No, no se trata de un error. Es más bien mi interpretación/homenaje de un término acuñado por el talentoso Darwin Desbocatti en su columna cotidiana, que una vez más encapsula con un solo concepto un tema conflictivo de la realidad actual.

Para empezar, definamos, junto con el maestro Desbocatti, el término “aprostasía” como la condición de aquellos que estamos demasiado arraigados en la realidad material o que somos demasiado mayores para aceptar una realidad donde el principio de no contradicción no tiene validez y todos los estados se superponen como si viviéramos en un mundo cuántico. Me resisto a dar ejemplos con gatos.

Es decir, por un lado, tenemos individuos que viven sus vidas desde la realidad líquida del litio que hace brillar sus pantallas, y como el mayor esfuerzo que les requiere defender sus opiniones es flectar un pulgar, las redes sociales se han vuelto un sucedáneo del circo máximo romano, en el que la turba pedía a gritos la muerte del gladiador vencido solamente por la crueldad cobarde1 de su propia impunidad.

Por el otro, tenemos las corporaciones que instrumentalizan a esas mismas personas y diseñan los algoritmos que dirigen esas mismas redes en la dirección de la violencia y el conflicto. El efecto se conoce de sobra y sin embargo no hay manera de resistirse como sociedad: X estimula el conflicto, Instagram el narcisismo, Tik Tok la fantasía de enriquecerse sin esfuerzo, Facebook la de ser Roberto Carlos (y de tener la misma edad si está en esa red) y así sucesivamente.

Lo que no cambia es que quienes no pueden abstraerse de la mecánica del funcionamiento de los algoritmos caen en una forma de razonar que a los apróstatas se nos empieza a hacer difícil de digerir, por no decir imposible, pero eso precisa alguna explicación.

Yendo a fondo

Hay al menos cinco conceptos que requieren ser considerados para explicar por qué los apróstatas nos estamos sintiendo un poco entre zombis, y esos son: el mecanismo de respuesta variable, el filtro burbuja, el síndrome FOMO, el reflejo de lucha o huida y la consecuencia del deseo mimético del mecanismo del chivo expiatorio.

Ninguno de ellos es una novedad, pero ponerlos a los cuatro juntos no es frecuente, y es que las ocurrencias espontáneas de Desbocatti y su secuaz Ricardo Leiva son más complejas de desarrollar de lo que parecen. Y vaya que valen la pena.

Por un lado, el sistema de recompensa variable se refiere a un sistema de recompensas neurológico que no es constante, sino que varía en frecuencia y cantidad. Este concepto fue investigado por el psicólogo BF Skinner, quien observó que las recompensas otorgadas de manera impredecible y variable generan una respuesta más intensa y duradera en el comportamiento.

En términos neurobiológicos, el sistema de recompensa variable está relacionado con la liberación de dopamina en el cerebro, un neurotransmisor crucial para la motivación y el placer. Cuando una acción es seguida por una recompensa, el cerebro registra esa sensación placentera y es más probable que repita la acción en busca de más recompensas. Si la recompensa es variable, el comportamiento se vuelve más resistente a desaparecer, es decir, persiste incluso cuando la recompensa ya no está presente: se torna obsesivo.

Este mecanismo es fundamental para comprender ciertos tipos de adicciones, como las asociadas con los juegos de azar o el uso de redes sociales, donde las recompensas (como ganar dinero o recibir “likes”) no son siempre constantes, pero la posibilidad de obtenerlas mantiene a la persona comprometida con la actividad. En suma: es la razón por la que nos enganchamos a seguir un tiempo demasiado largo deslizándonos por las redes sin siquiera ver nada pero a la caza de un “like” que nos dé una dosis de dopamina. Nada nuevo ni original, insistimos.

En las plataformas de redes sociales, los algoritmos personalizan nuestra experiencia mostrando contenido basado en nuestras interacciones anteriores. Esto nos expone principalmente a lo que ya nos gusta, fortaleciendo nuestras creencias y limitando nuestra exposición a nuevas ideas. Este fenómeno, llamado “filtro burbuja”, puede aumentar la polarización y la difusión de información errónea al mantenernos encerrados en un eco de nuestras propias opiniones.

Además, la falta de tolerancia hacia opiniones divergentes en las redes sociales puede llevar al bloqueo o cancelación de otras personas, reflejando una división y obstaculizando el diálogo. Estas actitudes generan temor a expresarse y obstaculizan la comprensión mutua. La diversidad de pensamiento es esencial, y para mantener una sociedad saludable debemos fomentar la empatía y el diálogo, reconociendo que el desacuerdo es valioso para las interacciones humanas.

Sin embargo, el impulso hacia obtener “likes” de manera compulsiva, debido al efecto adictivo de la recompensa variable, nos lleva a buscar validaciones positivas constantemente. No obstante, el filtro burbuja limita nuestra exposición sólo a contenidos afines a nuestras creencias existentes, lo que impide que nos acostumbremos a confrontar opiniones divergentes. Esto resulta en que el usuario promedio carezca de práctica para evaluar perspectivas diferentes y reaccione con agresividad ante lo desconocido percibido como una amenaza por no generar satisfacción inmediata.

Lamentablemente, el temor a perder la sensación de felicidad (dosis de dopamina) al ser rechazado (cancelado) hace que las personas vivan con miedo en sus interacciones, convirtiendo las redes en un ambiente parecido a un estado autoritario como se describe en la novela 1984.

El fenómeno FOMO, o “miedo a perderse algo”, es una ansiedad social que surge de la preocupación por no participar en experiencias gratificantes en las que otros están involucrados. Las personas que sufren de FOMO sienten la necesidad de estar constantemente conectadas a las redes sociales para no perderse eventos, interacciones o noticias.

Quienes lo padecen pueden experimentar una compulsión por revisar sus redes sociales con frecuencia, temiendo perderse eventos importantes, interacciones significativas o noticias relevantes. Esta conducta puede generar una dependencia psicológica del mundo virtual, lo cual puede provocar ansiedad cuando no es posible estar conectado.

La dopamina juega un papel fundamental en la relación entre el FOMO y el sistema de recompensa del cerebro. La naturaleza cambiante de las recompensas en las plataformas digitales también se relaciona con este síndrome, ya que opera bajo los mismos principios, generando un ciclo continuo de búsqueda de dopamina que contribuye al desarrollo de adicciones a las redes sociales y a la ansiedad asociada.

Vivir con FOMO puede acarrear consecuencias serias como ansiedad, depresión y una sensación generalizada de insatisfacción. Sumemos esto al efecto anterior y entonces la sensación de fragilidad de algunas personas es tal que viven permanentemente bajo los efectos del reflejo o instinto de lucha o huida.

El instinto de lucha o huida es una respuesta automática que nos prepara para enfrentar o escapar de situaciones peligrosas. Aunque las amenazas han evolucionado, este mecanismo ancestral sigue activándose en la actualidad. Por ejemplo, en el ámbito de las redes sociales, donde no existe un peligro físico real, la percepción de una amenaza a nuestra imagen o ego puede desencadenar una respuesta similar.

Cuando alguien nos critica o ataca en línea, nuestro cuerpo reacciona como si estuviéramos frente a una amenaza física: se liberan hormonas como la adrenalina y el cortisol, el corazón se acelera, los músculos se tensan y estamos listos para responder. Esta reacción puede manifestarse con agresividad en nuestras interacciones en línea, donde las palabras se convierten en armas para pelear o huir.

Aunque esta respuesta pudo haber sido beneficiosa para nuestros antepasados en situaciones de vida o muerte, en el entorno actual, donde las “amenazas” son mayormente virtuales, puede desencadenar reacciones exageradas y generar un estrés crónico que impacte tanto en nuestra salud mental como física. De hecho, el estrés está definido, literalmente, por una situación en la que el sujeto se ve sometido a descargas frecuentes del reflejo de lucha o huida.

Resección y biopsia

En la serie The Last of Us se presenta un hongo real llamado cordyceps que infecta insectos y los convierte en zombis al inundar su sistema con neurotrópicos. De alguna manera, este hongo logra parasitar a los humanos. Los apróstatas sentimos que estamos en ese mundo.

Por un lado, nos resulta difícil negar que la realidad es la verdadera generadora o sustentadora de la verdad relacionada con las afirmaciones, en lugar de las percepciones individuales. Por lo tanto, las acusaciones dramáticas en redes sociales, aunque merezcan ser investigadas, tienen poco o ningún valor probatorio, algo que solía ser evidente para nosotros.

Las acusaciones dramáticas en redes sociales, aunque merezcan ser investigadas, tienen poco o ningún valor probatorio, algo que solía ser evidente para nosotros.

Por otro lado, esta nueva forma de argumentación, antes relegada a discusiones en ferias o violentas disputas familiares, consiste en defender un error propio señalando uno ajeno y llevándolo al ámbito público e incluso a los entes gubernamentales. Esto es preocupante no sólo por la falta de honestidad de quien lo propone, sino también por lo alarmantemente contagioso que resulta para aquellos que creen en ello.

Basta ver las lamentables publicaciones de la senadora Graciela Bianchi en la red X, que ya se han vuelto en sí objeto de consumo irónico por la pérdida de credibilidad de quien ha reconocido públicamente que comunica intencionalmente noticias falsas. Y se explica de la manera siguiente, que espero pueda poner algo de paz en la mente de los otros apróstatas.

Muchos usuarios de las redes sociales, especialmente con uso problemático, tienen algún grado de dependencia a la dopamina. Esto los hace muy sensibles a las particularidades del sistema de recompensa variable, que retroalimenta la necesidad de seguir deslizándose, de responder rápidamente, reaccionar emocionalmente y generar respuestas hormonales/neuronales similares.

El problema es que, como toda droga, se genera tolerancia (tanto en la audiencia como en el sujeto) y se tiene que subir la apuesta para mantener la respuesta dopaminérgica. Por ello las interacciones se orientan cada vez más hacia esta respuesta emocional, y cada individuo se convierte en una máquina que opera con un motor en ciclos de lucha o huida, utilizando la adrenalina y el cortisol para generar dopamina y serotonina, manteniendo un estado constante de desequilibrio que, casi con certeza, se contrarresta con el consumo de sustancias (ya sean legales como la cafeína, nicotina y alcohol, o ilegales).

A medida que la subjetividad se vuelve dominante en las interacciones, el miedo a perderse algo (FOMO) gobierna la rutina diaria y resulta difícil desconectarse de las redes sociales, afectando así el resto de las actividades diarias, lo cual empeora el malestar y aumenta la necesidad de recompensa dopaminérgica y serotoninérgica… Que no se consuma como tal no cambia el hecho base de que la adicción es tal.

Nuevamente, Darwin Desbocatti encontró un descriptor perfecto: llamó a este fenómeno la “sociedad cuántica”, un concepto ampliamente superador de la “sociedad líquida” de Bauman. Es realmente genial.

La mecánica cuántica es absolutamente imposible de entender para alguien que no tenga una sólida formación científica, pero para los que piensan que el experimento mental del famoso gato en la caja “es” la mecánica cuántica, es fácil, como lo es para todos los ignorantes, llegar a conclusiones llevándose por delante cualquier proceso de razonamiento.

Como les fascina la idea de que algo pueda ser y no ser a la vez (algo que en escala humana es absurdo) porque piensan que de eso se trata, cualquier necesidad de pensar se disuelve, porque están aplicando el “doble pensar” de Orwell sin tomarse la molestia de leer o entrar a una universidad a estudiar ciencias.

Así, Graciela Bianchi puede publicar una mentira y sostener que es un objetivo válido en radio demandando ser reconocida como una Von Clausewitz de la estrategia, porque como sus noticias (intencionalmente) falsas generan tráfico, eso es lo que buscaba y por lo tanto es un éxito. Dicho por ella misma. Las respuestas de enojo y burla son percibidas como el objetivo esperado, o se exige que nosotros las percibamos así, pero esa lógica tiene algunas fallas. Y es la misma falla a la que le cantaba Níquel en los 80.

Y eso es lo que nos inquieta a los apróstatas, ya que no estamos seguros de cuándo podemos decir que la gravedad es una ley natural o si tenemos que declarar con énfasis que es un invento de Newton que no existía antes de la fatídica manzana. Curiosamente no hay actitudes cuánticas de superposición al cruzar la calle: si el riesgo es que nos pase un camión por encima, los colores del semáforo son absolutos y no dependen de la percepción. Eso quiere decir que la propia naturaleza cuántica de la irrealidad mental es cuántica: nadie duda de cuál de las puntas del revólver es la peligrosa por más que haya que “respetar las opiniones” de los que perciben otra cosa.

También nos preguntamos si es lógico pensar que no se puede asumir que alguien es hombre o mujer por su aspecto, que no se le puede preguntar al respecto porque es ofensivo, pero que, si una persona asume una imagen y actitudes de un género que no es el que le corresponde por biología, esa información es determinante para que entendamos que su género es el que expresa. O sea: la percepción es y no es fuente de información válida. Epistemología de Schrödinger. Y que conste que no me expido ante el derecho de una persona trans de llevar adelante la vida que desee, sólo pretendo apuntar que el mismo instrumento no puede ser pala y teclado a la vez.

Es lo que tiene la sociedad cuántica; como uno no necesita razonar, puede llevarse la lógica por delante porque las mentes cuánticas viven en una realidad más fluida que la ética del clan Caram. El camino de la hipótesis a las conclusiones no precisa fatigar las arduas carreteras del pensamiento; el enlazamiento cuántico permite saltar a las conclusiones directamente.

Tampoco importa la evidencia en contra de esas verdades que no se sabe si son onda o partícula, porque, como todos sabemos, no hay nada más fascista que la realidad, que, como es socialmente construida, no le debe nada a un “mundo objetivo” en el que la percepción de la bala no influye en la perforación del cráneo.

Política cuántica, género cuántico, moral cuántica. Estupidez newtoniana.

Pensar que el relativismo era el peor enemigo del realismo científico hasta hace apenas diez años. Hoy es el medievalismo cool: hay que creer el dogma sin pruebas, porque la hoguera de las cancelaciones haría llorar de envidia a Savonarola. Y no hay peor pecado que querer saber, aprender o razonar porque la lógica y la matemática son fascistas, y el fascismo no es cuántico, porque no hay nada que sea tan fascista como lo binario. Y la lógica es tan facha que parte de un principio de tercero excluido...

Así que, como no saber y creer parece ser más seguro en esta época, pero creer no puedo, me declaro apróstata, y mientras espero el destino final de caoba, le rezo a Ouranos que se haga su voluntad pero que, de ser posible, aparte de mí el amargo cáliz de sulfato de magnesio.

Bernardo Borkenztain es comunicador y crítico de arte.


  1. Y no me engaño con este calificativo, solamente un justo entre las naciones o un tzadik puede resistirse a ser un cobarde en la masa furiosa; es mucho más difícil de lo que parece abstenerse del efecto del deseo mimético.