganó espacio, mediático y político, y luego de dos años y algunos meses como alcalde, a los 33 años, se convirtió en el candidato del FMLN por San Salvador, obteniendo la victoria en las elecciones municipales de 2015.
De ahí ascendió a la presidencia de la República, ahora sin el paraguas del partido, del que fue expulsado en 2017, cuando aún era alcalde. Las acusaciones del FMLN parecían proféticas. El entonces alcalde fue acusado de conducta personalista, comportamiento mesiánico y de trabajar con un equipo ajeno a la estructura del partido. Bukele inmediatamente se definió como independiente y comenzó a construir su propia candidatura y su propio partido. Para ganar las elecciones de 2019, que lo llevaron a la presidencia, tuvo que hacer alianzas, ya que aún no había logrado registrar el partido que creó, Nuevas Ideas, que sintomáticamente tiene el mismo logo que la ciudad de Nuevo Cuscatlán, donde comenzó su carrera política. En las elecciones de este domingo ya se presentó con su partido, que tiende a convertirse en el partido único de El Salvador, y domina completamente el Congreso Nacional.
Parece que el “dictador más genial del mundo” ejecutará su plan sin oposición alguna y profundizará el alcance del régimen excepcional, que parece haber cobrado mucho impulso tras el apoyo electoral del domingo.
Para Arauz, que ha seguido la carrera de Bukele desde sus inicios, el proceso de crecimiento de la figura del presidente se explica por una razón principal: el cansancio de la gente. Fatiga con la democracia y la política tradicional: “Bukele llegó a ser lo que es convenciendo a la gente de que la democracia no sirve, que los métodos tradicionales de hacer política no sirven y que él es la solución y puede, sí, resolver las cosas sin tanto diálogo, sin tanto proceso, si le damos todo el poder”. Y añade: “Es una realidad que no sirvió para nada, o al menos muy poco en términos de lo básico, para resolver los problemas económicos, la situación de violencia y criminalidad, las cuestiones fundamentales para la mayoría de la gente”. Fue sobre esta base que Bukele construyó una carrera tan exitosa. Joven, carismático, moderno y con un discurso diferente, el presidente salvadoreño fue muy eficaz a la hora de convencer a la mayoría para que le entregara la llave del país y el poder absoluto.
Carta blanca
Tras el categórico triunfo electoral de este domingo, Arauz señala que El Salvador camina hacia la profundización de un camino autoritario: “Hemos estado transitando de una democracia a un régimen autoritario, o híbrido según algunos analistas, y vamos hacia la dictadura. Así pues, a partir de ahora nos dirigimos hacia una dictadura en la que una gran mayoría del pueblo aplaudirá la muerte de la democracia. Vamos hacia lo que se llamaría un “régimen de partidos hegemónico”, que en mi opinión es un régimen de partido único, donde se extinguirá el pluralismo o las diferentes corrientes de pensamiento en el Congreso. Estamos a las puertas de la hegemonía en una sola forma de pensar y ejercer el poder, y esa es la de la familia Bukele y el presidente”.
Para el periodista, “hay una concentración de poder tan importante en manos de una persona y una familia, que de nada vale la orden de un juez, así como la de cualquier otra institución que en una democracia funcional sirva de contrapeso”. Según él, “en términos prácticos, los efectos de esta dictadura fría son los mismos que los que impondría un dinosaurio clásico del pasado”. Parece que el “dictador más genial del mundo” ejecutará su plan sin oposición alguna y profundizará el alcance del régimen excepcional, que parece haber cobrado mucho impulso tras el apoyo electoral del domingo.
Marcelo Aguilar es periodista.
Este artículo fue publicado originalmente en Outras Palavras.