A pocas semanas de las elecciones nacionales, los sectores políticos comienzan a armar sus listas electorales, a “ordenar” los lugares y los nombres, a decidir quiénes las encabezarán, si serán hombres o mujeres, si serán paritarias o se incluirán mujeres de forma minimalista (es decir, en el tercer lugar para “cumplir” con la ley de cuotas), o si se incorporará a otras personas que no integran históricamente esos sectores, pero su integración generaría una mayor adhesión por diversas cualidades: carisma, formación, conocimiento público, alcance en ámbitos fuera de la política, etcétera. Esta tarea (la de saldar la ecuación)  la realizan, casi exclusivamente, los varones de los partidos.

La aparición de las mujeres en el centro del escenario político en este marco ha levantado polvareda a lo largo y a lo ancho del espectro electoral. Como siguen siendo “excepciones” y no la regla, el rumor es largo y extendido. La vieja ley de cuotas y el persistente impulso de la paridad aún no han logrado instalarlas en pie de igualdad con los hombres. Quizá por eso el asombro. El de Blanca Rodríguez en estos días es tal vez el más sobresaliente, especialmente —pero no sólo— por los comentarios que ha despertado en la que fue su casa: los medios de comunicación. 

Junto con el nombre de María Inés Obaldía —y cabe mencionar también a la exprecandidata por el Partido Nacional y columnista de Economía Laura Raffo—, la “llegada” de las comunicadoras (antes fueron las artistas, que las hay varias, identificadas con el Frente Amplio) ha despertado revuelo. Y, si bien no debemos olvidar que la profesión de periodista es una de las más frecuentadas en el currículum y carrera de muchos políticos, el hecho de que esta vez aparezcan mujeres despierta alboroto. ¿Por qué? ¿Qué lugar ocupan las mujeres?

En el imaginario social del Uruguay “tradicional”, el de los “viejos partidos”, aquel donde la participación política de mujeres constituía una excepción a la regla, era lugar común el silencio —o la posibilidad de participar llevando la voz de otros—. En ese mundo, las mujeres fueron conquistando un lugar de visibilidad en los medios de comunicación. La inteligencia y la seriedad invadieron las pantallas en voz de una docente. Una profesora fue escuchada día a día y la crónica cotidiana —con sus violencias y desencuentros— se benefició de una oratoria calma, pausada, que dio respiro a la hegemónica figuración masculina de la seriedad.

“Así está el mundo, amigos” (sin mujeres)

El paso de la comunicación —o de la política de la comunicación— a la política partidaria que ha dado Blanca es la expresión del mismo movimiento. Refuerza la transformación de las dinámicas de género en este siglo XXI en que, tardíamente, las mujeres y lo femenino bregan por la política nacional. Siendo una figura de consenso aceptada en la sensibilidad del país —en un camino lentamente forjado por su estilo y sus predecesoras—, su opción por reconducir su trayectoria hacia la acción política como espacio de lo común ha causado impacto y también zozobras y dudas. Y en ese “murmullo” que se viraliza en los medios (especialmente en aquellos que tienen una fuerte impronta conservadora), la voz del patriarcado nos recuerda que no todas las peleas están ganadas.

Vale la pena recordar la violencia mediática de la que ha sido objeto no sólo Blanca Rodríguez, sino también muchas otras mujeres, especialmente las que han dado el “paso largo” a la política de los partidos.

A modo de ejemplo, el pasado domingo 25 de agosto, previo a la conferencia de prensa convocada por el Movimiento de Participación Popular (MPP) para oficializar su vinculación al sector, el programa televisivo Santo y seña propone una encuesta a su teleaudiencia para saber si la comunicadora debía aceptar el cargo o “quedarse en casa”. En otro ejemplo, vale la pena citar la nota de Montevideo Portal con fecha 28 de agosto, a partir de los comentarios del analista político e historiador José Rilla, que introduce la noción de “influencer”. ¿Se hubiera utilizado esta denominación si fuera un hombre? ¿O si se hubiera integrado a otras filas políticas? Vale la pena hacerse estas preguntas. 

Pero también vale la pena recordar la violencia mediática de la que ha sido objeto no sólo Blanca Rodríguez, sino también muchas otras mujeres (Fabiana Goyeneche ha sido un caso de estudio en las investigaciones sobre violencia digital contra mujeres), especialmente las que han dado el “paso largo” a la política de los partidos. Pues esto no es precisamente lo que se espera de ellas. El patriarcado vocifera: ¡quédese en su lugar, señora! 

En Uruguay, hay pocas mujeres en política. Seguramente porque en vez de promover su participación cuando emergen figuras legítimas, intelectualmente calificadas, reconocidas y valoradas, aparecen periodistas, teóricos e intelectuales que se preocupan más por cuestionar esta emergencia que por analizar la transformación estructural de las relaciones de género en la esfera política. 

Cualquier mujer política que pretenda tensionar el sistema de partidos con su presencia será sentenciada, condenada socialmente, hasta la desacreditación de sus capacidades, de su trayectoria y de su formación. Pero también, si es necesario, atentarán contra su moral y su vida privada, en busca de desestabilizarla, imprimiendo sobre su cuerpo y, si es posible sobre el cuerpo de sus hijos y familiares, la expresión de la violencia machista y patriarcal. Porque no debemos olvidar que siempre que una mujer ostenta poder, cruza el espacio privado para colocarse en el espacio público. Si alguna tiene la osadía de hacerlo, siempre existirá un varón que le recuerde que nunca debió salir de allí. Atentar contra el espacio privado de las mujeres políticas siempre es el camino más corto y el más provechoso para sacar del ring a quienes intentan desafiar el statu quo.

Constanza Moreira, Ximena Giani, Alejandra Moreni y Nilia Viscardi pertenecen al Círculo Feminista del sector Casa Grande, Frente Amplio.