El sistema de partidos uruguayo ha sido caracterizado por ser –según el período histórico– fuertemente bipartidista o pluralista moderado, sobre todo a partir del surgimiento, en 1971, del Frente Amplio (FA) como fusión de varios partidos y movimientos progresistas. La publicación Final de juego. Del bipartidismo tradicional al triunfo de la izquierda en Uruguay, en la que Constanza Moreira (2006) señala el carácter multipartidista emergente tras la fundación del FA, así como otras publicaciones relativas al grado de institucionalización, el número efectivo de partidos y las capacidades adaptativas del sistema (Buquet, 2011; Nocetto, Piñeiro y Rosenblatt, 2020; Lanzaro, 2013), aportan un contingente de evidencias y abordajes del itinerario político de los últimos 20 años.

Desde 2019 las coincidencias estratégicas y tácticas de los partidos tradicionales desembocan de manera recurrente en un objetivo común: cerrar el acceso al gobierno del FA. En aquel año, la victoria de una coalición –ad hoc– en el balotaje implicó un grado mayor de avance en las articulaciones interpartidarias de la derecha y la centroderecha. Durante el período de gobierno iniciado en 2020, la coalición, traccionada por el herrerismo, asumió la gestión del gobierno con base en el reparto de carteras ministeriales y sostenida con una relación de tipo radial entre el presidente de la República y los ministros, dirigentes o líderes de los partidos que originalmente suscribieron el compromiso en 2019.

La reciente decisión que los representantes de la coalición de gobierno anunciaron confirma una tendencia perfilada hace cinco años atrás. En efecto, el acuerdo de constituir un “partido coaligado” (en las elecciones de 2025) para enfrentar electoralmente unificados al FA en tres departamentos – Montevideo, Canelones y Salto– constituye un indicador bastante elocuente. Dicho de otro modo, los partidos de la derecha y centroderecha acordaron subsumir sus respectivas formaciones políticas en un solo “partido” o lema común (Coalición Republicana), a fin de competir con mejores chances con el partido de izquierda que gobierna en aquellos tres departamentos.

De esta forma, el sistema de partidos uruguayo parece encauzarse lenta y progresivamente hacia un nuevo bipartidismo, tras una eclosión de micropartidos en los últimos años, que pudiera engañosamente caracterizarlo como multipartidista o pluralista moderado. Mi hipótesis debiera refrendarse o descartarse en el siguiente ciclo electoral; no obstante, las evidencias señalan una tendencia que se refuerza en los recorridos singulares de los partidos que conformaron en 2019 la denominada coalición multicolor en Uruguay. Hay antecedentes no muy lejanos en el tiempo: la década de 1990 aporta datos en el sentido de una cooperación y alianzas sostenidas entre los llamados partidos tradicionales, esto es, el Partido Colorado (PC) y el Partido Nacional (PN); asimismo, la constitución de una alianza de gran espectro en 2019 marcó un hito insoslayable. Todos contra el FA: esa fue la premisa original y fundacional de la coalición de gobierno, precisamente para impedir que el partido de centroizquierda continuara en el poder.

Y la historia se repite: toda vez que los principales referentes del actual gobierno le pasaron factura al FA por los “desastrosos 15 años” de su gestión y en plena campaña de las elecciones internas, apelaron a la unidad de la coalición derechista para intentar derrotar –una vez más– a la izquierda. Todos contra el FA sigue siendo la motivación principal de todos los sectores que integran la coalición, desde los “renovadores” del PC, pasando por las nuevas caras del PN, hasta la extrema derecha. Se van desdibujando y difuminando los perfiles políticos propios de las divisas históricas y, más allá de las retóricas, los himnos y la apelación a sus orígenes fundacionales, ambos partidos tradicionales se abrazan y se funden en un magma común de euforia y rabia.

Las prácticas políticas de las derechas se van entrelazando y constituyendo un basamento que va fraguando su convergencia estructural hacia la unidad a medio y largo plazo.

Las escaramuzas registradas durante la gestión de la coalición multicolor entre sus diferentes integrantes no han sido lo suficientemente graves o perniciosas para poner en jaque la continuidad de la alianza. De hecho, los episodios más significativos que tuvieron a Cabildo Abierto (CA) como el actor más desafiante en algunas oportunidades no culminaron con el quiebre o la ruptura de la coalición multicolor. Superados los momentos de mayor fricción, los actores se reencontraron en votaciones conjuntas y coordinadas a nivel parlamentario, coincidieron en la constante crítica al FA y en la necesidad de mantener la unidad más allá o a pesar de aquellos enfrentamientos. Es decir, las prácticas políticas de las derechas se van entrelazando y constituyendo un basamento que va fraguando su convergencia estructural hacia la unidad a mediano y largo plazo.

La coyuntura de 2019 podría, acaso, tomarse como el mojón simbólico de una refundación de los partidos tradicionales, a los que se agregaron nuevas (y no tanto) formaciones políticas. Cinco años después, las evidencias acumuladas permiten proyectar un escenario de enfrentamiento entre el FA y la coalición multicolor en una eventual segunda vuelta este año, ya que hay evidencias de convergencia estructural y no sólo coyuntural.

Entre las tantas evidencias que sugieren esta tendencia al nuevo bipartidismo también podemos colocar la votación de la ley de urgente consideración (LUC), aun cuando fuera modificada sucesivamente tras ingentes negociaciones entre los partidos de la coalición multicolor. Asimismo, la formulación e implementación de las políticas públicas en las diferentes arenas o campos específicos ha transcurrido sin mayores disputas o disonancias entre los socios de la coalición multicolor.

En consecuencia, el sistema de partidos exhibe una tendencia inequívoca a reconfigurarse como bipartidista. Por un lado, el partido predominante de izquierda, el FA; por otro, la derecha cuasi fusionada en la Coalición Republicana (multicolor), compuesta por sus respectivas fracciones (PN, PC, CA, etcétera). El primero, defendiendo un proyecto popular y progresista; el segundo sosteniendo un proyecto conservador y clasista. Entre uno y otro se habrá de dirimir el devenir uruguayo en las próximas décadas.

Christian Mirza es profesor de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República.