Los primeros días de la gestión de Yamandú Orsi pueden analizarse desde distintas aristas. Se ha hecho énfasis en la falta de iniciativas contundentes, en la ausencia de un buque insignia y de una hoja de ruta que marque los mojones principales de por dónde irán los tiros del Poder Ejecutivo en su año inaugural, más allá de algunas pinceladas producidas en el primer Consejo de Ministros del martes. Desde el flamante gobierno en funciones, se arguye haber transitado el primer mes como un período de evaluación y para determinar la situación efectiva del país en materia de cuentas públicas. Este diagnóstico redundaría prontamente en mensajes para cada arena de política pública respecto a cuánto delimitar expectativas para plantear objetivos y metas circunscritas a un cinturón fiscal ajustado.
Por su parte, el Parlamento se sacude la modorra que contagia el Ejecutivo. Culminadas las negociaciones por cargos entre gobierno y oposición, el Senado procesó eficazmente una primera tanda de venias para la conformación de directorios de entes autónomos y servicios descentralizados. Más aún, se viene atreviendo a delinear una agenda legislativa propia, con el desarchivo oficialista de numerosas iniciativas otrora truncas y la presentación de proyectos de ley de calado para los que aparenta contar con respaldos transversales suficientes, como es el caso de la eutanasia.
A la espera de que el Ejecutivo exponga los qué, vale dedicar una reflexión sobre los cómo, las señales que se transmiten desde el centro de gobierno acerca de la estrategia de comunicación política a desplegar, y sus matices con el pasado próximo.
Ríos de tinta y bytes se han derramado sobre los estilos presidenciales desde la restauración democrática. Ya es un lugar común señalar la sobriedad comedida de un Tabaré Vázquez y sus reminiscencias mitterrandianas muy dueñas de sus silencios porque “cuando habla el presidente, habla el país”, en contraposición con la aplanadora comunicacional de un orador dotado como José Mujica, quien –antes, durante y después de su presidencia– jamás rehuyó a alimentar un micrófono en cualquier contexto y sobre cualquier cuestión.
En una línea afín, Luis Lacalle Pou llevó su omnipresencia mediática a un paroxismo, provocando la crítica de un campo político opositor que declamaba que “nos gobierna una agencia de publicidad”. La apreciación tenía gusto a amarga autocrítica por el nítido contraste con el mutismo del tercer gobierno del Frente Amplio, que alcanzó ribetes surrealistas cuando, en pleno conflicto con un actor naciente y ruidoso como Un Solo Uruguay, Presidencia optó por defender su política productiva y agropecuaria utilizando la voz y la imagen de un conocido presentador de televisión; tal era la tozuda convicción de mantener a los jerarcas del gobierno por debajo de los radares mediáticos.
La comunicación que comienza a avizorarse en la gestión de Yamandú Orsi difiere de todos estos antecedentes, en una estrategia que puede ilustrarse con la imagen de liderazgo “orquestal” o “coral”. Disculpando las limitaciones musicológicas de este autor respecto a cómo efectivamente se dirige un coro u orquesta, indaguemos en la metáfora de una comunicación que transmite una búsqueda de equilibrio entre armonía y libertad. El presidente se asimila así a un director de orquesta que no toca cada instrumento, sino que permite que cada componente despliegue el talento individual del que sea capaz. La comunicación aparece aquí distribuida de forma tal que cada voz tenga un rol y un virtuosismo propio dentro de la armonía general.
Como ejemplo de esta estrategia, cabe recordar lo acontecido durante la maratón de asunciones ministeriales de la primera semana de marzo. Fue notoria la decisión de ceder el protagonismo presidencial a los integrantes del gabinete y a sus equipos de gestión y comunicación. Cada ministro y ministra escogió diferentes lugares simbólicos y formatos para llevar adelante sus actos de asunción, tan diversos como el Auditorio del Sodre, una plaza del este montevideano, o un asentamiento irregular, yendo por el lado de la sobriedad tecnoburocrática o con cierre musical de cantores populares incluido. En cada evento, los secretarios de Estado marcaron sus prioridades programáticas, y en muchos casos dieron encendidos discursos a partir de sus propias trincheras ideológicas y pertenencias sectoriales explicitadas. En cada ocasión, el presidente mostró un respaldo discreto con su sola presencia, evitando hacer uso de la palabra y dejando el centro de la escena libre para que se luciera el jerarca de turno.
Cuesta no ver aquí una señal de estilo presidencial, un “laissez-faire” que conecta con el análisis de Adolfo Garcé1 cuando plantea que el estilo Orsi es heredero de las principales marcas de identidad tupamaras y emepepistas. Por un lado, el pragmatismo de dejar que la realidad marque los rumbos que la teoría no pueda dilucidar a priori. En consonancia, la metodología de autonomía táctica de cada columna, tributaria de la forma de conducción militar de la organización guerrillera, que contrastaba explícitamente con el centralismo tan caro para sus rivales comunistas de aquellos años.
Estas señales incipientes permiten aventurar un gabinete presidencial con ministros más autónomos para construir carreras políticas a partir de sus virtudes, competencias y circunstancias propias que en períodos anteriores. Si se compara con la presidencia de Lacalle Pou, el contraste alcanza cotas superiores. El expresidente nacionalista fue un líder vertical, hiperactivo y con vocación por “estar encima” de todos los temas, al punto de episodios inverosímiles de política con minúscula, como la presión a ediles de la coalición multicolor para torcer su voto en la Junta Departamental de Canelones con el fin de truncar la aprobación de un fideicomiso destinado a obras del departamento. La hiperexposición presidencial y la concentración de la comunicación desde Presidencia tuvo como correlato electoral el escenario inédito en la historia política uruguaya de que el único precandidato oficialista posible fuese el secretario de Presidencia, mano derecha de Lacalle Pou en la gestión, evidenciando que ningún liderazgo fue incubado desde un consejo de ministros con bajísimo perfil político.
2029 queda lejos y es incierto qué resultados en la prosaica forma de votos dará este supuesto gobierno de periodistas. Los aciertos se medirán en su contribución a la consecución de los fines últimos del partido de gobierno.
Por el contrario, este novel liderazgo coral de Orsi presenta la ventaja potencial de resguardar al presidente y evitar un desgaste por sobreexposición frente a los intrincados problemas de la gestión de políticas públicas que todo gobierno enfrenta tarde o temprano. Para esquivar un rato la metáfora futbolera siempre ubicua, recurramos a lo que cualquier equipo de básquetbol entiende como “jugar con las faltas”, como parte vital de una estrategia defensiva sólida que requiere de su uso táctico para desgastar al rival o cortar su ritmo de juego. Cualquier basquetbolista de barrio sabe que debe administrar sus faltas personales, dosificando cuándo arriesgarse y cuándo evitar contactos para no ser expulsado. Pero este uso estratégico sólo es posible si hay coordinación colectiva. Pierde sentido intentar blindar en equipo a quien se corta solo y se tira de cabeza a cuanta pelota pica cerca.
Si lo que se aproxima es una época de ministros con más alto perfil y alas para volar, también se constata que estos actores llegan flanqueados por equipos de profesionales de la comunicación que comienzan a dejar una huella perceptible. Se empieza a notar el accionar de un número relevante de especialistas con trayectorias de exposición pública notoria detrás de la comunicación del gobierno, no sólo en Presidencia sino en cada uno de los ministerios, fundamentalmente en aquellos con mayor peso político y escrutinio público. Este trabajo tras bambalinas de comunicadores expertos se aprecia en la proliferación planificada de mensajes que buscan empatizar con la ciudadanía conectando problemas políticos complejos con situaciones de la vida cotidiana, en un lenguaje llano y directo.
Más allá de las críticas esperables que han aflorado de filas opositoras por el nutrido elenco de “famosos” que se integra a este “gobierno de periodistas”, y las implicancias éticas que tales relaciones íntimas con la política pudiesen tener en el marco de esta comunidad de práctica profesional, parece un acierto básico y concreto dotar las funciones de comunicación del estatus que demanda un presente de vertiginoso desarrollo de los entornos de comunicación digitales. Son exponencialmente crecientes las amenazas de la desinformación que distorsiona la realidad, la polarización y burbujas informativas que limitan la diversidad de perspectivas, la sobreabundancia de datos y el ruido digital que dificultan el acceso a contenidos de calidad y la posibilidad del pensamiento crítico, así como el avance de los deepfakes y la automatización con inteligencia artificial que dificulta distinguir lo real de lo espurio. La presencia de especialistas en comunicación no inocula al gobierno de estos males, pero es un aporte bienvenido bajo la premisa aquella de que, aun cuando la asepsia total sea imposible, es preferible operarse en un quirófano que en una cloaca.
Por supuesto que la comunicación coral tiene entre sus principales desafíos la gestión de las contradicciones que ya han visto la luz. En semanas pasadas, la sucesión de declaraciones de figuras del gobierno buscando disputar el relato de un senador opositor acerca de “la Ferrari” que dejaba el gobierno saliente se asemejó a un sainete poco ensayado, que de orquesta tenía menos que poquito. Más allá del escaso conocimiento de mecánica automotriz del elenco de gobierno en su construcción de metáforas sobre el mal estado del vehículo recibido, se puso de manifiesto que la evaluación sobre la situación de las cuentas públicas nacionales y los indicadores socioeconómicos principales varía sensiblemente entre actores clave como el ministro de Economía, el prosecretario de Presidencia y senadores de la bancada oficialista. En un esquema de gestión de la comunicación más vertical, habría bajado la línea de llamarse a silencio antes de seguir agregando adjetivos a la supuesta Ferrari cascoteada, inquietando de paso a las fuerzas vivas del mercado en el afán de polemizar con la filosa espada tuitera/parlamentaria de la oposición nacionalista.
Así y todo, la estrategia coral de Orsi tiene el interesante potencial de repartir huevos en diferentes canastas y permitir que varios jugadores se prueben en la cancha y demuestren si tienen con qué aprovechar sus minutos de aire, respaldados por equipos técnicos que colaboren en maximizar sus rendimientos en esas lides. Se trata de un camino innovador, diferente a los marcados por el “profundo y prolongado silencio” de Vázquez, el entusiasmo radialista de Mujica para “hablarle al país” y el hiperpresidencialismo exacerbado de Lacalle Pou con su “agencia de publicidad” montada a toda máquina en la Torre Ejecutiva.
Pero por sus frutos los conoceréis, y aunque cueste recordarlo en un país de clima electoral inmanente, 2029 queda lejos y es incierto qué resultados en la prosaica forma de votos dará este supuesto gobierno de periodistas. Los aciertos se medirán en su contribución a la consecución de los fines últimos del partido de gobierno, que, al igual que con Maquiavelo 500 años atrás, aún remiten a conservar, consolidar y ampliar el poder político. Antes de apurarnos a profetizar éxitos o augurar fracasos, es cauto y de justicia recordar que comunicadores, analistas y formadores de opinión de las más variadas tiendas ideológicas coincidieron casi monolíticamente durante el pasado lustro en elogiar, ya fuera con exitismo o preocupación, la impecable estrategia comunicacional de Presidencia, muy eficaz en parir buenos índices de simpatía y aprobación, y estéril para contribuir al objetivo político primordial de hacer reelegir al gobierno.
Mauro Casa es politólogo y magíster en políticas públicas por la Universidad de Londres.
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“El liderazgo de Yamandú Orsi leído en clave ideológica”. Búsqueda, 14/3/2025. ↩