“Las redes sociales les dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que primero hablaban sólo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Ellos eran silenciados rápidamente y ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los idiotas”. Umberto Eco
En 2006 fue publicado el primer tuit, desde la startup con sede en California fundada por Jack Dorsey. La limitación de caracteres se debía a la limitación de caracteres de los SMS. Y desde San Francisco se convirtió en la red preferida de las clases intelectuales, académicas y políticas de las sociedades occidentales.
Su poder básicamente radica en que es la red que habla sobre “lo que se está hablando”; esto implica los hechos que ocurren o los que podrían ocurrir. Pero la red X, ex Twitter, como todo entorno social, es un círculo donde se habla de los temas que le interesan a X. Hace ya varios años que vemos en la política y en los medios un peso desmedido de la influencia de X como la red fundamental donde ocurren ciertos debates que luego se filtran al resto de la sociedad.
Para entender la dinámica de la tuitercracia es necesario traer someramente el concepto del filósofo alemán Martin Heidegger respecto de lo circundante en el entorno del individuo. Este establece que hay un montón de cosas “al alcance de la mano” del individuo, que se ubican en distintos sitios (que no necesariamente tienen que estar interrelacionados). Pero esta espacialidad no necesariamente tiene que ser física, puede ubicarse en el plano tanto del espacio como de las ideas. Por ejemplo, un inmigrante venezolano en Montevideo estará interesado por los temas que se susciten en su barrio, pero también en Venezuela, pese a estar a miles de kilómetros de distancia. Esto es lo que conforma lo circundante. Esto quiere decir que en el entorno del individuo hay determinadas dimensiones de lo cercano y que sólo les interesan justamente las que están a su mano. Esto termina haciendo que los individuos se ubiquen a nivel social en clústeres o burbujas de su mundo circundante.
Esto es vital, porque el perfil de los usuarios de esta red es básicamente un mundo de clase media o media alta, con problemas pequeñoburgueses, como si se tratara de una novela francesa de finales del siglo XIX. Y el enfoque de los temas de los que la media de estas personas habla refiere básicamente a ese mundo circundante. Esto se puede concluir en base a los distintos estudios que se realizan en el país sobre los internautas locales.
En el siglo pasado, en relación con el manejo de la información, la prensa era la ordenadora de la agenda informativa. Esta llegaba a las estaciones de radio y luego la agenda del día finalizaba su recorrido en los informativos televisivos de la tarde. Este recorrido tan industrial, propio del siglo XX, fue sustituido por la organicidad que tiene internet. El canal ya no es en papel, sino que corre a la velocidad de la luz por la fibra óptica o por las redes de quinta generación y ya no es unidireccional, sino que el ida y vuelta es un elemento constante. Así pasamos de las decisiones de las salas de redacción a la dictadura del clic.
El cambio en la dinámica hizo que el acceso a medios digitales provocara una baja en la rentabilidad del negocio; para poder subsistir y ser rentables los medios fueron cediendo ante los clics, muchas veces en detrimento de la calidad informativa. Así fue como X pasó a ser la red social favorita de los medios como termómetro para saber qué va a pegar y qué no en la población que consume información a diario. Para entender el fenómeno de cómo funciona la dinámica de la difusión de la información en internet es necesario entender el ciclo del meme.
El meme como unidad básica de información y comunicación nace de los lugares más profundos de internet, como Reddit, para pasar luego a un público menos de nicho como X, y de ahí la comunicación a lugares más populosos como Instagram o Facebook. Esto claramente no es lineal, porque la dinámica organicista de las redes sociales hace que esto no sea así; de hecho, Tik Tok hoy tiene un empuje diferente. Pero seguramente, si un meme o chiste funciona en X, luego será reproducido en las distintas redes sociales, o incluso en los copetes de los medios informativos de ciertos portales y hasta en los chistes que hacen las murgas en carnaval.
Los medios, al levantar qué es lo viral en X, hacen que algo que es un tema de conversación de un grupo de gente muy particular termine convirtiéndose en una nota en medios que va a tener clics, interacciones y que puede ser leída por un estudiante buscando notas para sus deberes. Esto hace que los políticos terminen comentando acerca de las notas de los portales digitales, que en realidad se generaron en X. El problema no es ese, el problema es que se genera un divorcio entre los temas y problemas de la mayoría de la población y los temas de los que hablan los políticos influenciados por X, porque esos temas están bajo el cobijo de los medios.
El problema es que se genera un divorcio entre los temas y problemas de la mayoría de la población y los temas de los que hablan los políticos influenciados por X, porque esos temas están bajo el cobijo de los medios.
Esa brecha que se genera hace que el proceso de realidad en el que vive la clase política se divorcie de la realidad que se vive todos los días en el mundo real. La política termina hablando de los propios problemas que los ciudadanos politizados hablan en X, y queda por fuera una gran masa de ciudadanos que no forman parte del debate político diario, pero son la mayoría, que sufren y que además votan (hecho que parece olvidado a veces).
En el establecimiento de la sociedad nacida de las revoluciones liberales, el rol del periodismo adquirió un rol fundamental como contralor, como guardián que denuncia y evita que se realicen desbordes en el ejercicio del poder. Conoció sus mejores horas volteando presidentes y siendo guardián de las instituciones. Pero también en ocasiones usó su poder de influencia en la opinión pública con bastante discrecionalidad, apalancando estructuras de poder.
Con el nuevo ecosistema digital, el periodista pasó de ser un profesional que buscaba datos para obtener información y noticias que entre otras cosas pudieran incomodar al poder, a convertirse muchas veces en un cazador de clics que tiene como trabajo diario ver qué es lo que se dice en X para ver de qué escribe y poder hacer una nota que tenga muchas interacciones y así poder contentar a los editores. Al menos es la lógica perversa instalada en varios medios.
Se podrá decir que esto es una democratización de lo que la gente quiere leer, pero no es más que una pérdida en la calidad de la información. Es más honesto decir que para que el medio siga siendo rentable, se tiene que bajar la calidad en ciertas áreas. Pero lo que termina ocurriendo es una degradación de la profesión en función del clickbait (práctica que genera notas sensacionalistas para generar interacciones) y las noticias que terminan triunfando son aquellas que versan sobre espectáculos, fútbol o policiales. El tiempo para investigar es inexistente y el desarrollo de una noticia no pasa de algunos caracteres. Estos son los tiempos del posperiodismo, una especie de mundo posapocalíptico para una profesión que supo brillar y ser fiel de la balanza en el manejo del poder en la sociedad.
Los actores políticos en tiempos de redes sociales juegan a camuflarse como si fueran influencers o, mejor dicho, tuitstars. Muchos de los políticos juegan a rascar likes y retuits de los militantes políticos acérrimos y hacen que un tuit con una crítica de las más burdas sea de los que más generan interacciones. Y al generar interacciones, esto atrae la atención de los medios, que van mendigando el clic y hacen que políticos de dudoso nivel intelectual tengan proyección. Esto genera entre otros factores un divorcio, y se podría suponer en un futuro una crisis de representatividad, de los políticos.
Pero en la tuitercracia hay ganadores: son aquellos que dada una legitimidad pueden influir en la agenda pública de forma inusitada. Está el caso de Andrés Ojeda, un político que sólo repite chicanas propias del micromundo de X que usaría un tuitero aplaudidor, con nula capacidad de análisis crítico, donde el vacío del contenido es abrumador.
En este tiempo de tuitercracia, la abrumadora cantidad de información basura hace recordar las palabras de Ray Bradbury en su Fahrenheit 451: “Lánzales encima tantos ‘hechos’ que se sientan abrumados, pero totalmente al día en cuanto a información. Entonces, tendrán la sensación de que piensan, de que se mueven sin moverse, y serán felices”. Si hay una era oscura en lo relativo al contenido y a la información, es la nuestra.
Marcelo Núñez es analista en comunicación.