Cuando se habla de impulsar el desarrollo tecnológico y la innovación, pocas veces se describen procesos y factores implicados en la trayectoria desde sus orígenes hasta el resultado final. Se cita indicadores, cambios observables en términos macro y se pasa a emular objetivos descontextualizados como “hacer nuestro Silicon Valley” o promover startups como en tal país. Aquí aportaremos algunos elementos, teniendo como referencias las contribuciones que viene haciendo Mariana Mazzucato, una economista de la innovación que es referencia en el mundo.
El término moonshot, estrictamente “tiro a la luna” en inglés, tiene su origen en la decisión del presidente estadounidense John Kennedy, en 1962, de aprobar un costoso plan –la misión Apolo– para que el hombre llegara a la luna antes de que acabara la década. Siete años después, eso fue logrado por la sonda Apolo XI y Neil Armstrong dejó marcados los primeros pasos humanos en el satélite de la Tierra.
Los motivos de la decisión fueron múltiples, pero sin duda estuvo presente la fuerte competencia tecnológica-militar de Estados Unidos con la Unión Soviética en el contexto de la llamada “guerra fría”. Los soviéticos habían logrado rápidos éxitos en la carrera espacial con la colocación en órbita terrestre del primer satélite (Sputnik I, en octubre de 1957), del primer ser vivo (la perra Laika, en noviembre de 1957) y del primer hombre (Yuri Gagarin, en abril de 1961).
Estados Unidos necesitaba tomar la iniciativa en el plano tecnológico, pero también en términos del sentimiento chauvinista de su gente. El proyecto era una oportunidad para ello. Mirado en retrospectiva, los logros en ambos terrenos son evidentes. Si bien el costo del programa Apolo fue varias veces superior al previsto originalmente, pasó de entre 6.000 y 9.000 millones de dólares de la época a 28.000 millones, las externalidades generadas por su ejecución fueron enormes y recién años después pudieron ser calibradas.
En Occidente, una característica del desarrollo tecnológico en el campo militar o conexo a este, en particular en Estados Unidos, es el rápido traslado al mercado de las innovaciones concretadas. Por su propia concepción ideológica, la incapacidad mostrada por el modelo soviético de un proceso similar posiblemente explique, en parte, su fracaso.
De acuerdo con Mazzucato, hay al menos una veintena de ejemplos de uso corriente derivados de impactos innovadores asociados al programa Apolo. Listemos algunos de los que señala: los calzados deportivos Nike Air derivan de la tecnología desarrollada para confeccionar los trajes de los astronautas; las mantas de aluminio elaboradas para soportar temperaturas extremas se desarrollaron a partir de aislantes ligeros que hoy tienen uso múltiples; el sistema de purificación de aguas con electrolitos de plata usado para los astronautas alcanza actualmente amplia difusión; los presentes equipos de tomografía computarizada derivan de escáneres digitales desarrollados para el programa; las difundidas almohadas y colchones viscoelásticos derivan de los asientos para pilotos confeccionados por la NASA. Además, los sistemas de liofilización de comidas que mantienen el 98% de los nutrientes, el aislamiento térmico de poliéster aluminizado utilizado en viviendas, los termómetros de oídos con uso de infrarrojos, los auriculares inalámbricos de los astronautas y el ratón de las computadoras son también ejemplos de innovaciones luego comercializadas.
Los resultados de la Misión Apolo, y la alta valoración retrospectiva que se hizo de su impacto, impulsó iniciativas similares tanto en Estados Unidos como en otros países. No hace mucho, el presidente Joe Biden lanzó el “Cancer Moonshot” tratando de movilizar esfuerzos para lograr dos objetivos: prevenir más de cuatro millones de muertes por cáncer para 2047 y mejorar la experiencia de las personas afectadas por esa enfermedad.
El moonshot consistió en una misión que hizo participar a múltiples actores de las más diversas áreas. Se pensó en el objetivo, un hombre caminando en la luna, y de allí se derivaron un sinnúmero de preguntas y de problemas a resolver. Parecían enormes y de imposible solución, pero paulatinamente se fueron resolviendo.
Mazzucato sostiene que “lo que integró todos esos esfuerzos y les dio un sentido fue que formaban parte de una misión; una misión liderada por el gobierno y llevada a cabo por muchos actores”. Ese es un punto central, el papel del Estado. La inversión pública promovió avances rápidos en informática y tecnología digital contratando a privados. A la luz de procesos posteriores queda claro el papel de la inversión pública sobre todo al inicio de los procesos de innovación, pues asume la incertidumbre y los riesgos que los privados no quieren tomar. Si analizamos éxitos tecnológicos disruptivos más recientes, se encuentra algo similar. “Hasta Silicon Valley es el resultado de inversiones de alto riesgo llevadas a cabo por el Estado, que está dispuesto a asumir contingencias en las primeras etapas de desarrollo de tecnologías muy arriesgadas que el sector privado suele rehuir”, afirma la economista. Y ejemplifica con internet, donde una Agencia del Departamento de Defensa de Estados Unidos desempeñó un papel crucial; el GPS, solventado por su Armada; o las pantallas táctiles, financiadas en un principio por la CIA.
¿Podemos imaginarnos que no haya niños que vivan en inseguridad alimentaria? ¿Podríamos plantearnos que, por ejemplo, una de nuestras “misiones” para el bicentenario sea pobreza infantil igual a 0%?
Del estudio de esos moonshots, decididos, como de otros impuestos por la realidad, como la reciente pandemia de covid-19, la economista extrae conclusiones relevantes que desarrolla en sus libros. La primera ya la señalamos: el rol central del Estado en todos esos procesos. Pero agrega: “Una lección clave es que, en las crisis, la intervención gubernamental sólo es efectiva si el Estado tiene la competencia correspondiente para actuar”. Es decir, no es sólo que el gobierno trate de resolver urgentemente lo que los economistas llaman “fallas del mercado” que no posibilitan, o que no hacen rentables, respuestas privadas al problema. Ni tampoco, como ha ocurrido en algunos casos, que ella ejemplifica, “externalizar los servicios” para que sean privados los que den las respuestas. Se trata de que en el Estado se creen “áreas cruciales que sean poderosas, como la capacidad productiva, las competencias de contratación, las colaboraciones público-privadas que sirvan genuinamente al interés público”.
Es interesante esa afirmación y nos permite revisar lo actuado en nuestro país cuando se vio desafiado por un moonshot exógeno como la pandemia. Más allá de que persistan aspectos controvertidos, formulémonos ciertas preguntas en clave retrospectiva: ¿cuánto jugó en la respuesta, liderada por el Ministerio de Salud Pública, la existencia de una Sistema Nacional Integrado de Salud que articulaba a todos los efectores sanitarios?; ¿qué vimos que sucedió en otros países, desarrollados o no, cuando no hubo esa integración?; ¿qué rol jugó la plataforma científico-tecnológica en infraestructura y recursos humanos de avanzada, creada en años anteriores, para que científicos y emprendedores dieran soporte técnico y simbólico a la lucha contra el virus?; ¿cuánto aportó el Plan Ceibal, de inigualable democratización digital, para que la estructura educativa pudiese plantearse alternativas pedagógicas que disminuyeran el impacto de la pandemia? Incluso, sin tener una empresa de telecomunicaciones estatal y una red de fibra óptica expandida por el país, ¿lo actuado hubiera podido ser igual?
A partir de todos sus estudios, Mazzucato propone adoptar para el crecimiento inclusivo y el desarrollo soportado en la innovación un enfoque “orientado por misiones” y la construcción de alianzas entre sectores público y privado cuyo objetivo sea resolver los principales problemas de la sociedad. “Significa escoger unas direcciones para la economía y luego hacer que los problemas que hay que resolver para llegar hasta ellas sean centrales a la hora de diseñar nuestro sistema económico. Diseñar políticas que catalicen la inversión, la innovación y la colaboración entre una gran variedad de agentes económicos, involucrando tanto a las empresas como a los ciudadanos”. Y no lo plantea sólo en el plano tecnológico estricto, también lo hace para los emergentes temas sociales pues “las misiones que necesitamos hoy son diferentes de las misiones de la NASA; no son sólo tecnológicas, sino también sociales y políticas”.
Y hablando del propio Plan Ceibal, ¿no fue un minimoonshot, a la vez tecnológico y social? Se propuso algo que parecía utópico: un escolar-una computadora. El liderazgo estatal planteó el objetivo y tras ello fue surgiendo la institucionalidad necesaria, la financiación, muchos aspectos de logística, la articulación de actores (hasta colaboradores honorarios se reclutaron), la conectividad a construir y la energía que le diera sostén hasta en lugares remotos, las empresas de soporte, de repuestos y reparación, los cambios pedagógicos, la incorporación del pensamiento computacional y todo lo demás que ya conocemos. Y las huellas de esa caminata quedaron registradas.
Misiones Bicentenario: ¿pobreza infantil 0%?
Pues bien, Uruguay hoy se enfrenta a un conjunto de problemas sociales sobre muchos de los cuales tenemos estadísticas claras. Todo el espectro político hace referencia a ellos y manifiesta voluntad de encararlos. En 2030, junto con hacer rodar la pelota iniciando el mundial de fútbol, se conmemorará el bicentenario de nuestra primera constitución. ¿Podremos definir algunas Misiones Bicentenario focalizadas en esos problemas? Algunas que demanden desarrollo de tecnologías duras, pero también algunas que puedan implicar, al menos en primera instancia, tecnologías blandas e investigaciones sociales. ¿Podemos imaginarnos que en Uruguay no haya niños en la pobreza? ¿Podemos imaginarnos que no haya niños que vivan en inseguridad alimentaria? Y de allí derivar lo que deberíamos hacer en múltiples campos y con variados actores. ¿Podríamos plantearnos que, por ejemplo, una de nuestras “misiones” para el bicentenario sea pobreza infantil igual a 0%?
Edgardo Rubianes es doctor en Biología y fue presidente de la Agencia Nacional de Investigación e Innovación.