En Uruguay hay un mito extendido que hace ver y creer que es el país “más democrático” del mundo, que su “democracia es ejemplar”, que hay “hilos invisibles” que hacen maravillas como las varitas mágicas de los cuentos de hadas.
Esta creencia viene desde los inicios de la década del 20 del siglo pasado. Allí el país logró en cierta forma espantar al fantasma que no lo dejaba dormir: las guerras civiles y las luchas armadas por tener el poder del gobierno. Como han estudiado varios historiadores, entre otros Carlos Demasi y Gerardo Caetano, las fiestas que rodearon al centenario y toda la década previa permiten entender que los orientales estaban fervorosos por poder comenzar una etapa que dejaba atrás luchas y muertes permanentes.
En esto tuvo una influencia notable Juan Eugenio Pivel Devoto, quien con su obra Historia de los partidos políticos en el Uruguay (1942) les dio un sitio privilegiado a dos de los partidos que existieron en el país según su interpretación desde por lo menos 1836: Partido Colorado y Partido Nacional. En las últimas décadas se ha cuestionado este relato que se concentraba casi exclusivamente en los mencionados partidos. Es decir que pasó mucho tiempo para poder empezar a repensar ese relato hegemónico.
El “país modelo”1 iniciado por el batllismo es otro de los mitos que lleva a ver al país como igualador, estable socialmente, con oportunidades para la mayor parte de la población. Otro mito arraigado es el del consenso. Pensemos en estos días las apariciones públicas de tres expresidentes de la República hablando de la sensatez en política, de defender la democracia, de buscar salidas todos los partidos juntos. El mensaje llega a la sociedad: “esto es único”, “en ningún otro país se puede hacer este tipo de actos”. Allí vuelve a operar el mito de la excepcionalidad, “somos distintos” y, por tanto, “mejores”.
Aunque hay interrupciones dictatoriales, como la encabezada por Gabriel Terra (quien gobernó con el apoyo del herrerismo), que llevó a duros enfrentamientos dentro del Partido Colorado, el relato hegemónico ha conformado una idea que lleva a ver a Uruguay como democrático. Durante mucho tiempo no se estudiaron de manera sistemática los sectores conservadores asociados a las gremiales rurales y su conservadurismo, no se habían estudiado sus tendencias autoritarias. Hoy las derechas están siendo objeto de un sistemático estudio por parte de varios historiadores.
En la década del 40, con el ascenso de lo que se conoce comúnmente como neobatllismo, llegamos a lo que se llama el país feliz o como lo denominó en un libro Julio María Sanguinetti: “El Uruguay del optimismo”. En esa época sería en la que más y mejor bienestar vivió el país, en donde los ciudadanos podían mejorar con su esfuerzo.
Todo esto se fue deteriorando hasta llegar a la crisis de los años sesenta. Hebert Gatto2 plantea que los responsables de esta situación fueron los intelectuales con sus mordaces críticas exageradas y fuera de lugar a un sistema que todavía era democrático plenamente y que, de no ser por esas voces discordantes, no hubiesen aparecido los grupos terroristas guerrilleros que llevaron a que los militares reaccionaran luego de ser llamados por los dirigentes políticos. Los intelectuales, no conscientemente, “generaron las condiciones político-culturales” para la aparición de esa guerrilla, sostiene. En definitiva, este autor, que es representante del relato conservador, pone el foco en la aparición de este grupo armado como principal problema de la década del sesenta y que por su aparición explicaría la dictadura.
Es importante aclarar que este relato es el que más circula por la sociedad uruguaya, es con el que llegan al liceo ocho de cada diez alumnos (incluso llegan con este relato a los niveles terciarios, es decir que pasar por las aulas de secundaria no asegura nada). Este relato no es el que se produjo desde quienes se dedican a trabajar con el pasado de forma sistemática, buscando fuentes de distinto tipo, reflexionando junto a otros colegas de países vecinos, presentando hipótesis de trabajo en encuentros que son discutidas, etcétera. Este es el relato que entre otros fue construido por las mismas Fuerzas Armadas para justificar sus hechos3.
La dictadura es un momento de la historia uruguaya que es difícil de hacer entroncar con la excepcionalidad del país, con el “Uruguay feliz”. Fueron años de represión, tortura, desapariciones.
Sin embargo, ese mito de la excepcionalidad pesa sin dudas en la población. El triunfo en 1984 del Dr. Julio María Sanguinetti marca lo que decíamos. Su discurso y sus consignas para afirmar el proceso de transición se paraban sobre él: “Uruguay tuvo una transición ejemplar”, “fue un cambio en paz”, “tenemos una democracia ejemplar”. En este relato mítico es que entran la mayoría de los dirigentes políticos y de muchos académicos (especialmente politólogos). Ambos grupos cabalgan montados a este mito, que además se puede leer y escuchar en los medios habitualmente.
El relato comienza a resquebrajarse
No obstante, hubo muchas posiciones opuestas a este relato oficial mítico de parte del movimiento popular y de ciertos sectores académicos que buscaban construir un relato que estuviese relacionado con las fuentes, no con el constructo de un partido político y los intereses de sus líderes.
Hacia el año 2000, ese relato comienza a quebrarse. Hasta ese momento ningún gobierno había reconocido la existencia de desaparecidos tras la dictadura. El primero que reconoce esos hechos fue el presidente Jorge Batlle, cuando crea la “Comisión para la paz”. Aunque los resultados no fueron positivos, sí lo fue el hecho de haber reconocido que el Estado se tenía que hacer cargo de lo que habían hecho agentes estatales. Ese gesto profundizó las líneas de trabajo que se venían desarrollando en centros de investigación (especialmente el Centro de Estudios Uruguayos). Este gesto se puede leer como una estocada de Jorge Batlle al artífice de la “salida en paz” de la dictadura, pues tiró abajo todo ese relato construido desde 1985.
Si avanzamos en el tiempo, hay otros elementos más recientes que llevan a dudar de la existencia de una democracia plena en Uruguay.
Con la crisis que comenzó a avizorarse tras la devaluación de la moneda en Brasil en 1999, todo el relato del Uruguay maravilloso comenzaba a derrumbarse. Con la crisis de 2002 se terminó de caer la excepcionalidad uruguaya. El hambre y la pobreza atravesaron el país de norte a sur. No había ya espacio para continuar con un relato que era desdibujado por la realidad.
Otro quiebre de ese relato mítico fue el hallazgo de los restos de Julio Castro, periodista, maestro, pedagogo, precursor de las Misiones Pedagógicas que recorrieron zonas de la campaña de Uruguay en los años 40 y que realizaron un trabajo fundamental para dejar fuentes que permiten saber que no toda la población estaba en un “país feliz” y que no todos disfrutaban del “país de las vacas gordas” (incluso viviendo en al campo); la pobreza era ostensible. En 2011 se supo que había sido ejecutado con un tiro en la nuca y que estaba atado de pies y manos. Lo brutal del hallazgo llevó a que por un tiempo el artífice del “cambio en paz” casi desapareciera de la escena pública.
Si avanzamos en el tiempo, hay otros elementos más recientes que llevan a dudar de la existencia de una democracia plena en Uruguay. En 2022 la Justicia sentenció que hubo persecución y espionaje entre los años 1985-2005. ¿Quiénes fueron perseguidos y espiados por los servicios del Estado? Los grupos y movimientos que casi no aparecen en los relatos que justifican la aparición de los militares y su represión: el movimiento sindical y el movimiento estudiantil fueron los más perseguidos, espiados e infiltrados. “Ahora bien, esa tarea ilegal se desarrolló mediante seguimientos, infiltraciones en sindicatos, organizaciones sociales, partidos políticos y otros organismos; escuchas mediante captación de comunicaciones telefónicas; ingreso ilegal a domicilios, locales u otros inmuebles y fluido intercambio de información proporcionada por otras personas a las que se les pagaba por ese ‘trabajo’”, indica el dictamen fiscal.
¿Qué ocurrió con esta sentencia judicial en el sistema político? Poco y nada. La mayoría miró para otro lado o realizó una declaración vacía. Es decir, no se realizó ni impulsó ninguna acción para saber si se seguía haciendo o si habría posibilidades que llevaran a pensar que esa práctica podría seguir vigente.
Recientemente, nuevamente se confirmó que dos senadores fueron objeto de espionaje. Nada parece conmover a los dirigentes políticos de los partidos de la coalición conservadora. Casi no han emitido comentarios. El presidente que afirmaba que era “manija y humo” no emitió palabra al respecto. No olvidemos que hubo otros episodios aparentemente de seguimiento y de posible espionaje en este período. Los senadores lograron hacer la denuncia y seguirla por todos los vericuetos que se abren al momento de plantear una instancia judicial: tiempo, dinero, profesionales, reuniones.
Otro golpe: la inseguridad y el narcotráfico
A los anteriores quiebres hay que sumar uno que está cada día más caliente. Hoy el país está en una situación crítica de inseguridad. Hay zonas en las que es difícil transitar a cualquier hora porque hay disputas de todo tipo para controlarlas por parte de grupos de delincuentes. Aunque varios gobernantes de turno jueguen a desconocer estos hechos o a intentar dar un toque mágico para resolver el problema a través, por ejemplo, de proponer los allanamientos nocturnos (situación que ya es posible realizar), la realidad los supera y en muchos barrios populares hay miedo o, peor aún, se naturaliza la resolución de los conflictos a través de la violencia, que implica muchas veces cobrar “deudas” mediante un tiro o la tortura del “deudor”.
Como fue informado, una de las bandas más grandes de la región está operando en el país. El Primer Comando de la Capital está activo, según informes de la Policía. ¿Se seguirá tomando como botín electoral este problema?, ¿los partidos políticos están relacionados a estas bandas que mueven cientos de millones de dólares?, ¿es posible que un gobierno realice una política eficiente sin tratar de involucrar a la sociedad en su conjunto?
La hostilidad que muestran las leyes con los que tienen pequeñas cantidades de marihuana, por ejemplo, es representativo de que se intenta reprimir a los que menos tienen. Son los que terminan en las peores cárceles, conviviendo con cientos de personas que no tienen otro futuro que salir y seguir formando parte de actividades delictivas. En el otro lado están los grandes empresarios que viven de transportar miles de toneladas de droga. Hay varios casos (dejando de lado el caso de Sebastián Marset y todo el apuro que tuvo el gobierno para brindarle un pasaporte para poder escapar de la Justicia paraguaya) recientes de narcos que son presentados como empresarios y que incluso realizan acuerdos que llevan a tener el privilegio de pasar una condena con prisión domiciliaria. Como decía hace décadas un grupo español: “Dicen que dice la ley que somos iguales, nadie te dirá en qué sitio pues nadie lo sabe, pues el rico nunca entra [a la cárcel] y el pobre nunca sale”.
La población más vulnerable también es la que sufre la muerte por asesinatos, ya sea por estar involucrados, por ser familiar o por ser vecinos y vivir en las zonas donde día tras día hay tiroteos. Son varios los casos de niños asesinados en esos enfrentamientos o vecinos que estaban en su casa y reciben balas perdidas. Es común que las personas por motivos de seguridad no hagan las denuncias (esto también explica que los números al gobierno le cierren según su interés).
Cuando hay una muerte de una persona que no es de esas zonas, que en el imaginario son prescindibles, hay una conmoción en los medios y la Policía intensifica la búsqueda de los responsables y a los días se resuelve el caso. De no ser así, todo sigue su habitual ritmo.
De aquel “Uruguay feliz”, “excepcional”, no queda casi nada. Para las generaciones que nacimos durante la dictadura y en la posdictadura, ese relato es una fantasía, un cuento lejano que está en los libros y en la memoria de los poderosos. Cambiar esta situación llevará años y mucho trabajo político, involucrando y comprometiendo a las grandes mayorías en esta tarea. De lo contrario, no habrá cambio genuino.
Héctor Altamirano es docente de Historia.
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Este es un concepto que esgrimió José Batlle y Ordóñez cuando comenzó su gobierno y que lo retoma el historiador Milton Vanger. ↩
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El cielo por asalto. El Movimiento de Liberación Nacional (Tupamaros) y la izquierda uruguaya (1963-1972), Taurus, 2004. ↩
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Nuestra verdad. 1960-1980. La lucha contra el terrorismo. Compilado por Centro Militar-Centro de Oficiales Retirados de las FFAA, Artemisa Editores, 2007. ↩