Durante la reciente visita del presidente Yamandú Orsi a Italia y al Vaticano, trascendió la posibilidad de que el papa León XIV visite nuestro país. Más allá de las convicciones personales, este hecho merece una reflexión profunda por lo que implica para la sociedad uruguaya en su conjunto: desde nuestra identidad nacional, nuestra laicidad y la diversidad espiritual que nos define y enriquece.

Uruguay es un Estado laico, orgulloso de su tradición de libertad de pensamiento, de culto y de conciencia. Esa laicidad no es indiferencia: es respeto, convivencia, pluralidad. Y desde ese espíritu podemos valorar la importancia de un encuentro que trascienda lo religioso y lo diplomático, para tocar dimensiones humanas, sociales y culturales. Uruguay es y debe seguir siendo un Estado laico, donde nadie impone su fe, nadie renuncia a ella y las personas son libres de creer o no creer.

La laicidad no niega lo sagrado: es el espacio donde todas las espiritualidades pueden convivir en armonía. Es una conquista republicana que garantiza libertad de culto, tanto para la Iglesia Católica Romana como para otras manifestaciones religiosas del cristianismo; por ejemplo, las iglesias protestantes y evangélicas; y para las religiones de origen afro, indígenas, orientales, judías, islámicas, etcétera.

La figura del papa, por la trascendencia moral y simbólica que encarna, puede ser ocasión para que Uruguay se mire a sí mismo: cuán cerca estamos de los valores de solidaridad, equidad y humanidad que proclamamos. Sería también una oportunidad para visibilizar y reconocer todas las expresiones de fe y ritualidad sagrada que conviven en nuestro territorio, muchas veces silenciadas, pero igualmente parte esencial de la riqueza cultural del país. Una patria feliz de su multiculturalidad, de su polifonía numinosa, merecedora de un espacio público democratizado e igualitario.

Sería relevante que este acontecimiento convoque a pensar también en las comunidades de pueblos originarios y de ancestralidad afro, portadoras de memorias, luchas y tradiciones fundantes y fundamentales, raíces históricamente relegadas y muchas veces omitidas por la historia oficial.

La presencia de un dignatario religioso mundialmente reconocido puede ser un marco propicio para recordar la dignidad de cada persona y cultura, la importancia de no excluir a nadie y de promover la empatía, valor clave para combatir la violencia.

Deseamos que, si la visita se concreta, no se reduzca a un ceremonial protocolar, sino que sea un mensaje de diálogo, apertura y fraternidad. Que se convierta en una efeméride valiosa, un encuentro nacional que reafirme nuestras variadas costumbres y ritos, y una instancia de reflexión, equidad social y amor al prójimo. Porque las supremacías estructurales, en un mundo que necesita pacificación, resultan anacrónicas si no avanzan hacia una práctica de paz, goce de derechos y disfrute de la diferencia.

Apelamos a que la visita promueva el encuentro con la diversidad cultural junto a las comunidades afrodescendientes, a los pueblos originarios y a los migrantes, para que sus sentires, que no suelen ser contemplados en la profundidad de lo trascendente y cosmológico, estén presentes.

La laicidad del Estado no excluye la dimensión espiritual, al contrario, obliga a garantizar que ninguna confesión tenga privilegio sobre las demás, y que la ciudadanía plena se ejerza con independencia de las creencias o en su ausencia.

La figura del papa, por la trascendencia moral y simbólica que encarna, puede ser ocasión para que Uruguay se mire a sí mismo: cuán cerca estamos de los valores de solidaridad, equidad y humanidad que proclamamos.

El papa León XIV ha expresado su apego a la inclusión y a la justicia social, criticando las mentalidades excluyentes y reivindicando la necesidad de derribar muros de odio y de abrir fronteras entre pueblos, clases y razas. Más allá del protocolo, su mensaje sobre pobreza, exclusión, ecología, derechos humanos y misericordia resuena en muchos corazones, incluso fuera del catolicismo.

Una eventual visita papal puede ser una oportunidad histórica para renovar los valores de justicia, solidaridad y empatía que sostienen a nuestra sociedad. Y también un motivo cívico para mirar hacia todas las prácticas confesionales vivas del país: las que llegaron de Europa, las que florecieron en África y cruzaron el Atlántico en el corazón de nuestros ancestros esclavizados, y las que nacieron en esta tierra indígena y sagrada desde tiempos inmemoriales.

El alma de Uruguay es plural. En nuestros barrios suenan los tambores de candombe, se alzan rezos, cantos, ofrendas, templos, sinagogas, mezquitas y altares. Somos herederas y herederos de muchas formas de fe, de muchas maneras de nombrar a Dios, a la naturaleza o al misterio de la vida. En esa diversidad está nuestra fortaleza.

Por eso, una visita papal, lejos de contradecir la laicidad, puede ser ocasión para reafirmarla. Para demostrar que en este país se puede saludar al papa con respeto y, al mismo tiempo, honrar a los Orixás, a los Ancestros, a Allah o a la conciencia humana como fuente de bien. Porque la libertad espiritual no divide: reconcilia.

Si el papa llega a Uruguay, deseo que su paso por esta tierra sirva para consolidar puentes de interculturalidad, fortalecer la ética pública y recordar que la justicia, la humildad y el amor por los pueblos son valores universales. Que su mensaje encuentre un país maduro, orgulloso de su laicidad, así como de su memoria diversa, rica en espiritualidad e identidades con vocación de diálogo afectuoso.

Seguro será muy bienvenido. ¡Axé!

Susana Andrade es procuradora, activista social y exdiputada. Es presidenta de la Institución Federada Afroumbandista del Uruguay e integra el grupo Atabaque por un país sin exclusiones, fundado en 1997.