El domingo 29 se dio cita por redes sociales a un encuentro de varios y varias jóvenes para mantener una pelea entre “bandas” en las inmediaciones del Nuevocentro Shopping. El saldo de este encuentro terminó con 16 adolescentes y un adulto, detenidos y a disposición de la Justicia.
Este evento contó con un gran despliegue policial; en las imágenes que circularon por redes sociales y medios de comunicación se puede ver a la Guardia Republicana con Policía a caballo y un grupo de choque, también se puede ver un camión cisterna utilizado para dispersar a los jóvenes presentes en los alrededores del centro comercial.
Desde el domingo hasta hoy todos los medios nombran a los protagonistas del hecho, hacen análisis superficiales, nombran a los pibes, muestran sus caras y a la voz viva de “convocatoria a pelea masiva”, ponen letra, música e imágenes en el noticiero central, cargando de sentido esas cortas vidas, colocándolas entre la espada y la pared. Haciendo una omisión explícita a lo establecido en el Código de la Niñez y la Adolescencia (CNA) en el artículo 181, donde claramente se le exige a los medios de comunicación la no exhibición o emisión pública de imágenes que vulneren los derechos de niñas, niños y adolescentes (NNA). Dándole lugar a las ganas insaciables de un auditorio que percibe a las juventudes como las otredades, imprimiendo en sus jóvenes cuerpos todo el miedo social acumulado para luego colocarlo bajo el lema de la “inseguridad”. Generando una suerte de síntesis que ubica a los jóvenes como únicos responsables. Transformando la imagen de un pibe joven de visera y “chaquetita” en una figura certificada de la barbarie, de la desobediencia e irreverencia. Es que para muchos es necesario delimitar la frontera: ahí del otro lado están los peligrosos y son “menores de edad”.
Lo que pudimos observar en esa catarata de imágenes que circularon en los medios fue a varios de estos jóvenes puestos contra la pared para realizar una requisa de estilo. Requisa cargada de puntapiés, tironeos y maltrato físico. De palabras susurradas al oído como “dale pichi”, y otros insultos que pretenden herir la “hombría” de un par, algunos que hacen alusión a su madre, expresando sus masculinidades violentas desde una perspectiva asimétrica y de poder, dejando secuelas que no son visibles a la hora del control forense al que asistirían horas después, pero que calan profunda y dolorosamente en la psiquis de las generaciones más jóvenes.
Una detención que muchas veces, por no decir casi todas, habilita la discrecionalidad policial. Activando detenciones que todes ya sabemos cómo inician pero nunca sabemos cómo terminan, porque las paredes de los calabozos están amenazadas, no pueden hablar, porque un paseo random en chanchita puede terminar en un cuerpo desaparecido en un baldío, en un cuerpo abusado o torturado.
¿Nunca se pararon a pensar un minuto de qué manera la violencia policial, la violencia institucional, colabora en la construcción identitaria de estas juventudes? ¿Cómo ofician las prácticas institucionales cuando el margen de acción remite a culturas distintas? La cultura de la represión en este caso se encauza en un único sentido, actuar desde la sospecha extrema y siempre con un espíritu de revanchismo, desde el verdugueo y la estigmatización. Práctica avalada por las leyes que rigen en la actualidad, donde bajo el concepto de apariencia delictiva (artículo 470 de la Ley 19.889), se enmarca una subcultura que tiene cara de pibe. Y bajo el cumplimiento del mandato de la norma, todo vale.
Ahora bien, acudimos a un escenario que venía siendo monitoreado por inteligencia, según afirmaron jerarcas del Ministerio del Interior. Siendo así, ¿por qué no se logró desactivar este hecho a tiempo? ¿Qué motiva la presencia policial con una respuesta de choque cuando el escenario ya estaba montado y los hechos sucediendo? La respuesta es simple: ejecutar un escenario de escándalo e inseguridad en las inmediaciones de un centro comercial en hora pico, a la vista de todes. Activar las alarmas y colocar a las juventudes como chivo expiatorio de los problemas de seguridad que afectan a la sociedad uruguaya.
Hagamos memoria: en 2011 en la estación de servicio de la esquina del Montevideo Shopping también hubo una pelea entre varios jóvenes donde infelizmente uno de 16 años fue asesinado.
Pasaron 13 años y no logramos mover la aguja del lugar. Pese a los cambios normativos, el aumento de penas para adolescentes respecto a las infracciones gravísimas, pese a los nuevos atributos otorgados a la fuerza policial, la escalada de violencia continúa avanzando, aceleradamente, de forma dinámica, simbólica y expresiva.
Hoy queda más que claro que las juventudes no necesitan de la represión y sus prácticas punitivas, queda más que claro que el castigo no es la solución, porque la violencia es estructural y la mayoría de ellos la padecen desde el vientre de sus madres. Violencia estructural expresada en la pobreza, expresada en la violencia doméstica de las que ellos también fueron víctimas, expresada en la violencia sexual de la que sus cuerpos fueron rehenes, expresada en la violencia comunitaria de esos barrios más desfavorables social y económicamente, de donde estos pibes provienen. Violencia de la que son parte.
Hoy queda más que claro que las juventudes no necesitan de la represión y sus prácticas punitivas, queda más que claro que el castigo no es la solución, porque la violencia es estructural.
¿O acaso piensan que estos episodios no se dan cotidianamente en los barrios de estos jóvenes, qué les hace pensar que esto fue un hecho aislado?
Esta violencia está naturalizada porque todes así lo permitimos, porque la desigualdad en escenarios de fragmentación social genera violencia, la pobreza genera violencia, la imposibilidad de acceder a la educación genera violencia, porque el hambre genera violencia, porque la falta de oportunidades genera violencia, porque vivir en contextos violentos genera violencia, porque no tener acceso a la salud mental es violencia.
Porque ser olvidado es un acto violento, porque la desprotección ejercida por el mundo adulto y las instituciones estatales es violencia.
Porque la omisión es violencia, porque la estigmatización es violencia. La violencia ejercida socialmente, pero principalmente aquella ejercida por los representantes del Estado: será allí donde tendremos que depositar las responsabilidades.
Ahora volvamos a la escena de la pelea del día de ayer e intentemos interpretar esta violencia expresiva. ¿Incitar un encuentro de tales características en un espacio público no es una forma de poner sobre la mesa de una forma dantesca un problema? Entiendo que sí, que es una manifestación sin filtro, le guste a quien le guste y le quepa a quien le quepa la responsabilidad de un hecho de estas características.
Otra vez los pibes y las pibas, de una forma directa y sin medias tintas, imprimen en este bastidor toda la mierda que tuvieron que tragar durante sus breves vidas. Y es importante que lo veamos. Es nuestra responsabilidad poder reflexionar sobre ello y poder pensar en estrategias más efectivas que la respuesta del castigo y la criminalización de la violencia.
Una comunicadora habla de “malandras”, pide la cabeza de sus progenitores, el Ministro del Interior le pide a la justicia medidas ejemplarizantes para los jóvenes. ¿Cuánto más de esto tenemos que escuchar? Les invito a hacer el ejercicio de abordar este tema desde los nudos críticos que componen la singularidad de cada vida adolescente.
Para esto es necesario que comencemos por lo menos a hacernos algunas de estas preguntas: ¿Cómo son las trayectorias vitales de esas adolescencias? ¿Con quiénes viven? ¿Cómo viven? ¿Cómo validan su construcción identitaria? ¿Qué expresiones toman sus carencias? ¿Cómo afecta la desigualdad en un mundo que se ordena en base al capital? ¿Cómo expresan su vitalidad en escenarios transgresores? ¿Cómo se construyen las identidades en torno al mercado y al consumo? ¿Cómo manejan las nuevas tecnologías y el escenario de la virtualidad?
Hay que empezar a desatar el nudo y comenzar a trabajar en políticas públicas que sean capaces de dar respuesta al cambio de paradigma al cual estamos asistiendo, respecto a la expresión de las distintas violencias presentes en la vida de las adolescencias. No nos olvidemos de que estas identidades en construcción un día pertenecerán al mundo adulto.
Ximena Giani pertenece al Círculo Feminista de Casa Grande, Frente Amplio.