Los números son rotundos. El independentismo se deja 13 escaños y no podrá gobernar. Por primera vez en décadas, los partidos nacionalistas catalanes no son mayoritarios: ni en votos ni en escaños. Entre todos –incluyendo a ese nuevo partido racista con representación parlamentaria, Aliança Catalana– apenas llegan al 43%. Es una derrota clara del independentismo y el probable punto final del procés.
Las elecciones de este 12 de mayo cierran una etapa política en Cataluña y suponen una clara victoria para Salvador Illa y el Partido de los Socialistas de Cataluña (PSC). Pero también es un gran resultado para Pedro Sánchez y el Partido Socialista Obrero Español, que recupera fuerzas de cara a las elecciones europeas. La apuesta por la convivencia –los indultos y, aunque fuera a regañadientes, la amnistía– ha desarbolado al independentismo. Los catalanes han premiado a quien trató de arreglar el problema, en vez de cavar trincheras aún más profundas.
Las lecciones de esta historia son bastante claras, para los que las quieran aprender. El independentismo se disparó con Mariano Rajoy, los porrazos del 1º de octubre (cuando se celebró el referéndum por la independencia) y el 155 (normativa que habilitaba al gobierno central a intervenir en Cataluña para “obligarla” a cumplir con la Constitución). Creció con la confrontación y con el ensañamiento judicial. Que hoy el independentismo haya perdido la mayoría es consecuencia directa de la mano tendida y el diálogo, que ha puesto en evidencia las contradicciones del proyecto independentista y ha restado eficacia a su discurso victimista.
Fue una apuesta arriesgada, y que muchos presentaron en España como una derrota o como una traición. Pero en Cataluña sí se entendió, y el resultado de esa estrategia está hoy a la vista: a Carles Puigdemont le habría ido mucho mejor en estas elecciones si sus antagonistas desde La Moncloa hubieran sido Alberto Núñez Feijóo y Santiago Abascal. En la última campaña, Vox ya avisó: si gobiernan España, la convivencia con Cataluña se volvería a incendiar. Con Sánchez en el gobierno, ha ocurrido justo al revés.
Salvador Illa es el claro ganador, no sólo porque vuelva a ser el partido más votado –con 215.000 apoyos más que en 2021– o porque tenga nueve escaños más. Ha ganado porque también es hoy el único candidato con opciones para gobernar: no hay ninguna mayoría en el Parlament que no pase por los 42 escaños del PSC, incluyendo la más lógica y probable: un bloque de izquierdas, junto con Comuns y Esquerra Republicana de Catalunya (ERC). Pero eso no significa que Salvador Illa tenga garantizada la presidencia de la Generalitat.
Además de los Comuns, que será sencillo porque son ellos quienes ya lo proponen, el PSC también necesita convencer a ERC, donde parece probable una crisis interna tras un resultado pésimo: han perdido 13 escaños y su primer gobierno en solitario. Un dato que ahonda en los malos resultados de las últimas municipales y generales.
¿Qué hará ahora ERC? Tardaremos en saberlo y no es fácil de pronosticar: tampoco es descartable una repetición electoral. Una mayoría de sus votantes y dirigentes no quiere apoyar al PSC. En ERC aún recuerdan que su peor resultado en décadas llegó tras el último gobierno tripartito con los socialistas. Y algunos argumentan que la lección de este descalabro es un castigo a su pragmatismo frente al discurso más duro de Junts, por lo que creen que, si pactan ahora con Illa, les irá aún peor.
Además, tienen otra carta por probar: una candidatura liderada por Oriol Junqueras, quien, en función de los plazos de la amnistía, tal vez sí se pueda presentar.
En contra de que ERC fuerce una repetición electoral juegan otros elementos. El primero, que les puede ir aún peor, con una campaña aún más polarizada entre PSC y Junts. El segundo, que una investidura de Illa también tendría una segunda consecuencia que muchos en ERC desean: el final político de Puigdemont.
El líder de Junts, por ahora, no dimitirá, pese a haber anunciado que dejaría la política si no recuperaba la presidencia de la Generalitat. Ya dejó claro que volvería a ser el candidato si hubiera una repetición electoral y esa puerta aún sigue abierta: es su principal apuesta hoy.
En su primer análisis tras las elecciones, Puigdemont volvió a apretar las tuercas a ERC para que no permita gobernar a Illa y fuerce esa repetición. También mandó un mensaje a Sánchez: los pactos en el Congreso de los Diputados se pueden complicar mucho más. Y presumió de su pequeña victoria en la gran derrota: ser el único partido del bloque independentista que crece. Es una media verdad. También crece, muchísimo, desde la nada, un partido xenófobo pero independentista: Aliança Catalana.
El auge de esta formación ultra, que consiguió 118.000 votos y dos escaños y se ha quedado a muy poco de lograr otros dos más –no entra en la provincia de Barcelona por muy poquito–, es un factor importante en la derrota independentista. El voto de este bloque ahora se divide entre cuatro partidos, no entre tres, y esto siempre tiene penalización electoral.
Los Comuns salvan los muebles: se dejan 14.000 votos y dos escaños. Pero respiran tranquilos: temían una noche aún peor por el auge de Illa. No es en cualquier caso un buen resultado, que sigue la misma dinámica decadente de las últimas elecciones autonómicas –y probablemente de las próximas europeas–.
En la pequeña competición entre las derechas nacionalistas españolas, Vox mantiene los 11 escaños que ya tenía, pero se queda por detrás del PP, que consigue 15.
El PP es el partido que más crece en escaños de estas elecciones y vuelve a recuperar la cuarta posición en el Parlament, al comerse lo poco que aún quedaba de Ciudadanos. Es también el partido que más crece en votos: 232.000 más, pero porque venía de muy abajo: de su pésimo resultado de 2021 (sólo tres escaños). Pese a esta gran subida, es importante ver los datos con perspectiva. En las generales del verano pasado, el PP sólo se llevó en Cataluña el 13,3% de los votos, que en gran medida explican por qué Núñez Feijóo no gobernó. Este domingo lograron un 11%, menos aún.
Quien se hunde del todo es Ciudadanos, que en apenas siete años ha pasado de ser la primera fuerza política de Cataluña a la desaparición. Su final es otra prueba más del cambio de escenario político en Cataluña. La mayoría de sus votantes de 2017 hoy están en el PSC. Pero porque Illa no sólo les ofrece la garantía de un freno al proyecto soberanista, sino también un plan de futuro para solucionar el conflicto que no pase sólo por la confrontación.
Ahora sólo le falta una cosa a Illa para consolidar este cambio de ciclo en Cataluña. Algo que no será sencillo: una mayoría para la investidura donde necesita más votos a favor que en contra. En el PSC aparentan estar más seguros de poder lograrlo de lo que creen en el resto del Parlament.
Ignacio Escolar es director de elDiario.es. Este artículo fue publicado originalmente en elDiario.es.