Vivimos en una era de cambios profundos. Enfrentamos peligros compartidos –desde crisis sociales y ecológicas hasta pandemias–, pero también tenemos enormes oportunidades comunes, como la energía verde de bajo costo o los avances en medicina.

Podemos superar estos retos y aprovechar lo que viene, pero sólo si lo hacemos de nuevas maneras y, sobre todo, si lo hacemos juntos. Por eso nos inspira el trabajo colectivo que impulsa la inversión pública global: una forma justa, moderna y necesaria de enfrentar los grandes desafíos del mundo. Se trata de un enfoque en el que todos los países se benefician, todos contribuyen según sus posibilidades y todos deciden en igualdad de condiciones.

Este concepto ha sido desarrollado por expertos y organizaciones de la sociedad civil a través de la Red de Inversión Pública Global durante más de diez años. En el último año, la idea ha ganado fuerza. Uruguay se enorgullece de haber contribuido al lanzamiento de la Plataforma de Sevilla para la Acción sobre Inversión Pública Global, en la Conferencia de Financiación para el Desarrollo realizada en julio. También convocamos a la primera reunión de trabajo entre gobiernos, en setiembre, durante la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas, para avanzar en su implementación.

Hoy, más de una docena de gobiernos participan en este proceso junto con organismos regionales como el Banco de Desarrollo de América Latina y el Caribe (CAF), exjefes de Estado y de Gobierno del Club de Madrid y más de 100 organizaciones de la sociedad civil.

La inversión pública global puede ser la clave para unir esfuerzos frente a pandemias, aprovechar al máximo las energías renovables y dar respuestas rápidas ante desastres. Además, puede cambiar las reglas de la cooperación internacional, alejándola de relaciones de poder desiguales y llevándola hacia una verdadera participación colectiva. Esto no sólo sería más justo que los modelos heredados del siglo pasado: también sería más efectivo.

La inversión pública global puede cambiar las reglas de la cooperación internacional, alejándola de relaciones de poder desiguales y llevándola hacia una verdadera participación colectiva.

La experiencia de Uruguay muestra por qué debemos superar enfoques antiguos. Haber sido “graduados” como país de altos ingresos no cerró nuestro camino de desarrollo, sino que evidenció los límites de un sistema que clasifica con base en umbrales. Lo que necesitamos es una cooperación continua, flexible y que se mida con indicadores más amplios que los básicos.

Con la inversión pública global se fortalecerían la transparencia, la flexibilidad y la legitimidad de la cooperación, al mismo tiempo que se reduciría la fragmentación. Se aprovecharía el poder del interés compartido –porque somos interdependientes– y de la colaboración –porque juntos logramos más–. Así, se revitalizaría el multilateralismo, se renovaría la cooperación internacional y se reconstruiría el contrato social.

Por supuesto, no es una solución única ni mágica. Es un complemento a otros mecanismos de financiamiento internacional y reforzaría avances en temas como justicia fiscal y justicia de la deuda. Pero sí sería una señal clara de lo que los países pueden lograr cuando trabajan juntos en condiciones de igualdad.

Convertir esta propuesta en realidad requiere que los países se escuchen, dialoguen y planifiquen en conjunto. Ninguno tiene todas las respuestas, pero unidos podemos encontrarlas.

Esta es una oportunidad que no podemos dejar pasar. Invertir juntos, con poder compartido, es la mejor manera de asegurar nuestro futuro común. Invitamos a más socios a sumarse a este esfuerzo por construir un mundo seguro, justo y sostenible, entre todos.

Martín Clavijo es director ejecutivo de la Agencia Uruguaya de Cooperación Internacional (AUCI).