La Universidad de la República (Udelar), a partir de la renuncia del rector Rodrigo Arim, se encuentra en proceso de iniciar una elección rectoral para culminar el período actual. Un grupo de universitarias y universitarios, que tenemos en común años de trabajo y encuentros, realizamos un aporte a la discusión programática mediante un documento que hemos hecho público recientemente. Este artículo tiene la finalidad de invitar a su lectura y discusión, así como a acompañar las ideas mediante la firma y la construcción activa en nuestros distintos espacios de participación.

Frente al nuevo ciclo que se abre, pensamos que es momento de mirar hacia adelante, pero también de mirar con detenimiento lo recorrido. La Udelar ha atravesado, en las últimas décadas, un proceso de transformación que no ha sido lineal ni ha estado exento de contradicciones, pero que ha permitido ampliar sus funciones, multiplicar su presencia territorial y diversificar sus prácticas académicas. Hoy se impone la necesidad de consolidar críticamente esos logros, proyectar nuevos horizontes, y hacerlo desde una institucionalidad que sepa cuidar su historia sin quedarse en ella.

La Udelar va a seguir comprometida con las necesidades del país e impulsando la democratización del conocimiento, y ello implica, con la organización actual, seguir fortaleciéndose para permitir que cada vez más personas tengan acceso al conocimiento avanzado. Para hacerlo bien es necesario racionalizar y optimizar recursos y esfuerzos, así como repensar su estructura y adecuar su normativa a la nueva realidad con proyección de futuro. Consolidación y autocrítica deben ir juntos; debemos cuidar mucho lo que tanto ha costado construir para, sobre bases firmes, avanzar.

Imaginamos una Universidad articulada en un sistema de educación terciaria, integrante de una red de instituciones públicas robustas y diversas. Anhelamos un sistema nacional de educación superior con múltiples instituciones públicas, gratuitas, autónomas y cogobernadas, coordinadas entre sí mediante recursos compartidos, trayectorias académicas navegables y un compromiso común con el desarrollo nacional. Una opción es avanzar hacia un “Sistema Universitario Udelar”, con estructuras de menor tamaño pero gran autonomía y especificidad. Otros han propuesto la posibilidad de crear otras universidades públicas, hijas de la Udelar. La discusión a la que convocamos no debe tener límites, el objetivo es el bien común. Queremos una Universidad polifónica en voces, saberes y perspectivas, que promueva la convivencia de enfoques diversos que enriquezcan el pensamiento y la formación académica.

Ese escenario se nutre de una convicción: democratizar el conocimiento no es sólo abrir las puertas de ingreso, sino transformar las estructuras académicas para que todas y todos encuentren un lugar real donde aprender, enseñar, investigar y aportar. Para que esa democratización sea efectiva, necesitamos un sistema público que permita que más de la mitad de cada generación acceda a una formación terciaria; en la que el origen socioeconómico no determine el futuro educativo; que existan becas suficientes y sistemas de apoyo integrales; y en el que cada estudiante pueda construir su trayectoria formativa sin sufrir desmotivación por estructuras rígidas.

La Udelar que queremos está anclada en el territorio, con presencia activa y creativa, en diálogo con las realidades locales y vinculada a redes académicas internacionales. La experiencia de los Cenures ha demostrado el potencial transformador de una Universidad que se piensa desde lo local y no sólo desde Montevideo. Sin embargo, también nos ha mostrado los riesgos de retrocesos, algunos sutiles, si se desnaturaliza la esencia del proyecto original de la descentralización. Por eso, fortalecer la autonomía, dotar de recursos estables y reconocer la especificidad de cada territorio debe ser parte de la estrategia futura.

Soñamos con una Udelar donde la extensión y la investigación de la más alta calidad estén entrelazadas entre sí y con la enseñanza, estén presentes en toda la institución y no exista la distancia actual entre esos mundos, que tanto daño nos hace. Una Universidad donde las y los estudiantes vivan experiencias formativas en contacto con la sociedad como parte esencial de su formación. Donde cada servicio tenga cuerpos docentes sólidos, con alta dedicación y condiciones laborales dignas, y donde el funcionariado técnico, administrativo y de servicios sea parte fundamental de la comunidad universitaria con cada vez mayor formación y capacitación. Una Universidad que no se desarrolle sobre la base del sacrificio de su gente.

La Universidad que queremos es una Universidad para el país. Una institución presente en los hospitales, en las escuelas, en las cooperativas, en los barrios, en las empresas públicas y privadas.

La Universidad que queremos deberá tener una agenda feminista amplia: comprometida con la igualdad de género, la erradicación de la violencia, la comprensión del trabajo de cuidados como tarea colectiva en la que la institución tiene que aportar su parte. Una Udelar en la que se cuestionen las estructuras jerárquicas y autoritarias que obstaculizan el desarrollo pleno de las personas, donde el respeto no se imponga por subordinación, sino que se gane por la calidad humana y académica. Donde los sistemas de evaluación premien el trabajo de calidad siempre, que valoren lo sustantivo más que lo formal, el trabajo colaborativo y la innovación pedagógica más que el cumplimiento de rituales formales o métricas vacías. Una Universidad donde se aprecie el compromiso con la sociedad, con el sector productivo y los trabajadores, con las demandas sociales de cuyo abordaje la Udelar debe ser plenamente responsable.

También deseamos una universidad libre: libre para pensar, disentir y crear. Libre frente a presiones externas que intentan disciplinar el pensamiento o acallar las voces incómodas. En tiempos en los que avanzan el negacionismo, el autoritarismo y la censura, reafirmamos el valor de la autonomía y la libertad académica como pilares de la democracia y de la educación superior. La historia nos ha enseñado que cuando esas libertades se pierden, no sólo pierde la Universidad: pierde la sociedad entera.

En los últimos años la gestión universitaria tuvo mejoras, pero necesitamos avanzar mucho más para tener un funcionamiento mucho más ágil, con sistemas de información actualizados y transparentes, que sean sustento de la planificación y la permanente rendición de cuentas.

Es clave, para alcanzar ese futuro imaginado, revisar nuestra normativa, incluyendo la Ley Orgánica, para adaptarla a las transformaciones que la propia Universidad ha impulsado en estos años y para potenciar su capacidad de transformar y transformarse. Sin abandonar los principios fundacionales de autonomía y cogobierno, necesitamos herramientas jurídicas que permitan reorganizar estructuras, mejorar la gobernanza y fortalecer el cogobierno de forma autónoma y ágil. Necesitamos que toda la comunidad universitaria pueda participar de igual forma en el cogobierno: hoy el 15% de las y los docentes y estudiantes –en Cenures y estructuras centrales– no tienen espacios de participación democrática central (no votan en el CDC, la AGC, ni las Áreas).

La Universidad que queremos es una Universidad para el país. Una institución presente en los hospitales, en las escuelas, en las cooperativas, en los barrios, en las empresas públicas y privadas, articulada con el resto del sistema de educación y científico. Queremos que sus conocimientos circulen, que sus egresadas y egresados aporten desde todos los rincones del país, que el saber no quede sólo encapsulado en artículos (muy necesarios), sino que también alimente prácticas transformadoras. Que cada pasantía, cada proyecto de extensión, cada tesis sea una oportunidad para aportar al desarrollo de nuestro país.

No se trata de un sueño ingenuo ni inalcanzable; las bases para su concreción existen. Se trata de un horizonte deseable y posible, construido desde la experiencia acumulada, el diálogo entre corrientes de opinión, los debates sostenidos, las dificultades enfrentadas. Sabemos que el camino no es directo ni fácil. Pero también sabemos que, como comunidad universitaria, hemos demostrado una y otra vez la capacidad de avanzar –sosteniendo la autonomía, el cogobierno, la gratuidad y el compromiso social como valores fundamentales– y que cuando empujamos colectivamente en un mismo sentido, como lo mostramos en la respuesta a la pandemia de la covid-19, es mucho lo que podemos lograr.

Por eso, este artículo es una invitación. A leer el documento completo. A pensarlo críticamente. A discutirlo en claustros, asambleas, consejos, cantinas, pasillos. A firmarlo si se coincide o a disentir con argumentos constructivos para lograr una síntesis superadora. Pero, sobre todo, es una invitación a participar. Porque la Universidad no es de nadie en particular: es de todas y todos, es de el país, y su futuro se decide –como siempre– en colectivo.

Éric Álvez (egresado de la Facultad de Ciencias Sociales, FCS), Santiago Alzugaray (docente, CSIC), Florencia Bentancor (docente, FCS), Hernán dos Santos (egresado de la Facultad de Ciencias Económicas y de Administración, FCEA), Nicolás Frevenza (docente, FCEA), Camila Gianotti (docente, CURE), Adrián Márquez (egresado de la Facultad de Ciencias, FCIEN), Elisa Melián (docente de la Facultad de Química), Ana Laura Mello (egresada, FCIEN), Analía Ruggeri (egresada, FCEA), Gregory Randall (docente de la Facultad de Ingeniería).