Un país es una construcción humana con vocación comunitaria permanente, asentada sobre profundos lazos –territoriales, históricos, genéticos, culturales, éticos, emblemáticos–, que plasma la voluntad de coexistencia armónica y civilizada de sus habitantes, en la perspectiva de una realización efectiva de sus potencialidades y aspiraciones: intelectuales, materiales, afectivas.
Una “esquina” –nuestra esquina– entre tantas otras de este complejo universo, donde confluyen orígenes, realidades e intereses diversos que, conjugando un marco de expresión colectivo para su natural y válido individualismo, convienen en la elaboración de una síntesis de convivencia que los contenga, los integre, los complemente y los potencie en la concreción de sus sueños, en la consagración de sus derechos, en la satisfacción de sus necesidades. Y cuya salvaguarda política se expresa en un contrato social reivindicado por el conjunto: la Constitución de la República.
Pero un país es, además y por sobre todo –nuestro país así lo expresa–, una “comunidad espiritual”, al decir de Wilson Ferreira Aldunate, que ha sido capaz de entretejer y dar identidad colectiva, sentido de pertenencia, simbología y compromiso a ideales, actitudes, fundamentos éticos, objetivos e inquietudes suprageneracionales que se entrelazan y conjugan hasta concluir en esta “entidad moral”1 llamada Uruguay, que a todos nos convoca. Un estado virtuoso y potente del “alma democrática colectiva”, ante cuya presencia los tiranos tiemblan y las más soberbias dictaduras claudican.
El general Liber Seregni constituye, sin lugar a dudas, un mojón emblemático de esta construcción colectiva.
El seregnismo en tiempos de cambio
“La Humanidad avanza, no en línea recta, sino siguiendo una espiral ascendente. A veces el camino va hacia atrás, pero sólo para tomar un nuevo impulso hacia arriba. Sólo en apariencia volverá a retroceder. Si sabemos mirar bien, advertiremos que esa curva de retorno está más alta que la anterior”, decía Seregni.
Como toda manifestación vital, un país es mutante, evolutivo, reacciona a estímulos internos y externos, y, lejos de coagular en una forma estática, congelada, es movilidad, ebullición, cambio, porvenir. Pretender encasillar su tránsito constante a mecanismos, formas y respuestas ancladas en una realidad del ayer, aun cuando adecuadas en su momento, resulta ajeno a la racionalidad y el fundamento progresista que la democracia comporta.
El proceso de avance de la humanidad conlleva comprender y acompasar el vértigo y la fecundidad que la globalización de cada tiempo presente expresa, y cómo ello impacta en la correlación de cada nuevo orden –interior y externo– en esa eterna y universal puja ideológica, política y de poder a la que aludía Carlos Real de Azúa.
Desde ese lugar, entonces, esa síntesis de convivencia que el país representa deberá incorporar a su inventario de consensos necesarios y posibles los avances en herramientas y nuevas realidades en áreas como la ciencia, las comunicaciones, el conocimiento, la tecnología, el pensamiento, a fin de atender las nuevas demandas, necesidades, contradicciones y desafíos que ellos conllevan. Así como también, y prioritariamente, su sintonía y adecuación con la filosofía de participación social y económica que el país históricamente apunta a reflejar.
El seregnismo y el desafío histórico
Seregni sostenía que “la historia política del Uruguay no sería comprensible sin la presencia y sin la historia del Frente Amplio. Al mismo tiempo, la propia vida del Frente Amplio es también la historia del Uruguay en estas últimas [cinco] décadas”.
En el campo laboral, el país deberá abordar el trabajo a distancia y extrafronteras, la robótica, los derechos adquiridos, la longevidad, en contraste con la productividad, la informalidad, la disminución de la jornada laboral y la sustentabilidad de los sistemas de previsión social, sin dejar de dar respuesta, a la vez, a las nuevas exigencias y contenidos del sindicalismo, en cada nueva elipse de la evolución humana.
Así también, en el contexto geopolítico, deberá atender las nuevas “fronteras permeables” que devienen de los bloques regionales, comerciales, ideológicos, culturales y cómo eso repercute en nuestro propio espacio interno: en nuevas modalidades de comercio, en tratados de libre comercio (TLC), en el retorno a restricciones y proteccionismos, en el rebrote de los nacionalismos, de los conflictos étnicos y religiosos, y muy especialmente en cuánto inciden estas cuestiones en la jerarquización (o no) del concepto país para las nuevas generaciones.
En lo que hace a las nuevas herramientas y “perversidades” del capital, deberá desarrollar una mirada preferencial contra los modernos “desarrolladores” enquistados hoy en la sociedad: las multinacionales (especialmente del medicamento), las supranacionales y, específicamente, el narcotráfico y sus lavanderías del dinero negro, que, al amparo de las grietas y debilidades estructurales del sistema, embisten contra aquellas “razones y antecedentes que hacen a nuestra extrema singularidad política” y hacen temblar sus cimientos.
Esto nos lleva de la mano a las exigencias técnicas, intelectuales y éticas que la gestión pública demanda, en tanto se trata de administrar y actuar respecto de bienes y asuntos que hacen al patrimonio y al bienestar colectivo. Aquellas deberán ser específicamente cuidadas, para evitar que estos últimos se constituyan en fuentes de corrupción política, así como en plataformas de egoísmos personales, reafirmando el concepto de “dignidad arriba y regocijo abajo” que, a esta altura, trasciende divisas partidarias y se planta en el sentir colectivo como un faro ético ineludible de la acción política del país.
Es preciso asumir la realidad de los nuevos derechos que se abren paso universalmente, con responsabilidad política y lealtad institucional. En especial, en el tema de género, que –lejos de constreñirse a una mera postura discursiva “antipatriarcal”– debe expresar la fortaleza conceptual de nuestro sentir democrático colectivo; que traduzca la voluntad y la convicción constructora de una equidad real y efectiva de derechos de la mujer, como actora social, intelectual y política en todos los planos y en todos los escenarios.
Acompasar asimismo, con especial preocupación, la cuestión generacional, que hace al recambio y el enamoramiento de los nuevos ciudadanos con el horizonte utópico, “con la razón” y “el destino previsible” de esta expresión humana con vocación comunitaria que denominamos Uruguay, asumiendo compromisos y responsabilidades con la historia colectiva, con el presente y con el porvenir.
El seregnismo y la democracia electoral
“Inauguramos una concepción nueva de la acción política, porque también es nueva la sociedad que queremos construir y nuevo el hombre que en ella habrá de vivir. ¡Vivir, no perdurar! No ser el mero receptor, la mera víctima de lejanas decisiones en las que no participa, sino el actor principal de su historia, el protagonista de sí mismo”, decía el general Liber Seregni.
Como acontece cada cinco años, este “Uruguay de, con y para todos” fue convocado, a finales del pasado año, para considerar, democrática y fraternalmente, todas estas cuestiones y otras que hacen a su convivencia social, a su desarrollo colectivo y a la mayor o menor satisfacción de los sueños de las gentes, justipreciando logros, denunciando frustraciones, reivindicando nuevas necesidades. Y, fundamentalmente, para evaluar la gestión del gobierno actuante entonces y definir las nuevas autoridades que habrán de conducir el rumbo del país durante el próximo lustro.
Como bien decía el general Seregni, “no permitamos que nos embreten en corrales de ramas”. No nos embarquemos en “disyuntivas inexistentes”. “Sepamos discernir entre lo trascendente y lo accesorio”.
Es así que, siguiendo el cronograma electoral, los diferentes partidos políticos, herramientas exclusivas definidas por el sistema para la acción política, hemos expuesto nuestras visiones de la realidad, proponiendo avances, soluciones y nuevas perspectivas a cinco años de plazo ante el pueblo soberano.
Y los azules y los rojos, y los blancos y los rosados y los verdes, en sus diferentes tonalidades, nos hemos expresado acerca de todas estas cuestiones, y otras muchas más, en cada uno de los “caleidoscopios programáticos” que nos definen; en la perspectiva más difusa o brillante, más amplia o exigua, que le confieren sus diferentes “espejos interiores”, ejes ideológicos del horizonte democrático que los inspira.
La sociedad se reencontró entonces con los debates acerca del desarrollo, del comercio, de la enseñanza, de la inseguridad, de la convivencia. De cómo erradicar los asentamientos irregulares, de los compatriotas en situación de calle, del doloroso crecimiento de la pobreza infantil y de dar un nuevo enfoque a las políticas sociales.
Los economistas nos explicaron acerca del gasto social, de la inflación, del “atraso cambiario”, del “precio de los combustibles” y de la “cuestión fiscal”, sin faltar la recurrencia a la “espada de Damocles” que representa un nuevo ajuste impositivo. En un relato condimentado con peripecias “heredadas” o “vientos de cola”, según corresponda.
Y el soberano eligió. Y el sistema político y la sociedad toda acatan su laudo.
El seregnismo: herramientas y fundamentos
Seregni decía: “Cuando era estudiante, un viejo profesor que nos hablaba de historia y de la vida comparaba ambas con un río de llanura, con sus vueltas que, aparentemente, van detrás del curso; y ponía como ejemplo nuestro río Negro, ¡el viejo Hum!, con sus bucles, con sus meandros. Yo digo que debemos recorrer y gozar de esos bucles, pero sin perder de vista el curso del río y su destino final, que es la desembocadura”.
Claro que no todo son flores en una democracia, por más fuerte que esta se plante. Como lamentablemente se está volviendo hábito en estas circunstancias, no faltaron aquellas actitudes y discursos que hacen a la depreciación de la actividad política, a la simplificación de asimilar ideas con herramientas y roles con fundamentos, tendientes a generar en la ciudadanía el concepto de que “todos hablamos lo mismo, aunque con distintos matices”.
Es más: en estos días se producen violentos ataques desde el sistema político contra la actuación del sistema jurídico, en una clara presión contra la separación de los poderes del Estado, columna fundamental del sistema democrático del país. Actitud tan temeraria como irresponsable.
Como bien decía el general Seregni, “no permitamos que nos embreten en corrales de ramas”. No nos embarquemos en “disyuntivas inexistentes”. “Sepamos discernir entre lo trascendente y lo accesorio”.
Queda claro –el archivo de la historia lo demuestra– que no todos hablamos lo mismo. Porque no somos todos lo mismo. Ni en la política ni en la vida. En un tiempo acicateado por la falta de transparencia, por el ocultamiento escudado en la confidencialidad, donde la estrategia de la mentira se derramaba –hasta ayer– desde la mismísima cúpula del poder, sobre una sociedad anestesiada por una “epidemia de protagonismo mediático”, nosotros, los frenteamplistas, los seregnistas nos reafirmamos en la conducta ética de la verdad como fundamento esencial de la democracia.
Porque no creemos que la mentira se justifique en función de quien la diga, del resultado que se procura, de si es descubierta o no. La mentira es mentira, provenga de quien provenga, procure lo que procure, se descubra o permanezca oculta. Cuarenta largos años desde el retorno de la democracia nos dan la razón acerca del dolor, los estragos, y el distanciamiento social que la mentira y el ocultamiento de la verdad es capaz de generar en la sociedad.
Nos reafirmamos en los paradigmas del “valor superior de la vida”, de la “libertad sin adjetivos”, de “la responsabilidad con la mañana siguiente” y de “decir lo que se piensa y actuar en consonancia con lo que se dice”, aprehendidos de nuestro presidente histórico, el general Liber Seregni.
Nuestro accionar político –como ayer, como siempre– se asienta en tres ejes fundamentales: la reivindicación de la política como herramienta prioritaria de la democracia, en contraposición al “son todos iguales” desmotivador y carente de esperanzas. Para ello, aportamos nuestro talante dialoguista y tolerante, siempre abierto a la construcción de políticas de Estado, a la reafirmación de las confianzas mutuas en los diferentes planos del entramado social. Y, fundamentalmente, nuestro especial cuidado y prevención de los equilibrios esenciales que hacen a nuestra síntesis de convivencia como país, apuntando a la desarticulación y superación de las brechas sociales, económicas, geográficas y aun ideológicas que amenazan con resquebrajarnos.
Es necesario “un Frente Amplio abierto hacia adentro y hacia afuera”, lo que constituye nuestra esencia, recuperando y potenciando nuestra capacidad de diálogo con toda la sociedad, reconstruyendo lazos y alianzas sociales y políticas, contribuyendo a decantar las contradicciones que se expresan en la sociedad, contrarrestando todo intento de aislamiento al que pretendan someternos.
La jerarquización del debate, en su tono, en su profundidad, en la recuperación de su esencia ideológica y el desde dónde y hacia dónde de las políticas que se proponen; afirmados en nuestra impronta seregnista de defensa y fortalecimiento de la institucionalidad, con horizonte de justicia social en inclusión y equidad.
Porque, como se desprende de lo señalado más arriba, un país –nuestro país– es, para nosotros, un estadio en el que las ideas, ideologías e intereses que convocan a tan heterogéneo espectro social se desarrollan, contraponen y convienen de manera constante, democrática y tolerante.
La labor del gobernante (los propios y los que no), a su vez, consiste en entender, administrar y reafirmar –en sintonía con las exigencias que cada nueva coyuntura expresa– esta histórica “síntesis de convivencia” que conformamos y que, por cierto, habrá de continuar más allá de los tiempos electorales y de nosotros mismos.
Cuidadosos, por tanto, de la preservación de aquellos valores y cuestiones que construyen ese “pasado útil, inteligible, capaz de sustentar, de dar sentido a una faena histórica y nacional proyectada hacia adelante”, como señalara Real de Azúa. Conscientes de que el desajuste de cualquiera de esos trabajosos e históricos “equilibrios consensuados” que tejen nuestra compleja red social puede determinar inequidades importantes en la sociedad y poner en riesgo la institucionalidad construida.
Lejos de ser un generador de “grietas” entre los que opinamos diferente, el debate ideológico debe constituirse en un “tendedor de puentes”, en una herramienta para la construcción de los grandes consensos, de los grandes acuerdos que hacen a toda la sociedad. Porque, al fin y al cabo, ¿qué otra cosa es gobernar si no administrar en clave de justicia social y felicidad colectiva las contradicciones que la sociedad expresa?
Por cierto, en el contexto del más largo período de democracia de la historia nacional –al que el general Seregni contribuyó desde la vanguardia del pensamiento y el liderazgo político–, no puedo reprimir la necesidad de concluir esta rememoración de la liberación de su injusto cautiverio por la dictadura sin una frase suya dirigida a su compañera, Lilí Lerena, y que expresa toda su ternura, su humanismo y su sensibilidad vital: “Bueno, Chiquita, te he escrito largo... Quiero que digas a las hijas y nietas todo mi cariño y mi permanente recuerdo. A los amigos y compañeros, mi solidaridad, mi confianza y la certeza del mañana. Y a ti, ¡qué otra cosa que repetirte mi amor! Seregni”.
Liliam Kechichian es seregnista y senadora de la República por el Frente Amplio.
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“El conjunto de imágenes amadas y de emociones sentidas y de nombres pronunciados, y de líneas, y colores, y expresiones preferidas” que construyen en su conjunto “la entidad moral” comunitaria que las gentes llaman “patria”. Juan Zorrilla de San Martín. ↩