Durante la campaña para las elecciones pasadas, como insumo para la elaboración de su programa, el FA organizó en La Huella de Seregni una conferencia sobre el trabajo. Para esa ocasión se invitó como conferencistas a economistas y a historiadores económicos de distintos ámbitos académicos y sindicales. Pese a que no se invitó a ningún sociólogo, y particularmente a ningún sociólogo de trabajo, fuimos a escuchar lo que se decía en esta conferencia, porque considerábamos que lo que se dijese sería importante para el programa del FA.
Para nuestra gran sorpresa, en la conferencia no se habló de trabajo, salvo cuando se habló del mercado de trabajo, y sobre este tema en realidad se refirieron, en sentido estricto, al mercado del empleo, sus características y sus problemas. Temas muy relevantes en sí, pero que no son los problemas del trabajo en su sentido estricto.
Después de haber escuchado a las conferencistas, uno de los presidentes de la comisión que elaboraba el programa, el economista Álvaro García, sostuvo que “para la economía, el empleo y el trabajo son lo mismo”. No lo compartimos, aunque es de reconocer que es la posición de prácticamente todos los organismos internacionales: Naciones Unidas, Cepal, Banco Mundial, BID, etcétera, y sólo por ello debemos prestarle una particular atención. Con respecto a la OIT, la posición es casi la misma que los demás organismos internacionales, aunque últimamente reconoce la existencia de trabajo no asalariado (y, por lo tanto, un trabajo que no es empleo) para señalar un diferencial muy importante en la dedicación del trabajo de las mujeres con respecto a los hombres en este tipo de trabajo. Sin embargo, en las mediciones de las tasas de actividad, incluso para la OIT, aquellas y aquellos que realizan trabajo no remunerado no se consideran como activos. Sigue, por lo tanto, primando la consideración del empleo por sobre la del trabajo.
Es claro que las tasas de actividad, de desempleo, de informalidad y otras que poco a poco se han ido imponiendo, como las tasas de género, de niveles de remuneración, son fundamentales para concebir un programa progresista. O sea, todas las miradas sobre las características y la calidad del empleo son clave para establecer políticas para mejorar en la búsqueda de una transformación social de la economía y la sociedad, orientada a ser más justa.
Pero ¿con ello alcanza? ¿No tendríamos que considerar políticas para el trabajo en sentido estricto, además de las políticas de empleo?
La distinción entre trabajo y empleo, y la dimensión de la calidad
Debemos comenzar por distinguir claramente el trabajo del empleo. Para los sociólogos, al menos desde la perspectiva de la sociología del trabajo, el trabajo es una actividad y el empleo es uno de los marcos formales en el que se desarrolla. Además, hablamos de empleo solamente cuando el trabajo es remunerado. Pero, aun así, cuando invisibilizamos el trabajo que se realiza en el marco del empleo, también invisibilizamos una serie de propiedades que tiene el trabajo que son muy relevantes para el trabajador. Por ejemplo, la identidad que genera el propio trabajo a los trabajadores.
En un artículo de la diaria del 4 de abril, se informa que dirigentes empresariales y sindicales dialogaron sobre estrategias de desarrollo. Si interpretamos correctamente el artículo, el PIT-CNT invitó a la Confederación de las Cámaras Empresariales (CCE) a discutir en su sede sobre planes de desarrollo de mediano y largo plazo. Quizás lo más relevante de esta reunión es que efectivamente se realizó, y en ella la CCE estuvo representada por su presidente, Diego O’Neill, quien además fue acompañado por el presidente de la Cámara de la Construcción, Alejandro Ruibal. También fue muy importante que los temas de debate en la reunión hayan sido la necesidad de la complejización o sofisticación de la matriz productiva, la promoción de la innovación y la capacitación, y el aumento del empleo de calidad.
Pero quizás la relevancia mayor de la reunión es que se haya realizado en un momento de gran incertidumbre sobre la dirección que está tomando la economía mundial, y que ello haya llevado a los actores del mundo productivo uruguayo a dialogar, orientados a pensar en nuevas formas de inserción internacional. Y que, para ello, trasciendan los campos tradicionales de relacionamiento entre los empresarios y trabajadores, que en ocasiones pueden llegar a ser muy ríspidos. Ojalá que esta nueva dimensión de relacionamiento que se genera tenga continuidad en el tiempo, y no se perturbe por las tensiones que puedan darse en los planos del relacionamiento tradicional. Pero, sobre todo, que culmine con medidas concretas.
Yendo al contenido de las conversaciones, querríamos señalar que si bien en uno de los titulares de las temáticas que se discutieron aparece el de la calidad del empleo, y debemos entender por tal la de empleos formales con todas las garantías que da el Estado de derecho, también en las palabras del presidente del PIT-CNT, Marcelo Abdala, parece que es relevante la problemática de la calidad del trabajo.
En las frases contenidas en el artículo, Abdala sostiene: “Si en el país no se dan los medios para promover de manera genuina el centro de la vida de la gente, que es el trabajo de calidad, cualquier propuesta distributiva puede estar cuestionada”. En otra frase, además, afirma: “Es notorio que la matriz productiva que existe en nuestro país y, por lo tanto, el tipo de trabajos que se desarrollan no están siendo eficaces para generar la ‘buena vida’ de tres millones de habitantes”.
Queda claro que por lo menos para el PIT-CNT son necesarias tanto la calidad del empleo como la calidad del trabajo, ambos de forma complementaria, pero con sus papeles específicos. Pero ¿qué se debe entender por calidad del trabajo?
Propuesta para conceptualizar la calidad del trabajo
Hay dos estrategias válidas para dar cuenta de este concepto. Una es poner el foco en los trabajos con falta de calidad, a través de sus consecuencias negativas para los trabajadores. Ejemplo de ello sería la encuesta que se realizó muy recientemente sobre los médicos hospitalarios, por miembros de la Cátedra de Medicina del Trabajo, en donde se mostró que aproximadamente el 30% tiene síntomas de “burnout” (la diaria, 19 de abril). Este resultado, sorprendente para la ciudadanía porque pensamos que los médicos tienen algo cercano a un “buen vivir”, debería llevar a hacer este tipo de encuestas a los trabajadores de todos los sectores de la economía, como se realiza en otros países. Pero, por más importantes que sean este tipo de encuestas, sus resultados solamente darían cuenta de la mala calidad del trabajo en ciertos sectores o situaciones, pero sin decirnos nada acerca de lo que son los trabajos de calidad.
Desde nuestra perspectiva, la calidad está intrínsecamente ligada a la significación que el o los trabajadores le dan al trabajo. Y si lo pensamos en una perspectiva del “buen vivir”, como el presidente del PIT-CNT, esta significación se expresa en el potencial ético del trabajo. Y lo que entendemos por la reunión de tres características: que el trabajador le asigne al trabajo que realiza una significación relevante, en el sentido de que considera que lo que hace no es ni arbitrario ni intrascendente; que el mismo trabajo se realice en el marco de comunidades sociohistóricas y que, por ello, su ethos se fije en sus significaciones disponibles, aunque se construya en un contexto de pluralidad; y, finalmente, que como actividad el trabajo esté orientado por un principio de justicia social.
En las mediciones de las tasas de actividad, aquellas y aquellos que realizan trabajo no remunerado no se consideran como activos. Sigue, por lo tanto, primando la consideración del empleo por sobre la del trabajo.
Tres miradas sociológicas éticas del trabajo
Resumimos brevemente tres aportes de la sociología del trabajo (en un sentido muy amplio que incorpora también la filosofía social) que abordan directa o indirectamente el tema de la calidad del trabajo desde una perspectiva ética.
Michael Walzer (1997) se interesa por la situación de los trabajadores que deben realizar trabajos “penosos”. Parte de la convicción de que será imposible superar de forma definitiva los trabajos degradados en la sociedad, asociado a la idea de los trabajos que nadie quiere, incluso si algunos se acostumbran a realizarlo. En Uruguay, este tipo de trabajos se concentraría mayormente en los trabajos informales, aunque también existen trabajos “penosos” y degradados en algunos tipos de trabajos formales. Se trata de trabajos que tendrán muy poca potencialidad ética, como intentábamos definir previamente.
Para este autor, lo que se debe buscar en este caso es reducir la acumulación de injusticias. O sea que, además de realizar trabajos penosos en sí, que estos no sean indignamente remunerados (desiguales en el plano de la retribución en el dinero), que no sean estigmatizados socialmente (lo que afecta la esfera del honor de las personas) y que, finalmente, no sean trabajos realizados en condiciones de sometimiento (lo que afecta la esfera del poder).
Es, por lo tanto, un imperativo para este autor desasociar estos planos de inequidad, y propone que ello puede solamente hacerse mediante la acción estatal o de las comunidades de acción, en este caso la acción sindical. Este objetivo, concluye el autor, debe ser tema de la negociación colectiva, de la gestión cooperativa, e incluso de conflicto profesional.
Nancy Fraser (1997), por su lado, propone una teoría de la justicia social que integra las relaciones sociales de sexo y el rol público de los movimientos feministas. En ella, se opone a la reducción de un trabajo asalariado a un simple “esclavismo remunerado”. A pesar de ello, argumenta que, aun así, el trabajo femenino sujeto a un contrato social asalariado deja a las mujeres en condiciones, aunque limitadas, de salir de la dominación patriarcal. En este contexto, critica la perspectiva de una democracia en el lugar de trabajo, que es muchas veces “machista y que no resuelve la irracionalidad del sistema económico por la cual la rentabilidad determina la utilización de los recursos sociales [...] y donde las cuestiones sociales son excluidas de la deliberación pública”. Concluye que las exigencias de una teoría moral con relación al trabajo asalariado debe servir para rehabilitar los principios de un Estado social y acentuar la acción redistributiva frente a la perpetuación de las desigualdades.
Pero es, sin lugar a dudas, Axel Honneth (2006) el que se centra, más que nadie actualmente, en considerar el trabajo como un momento crucial de la experiencia ética (o moral) de las personas. El trabajo (de calidad), en este sentido, para este autor, constituye un momento clave: de la estima de sí mismo, fundado en la solidaridad mutual que el trabajo conlleva. Del respeto a sí mismo, fundado en el derecho (y en este sentido converge con la calidad del empleo), y del amor (o amistad) de sí con los otros, fundado en la solidez de las relaciones afectivas (las que se dan en torno al trabajo).
Estos constituyen, para el autor, los tres círculos del reconocimiento social y por ello es necesario ponerlos de manifiesto en “la gramática moral de los conflictos sociales”. O sea, en el potencial de emancipación ética contenida en las luchas por el reconocimiento (entendidas como luchas contra el menosprecio). El mismo autor culmina señalando que, “en la medida en que las definiciones culturales de la jerarquía de las tareas determinan el grado de estima social que el individuo puede alcanzar por su actividad y por las calidades que a ella se le asocian, las posibilidades de formación de una identidad individual pasan por la experiencia del reconocimiento, y estas están directamente ligadas a la organización del trabajo y de su repartición”.
La calidad del trabajo en el futuro
Todas estas perspectivas abren un debate de cómo encarar la “calidad del trabajo” en el futuro, teniendo en cuenta las incertidumbres que le genera al trabajo su propia suerte, en el marco de la revolución digital que vivimos. Si tomamos, por ejemplo, la inteligencia artificial, vemos que su expansión y las potencialidades de usos incontrolados han llamado a la alerta de muchas personas e incluso de estados, llevándolos a debatir sobre la necesidad de su regulación ética, e incluso normativa, por su capacidad de incidir sobre la vida de las personas.
Sin embargo, poco se dice sobre la ética de sus formas del trabajo, que conllevan, por ejemplo, la construcción de bancos de datos para el desarrollo de la inteligencia artificial. Sabemos que algunas multinacionales especializadas en este rubro de Estados Unidos lo hacen con trabajadores filipinos miserablemente pagados por su trabajo de alimentar los bancos de datos. En este caso nos encontramos ante una situación de trabajo degradado en el marco de un empleo que no es de calidad.
Pero también están apareciendo nuevas formas de trabajo no asalariado en el marco de la revolución digital. Sabemos, por ejemplo, que nuestras utilizaciones de las herramientas digitales, teléfonos móviles, computadoras generan una información cuya utilización no es necesariamente consentida por nosotros mismos, que alimentan también los bancos de datos de grandes empresas del mundo digital. Es decir, se nos obliga a trabajar gratuitamente para estas empresas, incluso sin ser conscientes de ello.
Otro ejemplo: los nuevos mecanismos de acumulación del capital como el crowdfunding, con los que muchas veces nos incitan a contribuir monetariamente de forma voluntaria persiguiendo una finalidad altruista y urgente, como la lucha contra la desnutrición en el mundo, o por los asolados por las guerras o terremotos. Pero ello se realiza sin aclararnos cuánto del dinero que donamos –que es en la práctica un microaporte de la retribución de nuestro trabajo, pero que, sumando a miles de otros, genera un proceso de acumulación de capital nada despreciable– termina en las cadenas de televisión internacionales que hacen la propaganda para obtener estos fondos, o en las multinacionales que producen esos productos que se anuncia que van a salvar la vida de “millones de personas”, como sostienen en sus mensajes. Y ello entre otras informaciones que se nos esconden.
Estas son, entre otras, las nuevas formas de disposición de nuestro trabajo y de sus frutos, y estas prácticas se están multiplicando. Sin embargo, todavía no entran en las agendas actuales en debate sobre el trabajo y el empleo. ¿Cómo encarar y orientarse desde una perspectiva ética de la calidad del trabajo ante estas nuevas formas de trabajo, en la búsqueda de una “buena vida”? Esta es una nueva agenda que se abre para completar la ya difícil agenda que tenemos hoy sobre el trabajo clásico y el empleo.
Marcos Supervielle es profesor emérito de Sociología.
Referencias
- Frazer, N (1997). Justitia Interrupta. Reflexiones críticas desde la posición postsocialista. Siglo del Hombre, Bogotá.
- Honneth, A (2006). La société du mépris. Vers un nouvelle théorie critique. La Découverte, París.
- Walzer, M (1997). Spheres of Justice: A Defense of plurality and Equality. Oxford Blackwell, Londres.