“El analfabetismo no es sólo un problema cultural; es también una cuestión social, económica y política”. Así comienza el libro presentado por Julio Castro al concurso anual de Pedagogía en 1939. En aquellos años Castro lamentaba la inexistencia de datos confiables sobre la cantidad de personas que no sabían leer y escribir; hoy Uruguay se adjudica la menor tasa de analfabetismo de América Latina (1,6%). Pero el concepto ha ido evolucionando siempre como antónimo de la alfabetización, que ha tenido cambios diacrónicos y sincrónicos, se ha modificado históricamente y es polisémico en función de las referencias político-pedagógicas y sociales que lo sustentan; así hoy se habla de alfabetización científica, tecnológica, social, audiovisual, artística o crítica.

En este momento histórico la alfabetización como capacidad de leer y escribir es condición necesaria pero no suficiente para desempeñarse adecuadamente en nuestra sociedad, para participar en la vida social, económica, política y cultural, así como para relacionarse con la naturaleza.

Por otro lado, como establecen las Bases Programáticas del Frente Amplio 2025-2030, “la educación tiene que ser construida colectivamente con la indispensable participación social y de todos los actores de la comunidad educativa, teniendo como propósito la emancipación de las personas”. Para hacerlo es necesario asumir la politicidad del hecho educativo y conceptualizar cuáles son los atributos que deben reunir las personas y colectivos con el fin de participar activamente en la vida social. Resulta necesario establecer en términos generales, y a lo largo del proceso de formación, cómo alcanzar esa emancipación y cómo contribuir al camino de humanización que la educación se propone, cómo llevarlo adelante en cada etapa de la vida y cómo recuperarlo si en alguna de ellas no se ha logrado avanzar lo esperado, para que nadie quede en el camino.

La capacidad de participar activamente en su grupo o comunidad define a la persona funcionalmente alfabetizada y supone la posibilidad de actuar en la naturaleza y en el campo social, económico y político, es decir, ser parte activa y protagónica de la vida social al incidir de manera consciente y responsable en la toma de decisiones que mejoren su calidad de vida y la de la comunidad. Quien no tiene esa capacidad entra en la categoría de analfabeto funcional, cuya existencia, como señalaba Castro, no es sólo un problema cultural o educativo, sino que tiene derivaciones en el campo de la democracia, la igualdad y los derechos.

Es relativamente fácil definir quién sabe leer y escribir, pero el concepto de analfabetismo funcional es más laxo y difícil de determinar, identificar y cuantificar, en tanto cada grupo o comunidad puede tener diferentes características y exigencias, pero además existe en su interior heterogeneidad de situaciones y requerimientos.

Es necesario reconocer que el analfabetismo funcional no es un problema individual, responsabilidad de quien lo posee, sino de la sociedad, que no ha sido capaz de incorporar plenamente a individuos que por sus características particulares no lograron la apropiación activa de conocimientos, herramientas y habilidades necesarios para la vida social; afecta a personas que poseen el manejo del código alfabético y conocimientos matemáticos básicos sin poder emplearlos para interpretar la realidad de la vida cotidiana y transformarla positivamente. Una persona funcionalmente analfabeta puede ser capaz de leer palabras o frases simples, pero carece de la capacidad para interpretar e interpelar esos textos, no puede analizar críticamente los mensajes para formarse una opinión propia e independiente. Esa misma incapacidad se manifiesta frente a la información transmitida por medios masivos.

Por lo tanto el problema es que además de quienes no saben leer, tenemos, al decir del escritor José Saramago, “analfabetos que saben leer”: se estima a nivel mundial que 15% de los adultos alfabetizados tienen dificultad para comprender un texto escrito y que el 25% de los estudiantes uruguayos no alcanzan un nivel aceptable de comprensión de textos. Paralelamente, según la Usina de Percepción Ciudadana, el 73% de los uruguayos lee al menos un libro en el año, lo que significa que casi treinta de cada cien no leen siquiera un libro al año. Uruguay tiene pendiente cuantificar la magnitud del problema y encarar acciones para resolverlo, porque sin dudas es un número importante.

Como es lógico, quienes están en esta condición tampoco poseen herramientas para la comunicación que permitan argumentar y exponer puntos de vista, ya que hay un repertorio lingüístico limitado y débil manejo de la retórica (disciplina que se ocupa del estudio y la sistematización de los procedimientos y técnicas expresivas del lenguaje). Esta es una limitante fundamental para contribuir al funcionamiento democrático de la sociedad.

El analfabetismo funcional es multicausal y, por lo tanto, solucionarlo supone un abordaje multifactorial. Una primera causa puede ser el fracaso en la educación básica. En muchos casos, el sistema educativo no logra proporcionar una enseñanza que desarrolle todas las capacidades de las personas, o dicho de otra forma, los niños pasan por la escuela sin que la escuela pase por ellos. Cuando hay niños en cuarto, quinto y sexto que no saben leer y escribir y mucho menos comprender un texto, difícilmente logren superarlo a menos que se generen oportunidades específicas diseñadas a medida; si esto no se hace, lo más probable es que se sientan expulsados y abandonen. El analfabetismo puro (personas que no saben leer y escribir) es un primer escoll,o pero no alcanza con superarlo para ser funcionalmente alfabetizado.

La deserción y el ausentismo escolar contribuyen significativamente a esa realidad, ya que muchos adultos abandonaron primaria o secundaria siendo niños y jóvenes, antes de alcanzar niveles adecuados de alfabetización, debido a factores económicos, sociales o familiares; nuestro sistema educativo debe enfocarse en retenerlos y enseñar no sólo a leer y escribir, sino también a comprender e interrogar los textos, analizar información y desarrollar el pensamiento crítico frente a todo tipo de mensaje.

Las familias con bajos ingresos a menudo carecen de acceso a libros y otros recursos educativos en el hogar, lo que excluye el hábito de la lectura y limita las oportunidades de aprendizaje de sus integrantes. Además, las necesidades económicas pueden obligar a los niños a trabajar o realizar tareas de cuidado desde una edad temprana, sacrificando su educación. Se ha planteado como solución la ampliación del tiempo extendido y tiempo completo, sin embargo, la extensión del tiempo pedagógico y la atención a primera infancia no solo deberían ser vistas como oportunidades para facilitar a las familias el cuidado de las infancias con el fin de posibilitar el desempeño laboral de los adultos, sino como un tiempo altamente valioso para el disfrute y una formación cuestionadora, integral, que incorpore, además de los contenidos clásicamente aceptados, la reflexión filosófica, el acceso a la literatura, la música, la pintura, el cine, el teatro y todas las demás manifestaciones artísticas que −en la modalidad adecuada a cada etapa del crecimiento− desarrollan la inteligencia, la sensibilidad humana y la capacidad intelectual. El lenguaje es el sustento del pensamiento y su desarrollo posibilita alcanzar estructuras complejas y mayores niveles de abstracción; pero además el lenguaje escrito es un vehículo que permite el acceso a bienes de la cultura y la comunicación interpersonal.

La falta de acceso y tiempo dedicado al aprendizaje perpetúa un ciclo de analfabetismo funcional que se prolonga a lo largo de generaciones. La importancia que el entorno cultural y social otorga al aprendizaje juega un papel crucial. La falta de valoración de la educación o la baja prioridad otorgada a la alfabetización puede desestimular a los individuos respecto a mejorar sus habilidades. En general se desconoce la importancia de las disciplinas más allá de su fin práctico, se ignora la función que cumplen para el desarrollo de estructuras y operaciones mentales superiores y el acceso al pensamiento formal y abstracto tan profundamente estudiado por Piaget, Ausubel y Vigotsky.

La Universidad de la Educación fue uno de los compromisos más ampliamente difundidos del gobierno electo y los demás partidos deberían respetar lo que la ciudadanía resolvió.

La valoración y comprensión del entorno familiar respecto a la educación resulta fuertemente condicionante de la actitud hacia ella de los niños y jóvenes; es allí, cuando el contexto de alfabetización no es favorable, que el Estado debe hacerse presente no sólo a través de la educación formal y no formal, sino con todos los mecanismos, organismos, medios y recursos de que dispone en colaboración con la academia y la sociedad civil. Esto sólo es posible si reinventamos el vínculo con el aprendizaje recomponiendo la vocación por ser más −de la que habló Paulo Freire−, estimulando la cooperación para humanizarnos, y contribuyendo al objetivo del bien común. La motivación por el aprendizaje se desarrolla en forma acumulativa como círculos concéntricos, cuanto más conocimiento logramos más conscientes somos de la dimensión de lo que nos queda por saber. Lo dicho no se contrapone con la idea de educar para la vida, utilizar proyectos y resolución de problemas concretos en el proceso de aprendizaje, eso está bien, pero hay que lograr instalar la idea de que la educación no persigue solamente un fin práctico sino también el despliegue de la educabilidad, la capacidad de educarse.

Involucrar a la familia resulta imprescindible para hacerla partícipe, y hechos recientes explican de por sí la necesidad de recomponer el vínculo entre las instituciones educativas y la comunidad. La escuela como un lugar seguro, con códigos propios donde los conflictos −normales en toda relación humana− se transitan mediante el diálogo y la negociación. Eso permite a la familia asumir un rol activo y consciente de la importancia de su actitud frente a la educación y el aprendizaje.

Actualmente el acceso a la tecnología y la masiva información digital puede generar la falsa creencia de tener acceso a la verdad y el poder cuando, como señala Yuval Noah Harari, esa actitud ingenua impide la toma de conciencia de nuestras limitaciones y por lo tanto obtura la posibilidad de superarlas. Esto vuelve a las personas más vulnerables a la manipulación y el engaño. En un mundo cada vez más digital, la incapacidad para cuestionar, operar, utilizar, interpretar, interpelar, relacionar, valorar y analizar la plausibilidad de la información que nos aportan las herramientas tecnológicas limita la participación plena en la sociedad, deteriora la calidad democrática y condiciona las posibilidades económico-laborales de las personas.

Las personas funcionalmente analfabetas enfrentan dificultades para desempeñarse en una sociedad compleja y profundamente desigual, lo que refuerza su exclusión social, política y económica. A modo de ejemplo, todo el avance realizado en nuestro país hacia el “gobierno electrónico” ha generado que muchos ciudadanos no logren gestionar su vínculo con el Estado, por ello una de las líneas de trabajo debería ser que desde las primeras etapas, pero en caso de ser necesario, en la educación de adultos, se proporcionen las herramientas para desempeñarse exitosamente en el mundo digital.

Un capítulo aparte y que merece estudio es el posible nexo entre analfabetismo funcional y violencia o conflicto con la ley. El acceso a niveles superiores de pensamiento y abstracción aporta herramientas para procesar adecuadamente los conflictos, puede reducir las posibilidades de apelar a la violencia física para afrontar desacuerdos interpersonales y ayuda a controlar las situaciones complejas de convivencia. Los estudios sobre el nivel educativo de los privados de libertad, tanto adultos como jóvenes, dan cuenta de ese nexo y alertan sobre los riesgos de no atender en su origen el analfabetismo funcional.

El tipo y la extensión del vocabulario se desarrollan a lo largo de la vida del ser humano, pero en los sectores más vulnerados de la sociedad ese desarrollo se ve limitado por el entorno y la falta de oportunidades, en su repertorio se constata el predominio de sustantivos y verbos; un lenguaje vinculado a lo concreto y a la acción que impide comprender la realidad en su complejidad. A esto se suma que la urgencia de resolver lo cotidiano e inmediato, como la alimentación o la salud, hace vivir el día a día, sin posibilidades de prever el futuro, organizar y planificar acciones de mediano y largo plazo. Problematizar esta situación para superar la resignación y su naturalización es un primer paso para salir de ella.

Todos estos factores interactúan, se potencian en cada caso y etapa con diferentes énfasis, pero el patrón general es la inmediatez e incluso la incapacidad de prever el futuro o las consecuencias de las acciones. Hay un predominio subcultural de la búsqueda de soluciones drásticas, rápidas y expeditivas por medios riesgosos y no siempre adecuados, se naturaliza la justificación de cualquier medio con tal de lograr los fines.

Hay diversos estudios que señalan altos porcentajes de personas privadas de libertad que no culminaron primaria y casi ninguno con secundaria completa. Las cárceles están pobladas principalmente por hombres jóvenes, analfabetos funcionales. Atender esa situación es una prioridad si partimos de una visión sustentada en los derechos humanos, aportando herramientas para su reinserción en la sociedad en condiciones dignas de existencia y acompañando cada proceso en forma adecuada. El gasto que esto implica se compensa con la reducción del delito.

Todos estos desafíos tienen como nudo central la formación de docentes competentes para cada etapa y tarea específica, desde la primera infancia hasta los adultos; el gobierno entrante se propone dar adecuada respuesta a esta cuestión mediante la creación de una “Universidad de la Educación pública, autónoma y cogobernada”. Ese objetivo, cuya viabilidad está sujeta a la aprobación parlamentaria, sólo puede lograrse si se alcanza un contundente respaldo popular y de las organizaciones de la sociedad que sensibilice a los legisladores sobre este anhelo histórico −cuyo origen se remonta a 1929 cuando Enriqueta Compte y Riqué presentó su proyecto de Facultad de Pedagogía−; de lo contrario, encontrará el mismo bloqueo que en anteriores intentos.

La Universidad de la Educación fue uno de los compromisos más ampliamente difundidos del gobierno electo y los demás partidos deberían respetar lo que la ciudadanía resolvió. La futura Universidad podrá desarrollar, además de docencia y extensión, la necesaria investigación para determinar, entre muchos otros temas, el alcance y profundidad del analfabetismo funcional en Uruguay, indagar más intensamente en sus causas y cómo colocar la educación y todos sus actores al servicio del proceso de humanización y participación ciudadana que nuestra sociedad requiere.

Esa visión que ubica en el centro al ser humano y sus derechos sustenta la necesidad de que la educación de todas las personas, a lo largo de toda la vida, proporcione, reinventando flexibles modelos educativos, con adecuación a cada etapa, las herramientas para la participación productiva en todas las instancias de la vida democrática, el desempeño laboral digno, el disfrute y producción de bienes de la cultura, la cooperación y la paz.

Julio Arredondo es maestro especializado, profesor de Pedagogía, exdirector en Unidad Casavalle y de Institutos de Formación Docente. Integrante del Grupo de Reflexión sobre Educación.