La nueva administración que asume en Uruguay lo hace en un contexto de profunda transformación geopolítica, como hacía décadas no se veía. En este escenario, el multilateralismo –la acción concertada entre países para alcanzar objetivos comunes– atraviesa una crisis precisamente cuando más se necesita. Aunque pueda parecer que su destino depende de las grandes potencias, la historia demuestra que han sido los países de influencia media sus impulsores y principales arquitectos.

Hoy, frente a una nueva ola imperialista y a una serie de crisis simultáneas e interconectadas –sanitaria, climática, geopolítica y financiera–, estos países desempeñan un rol clave: no sólo están en condiciones de defender el multilateralismo, sino también de impulsar una nueva generación de cooperación internacional más justa, inclusiva y solidaria. Una cooperación sustentada en modelos mejor preparados para afrontar desafíos compartidos y promover bienes públicos globales como la salud, la educación y la acción climática.

Uruguay es uno de esos países. No sólo tiene las condiciones para hacerlo, sino que ya ha demostrado su capacidad y puede volver a hacerlo. En ese camino, la salud global –una de las áreas más golpeadas por la reciente crisis– ofrece un terreno fértil para la acción diplomática, alineada con los principios y prioridades de política exterior y nacional que la nueva administración ha expresado.

Una agenda de salud global con memoria y propósito

Cinco años después del inicio de la pandemia de covid-19, el mundo enfrenta una nueva serie de amenazas sanitarias que ponen a prueba nuestra capacidad de aprendizaje colectivo. ¿Hemos aprendido algo o estamos encaminados a repetir los errores recientes?

La Organización Mundial de la Salud (OMS) informó que 2025 comenzó con 42 emergencias sanitarias activas, que podrían afectar a unos 305 millones de personas en todo el mundo1 –una cifra en aumento, impulsada por el cambio climático y los conflictos armados–. A esto se suma la preocupación creciente por la circulación del subtipo H5N1 de influenza aviar, que ha comenzado a afectar poblaciones de mamíferos en Estados Unidos2, como ocurrió en 2024 en Argentina, despertando temores sobre una eventual transmisión sostenida entre humanos.

Al mismo tiempo, se multiplican señales inquietantes sobre el debilitamiento de la cooperación sanitaria global. El anuncio del retiro de Estados Unidos y Argentina de la OMS, la oposición de algunos países –incluidos Paraguay y Argentina– al acuerdo internacional para la prevención, preparación y respuesta ante pandemias, y el desmantelamiento de mecanismos clave de cooperación y financiamiento como los gestionados por la agencia de cooperación de Estados Unidos (Usaid)3, amenazan con revertir décadas de avances en vigilancia, control y respuesta ante enfermedades infecciosas, como el VIH, la tuberculosis y la malaria.

La salud global se ha convertido así en uno de los principales escenarios donde se pone en juego la legitimidad y eficacia del multilateralismo. Y aunque el riesgo de retroceso es real, también lo es la oportunidad de replantear los modelos de cooperación internacional, con base en aprendizajes e innovación.

Uruguay no puede quedar al margen. El país –consciente de los desafíos históricos que ha enfrentado para construir un sistema de salud sólido– ha vivido también las dificultades recientes para acceder de manera oportuna y equitativa a tecnologías sanitarias esenciales. En este nuevo contexto, Uruguay puede aprovechar su estatura regional e internacional, junto con su capital diplomático, para tender puentes, proyectar valores y contribuir a la construcción de una arquitectura sanitaria global más resiliente, justa y cooperativa. No hacerlo sería una oportunidad desperdiciada para proyectar la memoria y visión del país en la construcción de una nueva agenda en salud global que reconozca la salud como un bien público global.

Las credenciales y la visión de Uruguay

Uruguay no parte de cero cuando se trata de diplomacia en salud global. En las últimas dos décadas, ha desarrollado capacidades para contribuir de manera sustantiva a esta agenda. Desde su participación en espacios regionales como Unasur-Salud y en iniciativas relevantes del Mercosur –como las compras conjuntas de medicamentos de alto precio– hasta su presencia en foros globales como la COP4 del Convenio Marco para el Control del Tabaco (2010) o la Conferencia Mundial de la OMS sobre Enfermedades No Transmisibles (2017), el país ha demostrado que puede ejercer liderazgo con impacto internacional. Más recientemente, la creación del Nodo de Inteligencia Sanitaria del Uruguay (NISU), en alianza con la Organización Panamericana de la Salud (OPS) y la Agencia Uruguaya de Cooperación Internacional (AUCI), reafirmó esa vocación. Esta iniciativa dio continuidad a una estrategia centrada en la cooperación Sur-Sur y Triangular, promovida por anteriores gobiernos del Frente Amplio y expresada, entre otros documentos, en la Visión 2030 del país en materia de cooperación internacional4.

Ese camino hoy se proyecta con una renovada ambición. La nueva administración ha delineado una política exterior en la que la solidaridad, la innovación y la cooperación internacional ocupan un lugar central. Al mismo tiempo, ha señalado como prioridad el fortalecimiento del Sistema Nacional Integrado de Salud (SNIS) y de la salud pública. En particular, ha manifestado una apuesta estratégica por las biotecnologías, enmarcada en una política más amplia de promoción de la innovación, la investigación y el desarrollo científico y tecnológico como motores del desarrollo económico5.

Desde esa perspectiva, la agenda de salud global aparece como una plataforma estratégica para integrar y articular prioridades nacionales con objetivos internacionales. El país puede participar en iniciativas solidarias, insertarse en redes de innovación y reafirmar la salud como un bien público global. Dos oportunidades concretas ilustran este potencial.

Uruguay tiene ante sí una decisión tanto moral como estratégica: optar por un multilateralismo con rostro humano, centrado en la equidad, la solidaridad y la inclusión.

Por un lado, Uruguay podría robustecer su rol como socio activo de alianzas regionales y globales centradas en el fortalecimiento de las capacidades para la investigación, el desarrollo y la producción de medicamentos, vacunas y otras tecnologías para la salud. Destaca en este sentido la Coalición para las Innovaciones en Preparación para Epidemias (CEPI), cuya participación permitiría al país integrarse en redes de conocimiento e inversión en I+D. Conformada por más de 30 gobiernos y fundaciones filantrópicas, y con un compromiso explícito con el acceso equitativo a tecnologías para hacer frente a los virus con potencial epidémico, CEPI es mucho más que una plataforma técnica: es también un espacio político desde el cual ejercer liderazgo y fortalecer la soberanía sanitaria en alianza con otros países.

Por otro lado, Uruguay podría avanzar hacia un nuevo rol en cercanía con el Fondo Mundial de Lucha contra el Sida, la Tuberculosis y la Malaria, el principal fondo multilateral de financiamiento para la salud global. Aunque ya no es país receptor, su participación como contribuyente en el próximo ciclo (2027-2029) enviaría una señal clara: Uruguay apuesta por un multilateralismo renovado y por plataformas con gobernanza inclusiva y representativa, en un área donde se observan riesgos inmediatos y graves para la salud global y regional (el Fondo Mundial ha aportado más de mil millones de dólares a países en Latinoamérica y el Caribe tan sólo en la última década, principalmente para la lucha contra el VIH). Este paso abriría nuevos canales como interlocutor entre Latinoamérica y espacios de gobernanza global, posicionándose progresivamente como un país en transición al desarrollo que contribuye a esfuerzos multilaterales, sin desconocer los desafíos internos que aún enfrenta.

Discurso y acción en tiempos de incertidumbre

La salud global no es sólo un debate técnico o científico. Es también un campo de disputa política, donde se reflejan valores y principios con consecuencias directas sobre la vida de las personas. En ella confluyen cuestiones de seguridad nacional, derechos humanos, acceso y gestión del conocimiento, entre otras. En ese terreno, Uruguay tiene ante sí una decisión tanto moral como estratégica: optar por un multilateralismo con rostro humano, centrado en la equidad, la solidaridad y la inclusión.

La diplomacia en salud ofrece un canal concreto para proyectar los valores de la nación, así como la visión de la nueva administración. No se trata de competir por influencia bajo una lógica de poder duro, sino de reforzar principios y alianzas internacionales para avanzar en soluciones más justas a problemas compartidos. Apostar por este camino implica también comprometerse con la transformación del financiamiento de los bienes públicos globales, como la salud, promoviendo mecanismos más representativos, sostenibles y justos. Uruguay, junto a otros países de influencia media, puede impulsar alianzas regionales y globales verdaderamente equitativas, donde el Sur tenga voz y capacidad de decisión.

El país tiene condiciones para ir más allá del rol de observador. Cuenta con instituciones sólidas, capacidades técnicas reconocidas y una trayectoria diplomática basada en principios. En un tiempo marcado por la fragmentación y el debilitamiento de los consensos internacionales, el valor de una voz clara, coherente y comprometida con el bien común puede marcar la diferencia. Uruguay puede ser una de esas voces. No porque disponga de los mayores recursos, sino porque puede ofrecer visión, legitimidad y propuestas concretas.

El nuevo ciclo de gobierno representa una oportunidad no sólo para reposicionar al país en el escenario internacional, sino también para reimaginar su contribución al mundo. La diplomacia sanitaria, la cooperación científica y el liderazgo en foros multilaterales pueden ser rasgos distintivos de una política exterior que conecte prioridades nacionales con desafíos globales, y que reafirme a Uruguay como un actor comprometido con la construcción de un mundo más justo, saludable y en paz.

Andrea Vignolo es licenciada en Psicología. Andrés Coitiño es licenciado en Relaciones Internacionales y magíster en políticas de salud global, es consultor e investigador de Etcétera. Christoph Benn es médico, tiene un doctorado en medicina y una maestría en Salud Pública, es director del Centro para la Diplomacia en Salud Global. Rafael García Aceves es investigador en Políticas Públicas y Financiamiento Internacional, y es gerente de Proyectos del Centro para la Diplomacia en Salud Global.


  1. OMS. Health Emergency Appeal 2025. Disponible en: https://cdn.who.int/media/docs/default-source/documents/emergencies/2025-appeals/who-health-emergency-appeal-2025.pdf 

  2. Jesse L. Goodman et al., Prepare now for a potential H5N1 pandemic. Science 387, 1047-1047(2025). DOI: https://doi.org/10.1126/science.adw3278 

  3. The demise of USAID: time to rethink foreign aid? The Lancet, Volume 405, Issue 10483, 951. Publicado el 22 de marzo de 2025. DOI: https://doi.org/10.1016/S0140-6736(25)00556-2 

  4. Presidencia de la República. Política de Cooperación Internacional de Uruguay para el Desarrollo Sostenible al 2030. Disponible en: https://www.gub.uy/agencia-uruguaya-cooperacion-internacional/ 

  5. Bases Programáticas 2025-2030 (Frente Amplio). Disponible en: https://www.frenteamplio.uy/wp-content/uploads/Bases-Programaticas-2025-2030.pdf