Las nuevas ultraderechas se reconocen. Aunque tienen diferencias antagónicas sobre temas importantes, parecen coincidir en una guerra furibunda contra las mujeres y sus derechos. ¿Por qué?

Una respuesta puede ser que esa obsesión sobre temas sexuales desvía la atención de la arremetida contra los derechos salariales y la seguridad social. Otra, que encontraron un enemigo fácil redireccionando las viejas campañas contra el marxismo hacia un supuesto neomarxismo “cultural”. Puede ser, pero no se trata aquí de atribuir intenciones, sino de intentar entender de qué hablan. Porque parecen tener argumentos contundentes.

Circula un video que muestra a un varón sobrando a una voz femenina que se queja del sexismo de los manuales de los aparatos de aire acondicionado, que recomiendan ajustarlos a una determinada temperatura. La queja es porque los cuerpos de las mujeres suelen tener más superficie por volumen y precisan más temperatura en la habitación. Su interlocutor le propone que imagine que es varón, así dejará de tener frío.

Ridiculiza así, torpemente, a la filosofía que afirma que el género, como la orientación sexual, la raza o el ser inmigrante son construcciones sociales, no naturales. Los “marxistas culturales” ignoran la naturaleza, por lo tanto, viven en la luna; fin de la discusión.

Y lo cierto es que, dicho así, parecen sensatos. Incluso personas de izquierda no entienden qué están diciendo estas “feministas” y, por algún motivo, no percibo que haya esfuerzo en clarificar. Eso es lo que pretendo aquí, sabiendo que es un campo con mil escuelas, algunas de las cuales seguramente discrepe con la exposición que sigue.

El concepto de concepto

La filosofía suele unir los conceptos a sus atributos mediante el verbo “ser”. Sócrates es mortal, o fue. Pero también era médico, era brasileño, integró el seleccionado brasileño, impulsó la campaña Direitas Já. Algunos atributos son inherentes –un triángulo tiene tres lados o deja de serlo–. Otros son relativos a otra cosa –está lejos– y otros son atribuidos individual o socialmente: jugaba bien.

¿Sabemos qué es ser brasileño? ¿Qué es un orsai? ¿Quién determina que una jugada lo sea? No “la naturaleza” de la trayectoria de los jugadores y la pelota ni el frío reglamento, sino el juez. En ese juego, él es quien determina si se otorga ese atributo o no. Y tiene consecuencias.

¿Qué es un planeta? Todos los conceptos son parte del lenguaje, no de la naturaleza. El 24 de agosto de 2006 los astrónomos uruguayos Julio Ángel Fernández y Gonzalo Tancredi saldaron una discusión en la Asamblea de la Unión Astronómica Internacional proponiendo que Plutón ni es un planeta planeta ni deja de serlo: es un “planeta enano”. Los datos sobre la naturaleza de Plutón no estaban en discusión, lo que cambió fue su clasificación, por convención entre científicos. Por algún motivo, eso tenía consecuencias, quizá en la evaluación de teorías sobre los sistemas solares.

No se nace mujer

Cuando en la década del 40 Simone de Beauvoir dijo “no se nace mujer, se llega a serlo”, no ignoraba que muchas personas nacen con características distintas que otras, incluso con un cromosoma distinto. Decía que no se nace con todas las características agregadas a la naturaleza. Añadió: “Ningún destino biológico, físico o económico define la figura que reviste en el seno de la sociedad la hembra humana”.

Por ejemplo, tener que vivir un matrimonio “similar a la prostitución, en el que la mujer depende económicamente de su marido y no tiene posibilidad de independizarse”. Esas atribuciones daban pie, hasta no hacía demasiado, a disposiciones legales por las que la mujer debía obediencia al marido, le tenía que ceder todos sus bienes y podía ser asesinada si él alegaba que estaba en un momento de “pasión”.

Por supuesto, hay muchas otras características adheridas al concepto de mujer, como que ganen menos que los varones, tengan menos probabilidad de ascenso, que sufran mayor desocupación, que trabajen más horas en labores domésticas, que las leyes se sigan inmiscuyendo en su cuerpo, que teman salir solas de noche, que se las trate como niñas, que no deban reírse ruidosamente y que se las interrumpa cuando hablan. Nada de esto tiene que ver con los cromosomas “naturales”.

¿Quién asigna atributos?

Hace un par de años, la actriz y dramaturga británica Abigail Thorn subió a su canal de Youtube un video sobre estos temas que busqué hace unos días, porque los temas de las mujeres y sus derechos han subido a titulares en los últimos días, incluyendo una propuesta de “suavizar” la ley de violencia de género.

Las nuevas ultraderechas se reconocen. Aunque tienen diferencias antagónicas sobre temas importantes, parecen coincidir en una guerra furibunda contra las mujeres y sus derechos.

Mucho de su exposición se apoya en Categorías que habitamos, un libro de 2018 de la filósofa islandesa Asta Sveinsdottir, cuya propuesta se llama conferralism (en castellano sería conferalismo, otorgacionismo o atribucionismo). Analiza, en cuatro aspectos, la forma en que se otorgan los atributos. Quién atribuye: la propia definición de triángulo, el juez de fútbol, el crítico, “la gente”. Qué atribuye: un estado, actitud o acción del objeto de atribución. Cuándo: la circunstancia en que tiene lugar la atribución. Y basado en qué propiedades, qué aspectos se trata de indagar.

A veces, la atribución, por ejemplo, la de ser un tipo macanudo, se va confiriendo por un colectivo en forma inconsciente. Otras, por alguien con influencia en un grupo. A menudo depende de diversas circunstancias o ambientes que se atribuya esa cualidad o no. Asta enumera una serie de sus características, como la de ser miope, y se pregunta por qué algunas tienen significación social y otras no.

Las atribuciones son lingüísticas, pero la lengua puede tener una función performativa: hacer cosas, fijar un estatus, habilitaciones y limitaciones. El tema es si esas atribuciones nos las hacen desde afuera o podemos elegirlas nosotros.

Lo que se confiere es un juego de habilitaciones y limitantes que configuran un estatus social. Y, lo que importa para la vida, no es lo que la gente piense sobre el tema, sino las actitudes que se adopten según el estatus definido y cómo, junto a otras habilitaciones y restricciones que acompañan ese estatus, afectan la vida de las personas. Afectan sus derechos y la libertad para vivir la vida que elijan.

No sólo con relación al “segundo sexo”, sino también, por ejemplo, en distinciones de raza: es una construcción social ya que la biología no reconoce diferencias de raza en la especie humana, aunque sí variantes que se distribuyen entre personas con diferente tono de piel. Ser inmigrante es otra construcción social, ya que los estados modernos son relativamente recientes y, como ha dicho un simpatizante del nacionalismo, “comunidades imaginadas”. Y así, otras realidades sociales.

Asta propone imaginar una Tierra 2, en la que hacen la distinción entre altos y petisos y estos últimos ganan menos, trabajan más y tienen una vida difícil. Cuando un habitante de la Tierra 1 les dice que eso es una construcción social, le responden: “No, es natural, tenemos centímetros”. Y nuestro viajero insiste: “Sí, nosotros también, pero ¿por qué importa la altura? ¿Por qué construyen todo un sistema social basado en esa característica?

¿Por qué importa tanto a la derecha qué cromosomas tiene uno, qué tiene o tuvo debajo de los pantalones, qué hace por las noches y con quién? ¿Por qué no se fija, por ejemplo, en si hay muchos petisos, miopes o quién tiene caries o presión alta? ¿Por qué causa tanto enojo, tanto odio, tantas ganas de legislar penalmente que vuelvan al redil?

La ideología y el género

Una mala noticia es que la naturaleza no es tan clara como imaginan algunos. Primates y otras especies animales “naturales” practican la homosexualidad y mil otras cosas que para un cristiano serían pecado.

Pero, además, no todos los bebés nacen con un sexo definido y en el Pereira Rossell se recomendaba a los padres inscribirlos con nombres que sirvieran para ambos géneros, como Joan, hasta que se definiera. Hay muchas variantes de estos casos presuntamente “antinaturales”, incluyendo la transposición de un brazo de un cromosoma X en uno Y.

Ni hablar que, si la familia tradicional es “natural”, casi no quedan, porque cohabitarían varias generaciones, por ejemplo.

Hablamos del invento del marxismo cultural, un fantasma supuestamente basado en Antonio Gramsci, a quien no leyeron bien. Y su insidiosa prédica disolvente y pecaminosa se apoya en una supuesta “ideología de género”, el cuco del momento, que nadie ha sustentado.

Lo que sí hay es una lucha por terminar con las injusticias y limitantes que sufren las mujeres por serlo. También es cierto que los varones tienen sus propias desventajas, que también hay que atender. Esta lucha produce mucho pensamiento, muchas escuelas, los feministas se enfrentan a los partidarios de la teoría queer y todos los meses aparece un nuevo enfoque, algunos de los cuales analizan la relación entre estas cuestiones con las de clase, raza, inmigración y otras situaciones.

Mal explicado no es fácil de entender y seguramente haya mucha tontería en redes. En ese marco, es legítimo que haya concepciones distintas sobre muchos aspectos, como qué relación ha de haber entre algunas atribuciones sociales inevitables y cuánto obligan a los demás las que escojamos nosotros. Pero eso no parece motivo para tanto odio.

En todo caso, queda claro que la ultraderecha no quiere seguir el consejo –este sí de Gramsci, aunque también de otros– de no discutir con hombres de paja, con cosas que nadie afirma, sino con los mejores exponentes de las ideas con las que discrepamos. Eso nos exigirá aclarar nuestro razonamiento. Lo otro es alimentar grietas.

Jaime Secco es periodista, integrante de Banderas de Liber.