“¿Podemos determinar pautas de una política cultural sin determinar antes qué Uruguay queremos o pretendemos? Y a propósito: ¿qué Uruguay queremos o pretendemos?”
C. Aharonian (2000), Conversaciones sobre música, cultura e identidad, p. 87.

¿Qué es la cultura? Siempre son difíciles las definiciones de los conceptos. Pese a ello, digamos que la cultura es el conjunto de creencias, valores y manifestaciones materiales e inmateriales que conforman la identidad de una sociedad.

Todo proyecto político tiene intrínsecamente una posición respecto a la cultura. El actual gobierno es fiel representante de la cultura hegemónica, que tiene como referencia a la centralidad de la mercancía (en cualquier versión), es decir que tiene al mercado y sus intereses particulares para favorecer a los suyos como centro de todas sus acciones. No tiene a las grandes mayorías en el centro de sus políticas, la lógica que domina es la de acumular riquezas.

El triunfador en esta cultura dominante es el que acumula dinero y riquezas en mayores cantidades. La lógica implica que: “Ricos, pobres, trabajadores, industriales, terratenientes, burócratas, artistas, cuentapropistas, lúmpenes y marginales: [procuren] seguir viviendo, sobrevivir, adaptarse, resistirse a morir, competir por el espacio o el territorio como condiciones de producción” (Sandino Núñez, Psicoanálisis para máquinas neutras, p. 23).

El ser humano que crea el sistema dominante es un ser vacío. “En el capitalismo se produce un determinado tipo de persona; la enajenación es total, se produce un “vaciamiento pleno”. ¿Con qué otra cosa podemos llenar el vacío, si no es con dinero, la verdadera necesidad que crea el capitalismo? Llenamos nuestro vacío con cosas, nuestro imperativo es consumir” (Michael A Lebowitz, Si eres inteligente ¿por qué no eres rico?). Por eso el narcotráfico es tan difícil de detener, es una pieza perfecta de este sistema.

¿Para quién es la cultura?

Tradicionalmente se ha pensado y creído que la cultura era para cierta población reducida, la élite, que es la que sería capaz de apreciar ciertas creaciones de los seres humanos. La concepción elitista de la cultura sostiene que no toda la población está capacitada ni necesita acceder al conocimiento que ha elaborado a lo largo de la historia el ser humano. Alcanza con algunas normas y nociones –competencias básicas– para que pueda acceder a un trabajo en un mundo en cambio permanente. Los gustos y prácticas culturales de esa masa serían una cultura menor.

En esa visión elitista, apreciar una obra de teatro, una pintura, el acervo de un museo, un concierto, un libro, el itinerario por una ciudad y sus monumentos, entre otros productos culturales, es para unos pocos y no para la masa.

Desde un proyecto político que busque un cambio profundo, el acceso a los productos culturales anteriormente mencionados (y otros que no fueron nombrados) debería cambiar. De lo contrario, el ser humano es reducido, eliminando su potencialidad. Si el ser humano no accede a toda la cultura, no tiene posibilidad de proyección. Las democracias necesitan personas creativas; sin participación real de estos amplios sectores no habrá transformaciones sociales de fondo.

Como cualquier práctica social que desarrolla el ser humano, la cultura es disputada por quienes la controlan, buscando monopolizar todos los aspectos (desde la producción a la distribución, la circulación y apreciación). Es por eso que muchas políticas impulsadas desde diferentes organismos estatales no siempre tienden a la formación crítica de las personas. En ocasiones se “brinda” cultura “desde arriba”, es decir, se toma como un objeto a la persona y no como un sujeto. El ser humano no nace sujeto, este tiene que trabajar para convertirse en tal. Cuando esto sucede puede transformar la acción sobre el mundo cultural, puede convertirse en un ser activo, criticando y abordando de manera personal cualquier actividad cultural.

¿Por qué y para qué la cultura debe ser para todos?

La cultura, en un proyecto realmente democrático, debería ser un elemento importante. Hoy, por lo general, la democracia es entendida como una instancia electoral cada cinco años. Luego los representantes consideran que tienen la legitimidad para tomar cualquier decisión, afirmando que eso fue lo que votó la población. Es una visión verticalista de la democracia y que no es para nada representativa en el siglo XXI. Es una democracia oligárquica con tintes elitistas.

En un proyecto democrático radical, tener la oportunidad de cuestionar lo que está sucediendo en la comunidad que vivimos es fundamental. Para que pueda darse esa situación los ciudadanos deberían poder acceder plenamente a todos los aspectos de la cultura.

Debe de procurarse, más allá de formar públicos específicos y coleccionar experiencias, formar sujetos capaces de utilizar la cultura para el disfrute, la crítica y la búsqueda de nuevos horizontes.

La diversidad en diferentes aspectos es parte inherente al ser humano. Si se pretende que los miembros de una sociedad sean capaces de poder convivir en un marco de interacción armónica y respeto mutuo, debe de tomarse a la cultura como un tema y una herramienta para proyectar una sociedad donde todos sus individuos puedan apreciar la cultura propia y de otros. Debe de procurarse, más allá de formar públicos específicos y coleccionar experiencias, formar sujetos capaces de utilizar la cultura para el disfrute, la crítica y la búsqueda de nuevos horizontes.

Que la mayoría de la sociedad cuente con acceso a la cultura permitirá que esta conozca lo heredado y sea capaz de plantearse críticamente la defensa de sus patrimonios: naturales, culturales, tangibles e intangibles.

¿Cómo defender un paisaje que el mercado quiere destruir, si no sólo no lo conozco, sino que tampoco comprendo para qué puede ser de interés? ¿Cómo comprender las inversiones en festejos y grandes espectáculos? ¿Cómo fundamentar ante las críticas la producción de más cultura?

Apuntes finales

Si desde el proyecto político que gobierne el Estado se pretende democratizar la oferta y la accesibilidad cultural para impulsar una cultura contrahegemónica, debe concebirse a la cultura como una inversión, de la que en primer lugar debe ser responsable el Estado.

Debe ser entendida como un eje sobre el cual de forma transversal se logre incluir a toda la sociedad, teniendo en cuenta su diversidad de origen, interés y propósitos, con el amplio objetivo de mejorar su calidad de vida y contribuir a su capacidad creativa y crítica que contribuya a alimentar la cultura que ha heredado.

“La cultura da plasticidad y vuelo a la inteligencia y hace flexible y amplio el criterio, que es fuerte condición de triunfo en todas las actividades humanas”, dice Clemente Estable en El Reino de las vocaciones (1921).

El disfrute de las distintas manifestaciones culturales no debe de quedar relegado a una colección de experiencias que acompañan la educación obligatoria, sino en un acceso repetido y continuado que no se restringe a edades, condiciones o fechas claves.

En un siglo XXI globalizado, en el que el mercado impacta en cada aspecto de la vida, es imperioso acceder a la cultura para que el mercado no nos encandile con historias seleccionadas, sino que cada individuo pueda elegir el espejo donde mirarse y desde donde desarrollarse. De esta manera podrán potenciarse prácticas que se realizan en diversos lugares, pero que por no tener apoyo tienden a desaparecer. Para ello se debería invertir/potenciar y crear nuevos centros de investigación; aumentar y diversificar líneas de indagación; revisar lo que se edita, potenciando a escritores, productores y a los lectores; llegar a todo el territorio uruguayo, entre otros aspectos a desarrollar.

Héctor Altamirano y Carolina Lazo Fariello son docentes de Historia.