Las historias, como las conocemos, contemplan un protagonismo fuerte y rudo, habilidoso y estratega: un héroe. Desde la Batalla de Las Piedras hasta La noche de 12 años, las narraciones de nuestra historia centran su atención —y la nuestra— en la figura de un héroe. Aquel hombre que portó un facón, un misil, un revólver o un discurso brotado de verdades, cuyo retrato encabeza los libros y portales de noticias. Nos enseñaron a asociar la prehistoria con flechas, esos objetos de punta afilada con los que los primeros hombres cazaron bestias y alimentaron a sus tribus.
Sin embargo, tal como dice Elizabeth Fisher en Women’s Creation (McGraw-Hill, 1975), “muchos teóricos creen que los primeros inventos culturales debían de ser un contenedor para productos recolectados, y alguna forma de cabestrillo o red”.
Encontramos en La teoría de la bolsa de transporte de la ficción de Ursula K Le Guin un cambio de luces, casi como si el escenario de la humanidad eligiera apagarse por completo, exceptuando un solo tacho de luz tenue que apunta a un rincón olvidado del escenario. Gira la vista hacia las bolsas, esos contenedores de objetos e historias que llevamos, generalmente, las mujeres. Casi al cierre de este mes de la memoria, Ursula me lleva a cuestionar nuestro pasado reciente para pensar en un futuro presente. En estas historias busco hilar los relatos cotidianos de mujeres que, además de resistir, construyeron y sostuvieron tribus con sus propias manos.
Yolanda: una bolsa de hilo
“Nosotras tenemos una cartera de hilo sisal que queremos mucho”, me dijo Iliana da Silva por teléfono cuando le conté sobre la exposición El color de la memoria, un archivo en expansión. Yolanda Casco venía de una familia de inmigrantes italianos, creció en Salto junto con sus hermanos y hermanas. Al finalizar secundaria viajó a Montevideo para estudiar Derecho. En la capital, y en plena formación del Frente Amplio, conoce a Julio César D’Elía Pallares, y en 1972 se casan. Meses después, con un golpe de Estado tocando la puerta, cruzan el río Uruguay para instalarse en Argentina.
“La tía Yolanda hacía manualidades en hilo sisal y les enseñaba a las compañeras”: monederos, adornos y carteras. Tejía con sus manos alternativas en el exilio y compartía su conocimiento con otras mujeres en la misma situación. Entre risas, llantos y relatos, Yolanda llenó su bolsa de vivencias y cooperación, esa bolsa que hoy guarda su sobrina Iliana con tanto cariño.
Julio y Yolanda tenían 31 años. Ella estaba embarazada de ocho meses cuando fueron secuestrados la medianoche del 22 de diciembre de 1977. El hijo que nació en cautiverio fue apropiado. Carlos fue localizado por Abuelas de Plaza de Mayo en 1995 y el 14 de junio de ese año recuperó su identidad.
Aída: una bolsa de salida
“Tenemos una cartera de Aída que en su momento iba a ir al Museo de la Memoria”, me dijo Annabella Balduvino también por teléfono, mientras juntas intentábamos rastrear una foto de su cuñada Aída Sanz junto a su mamá Elsa Fernández, suegra de Annabella.
Aída creció en Villa Española junto con su hermano Carlos, a quien le encantaba jugar a los peluqueros. Fue a la escuela 117 de la calle Labardén, pegadita a la fábrica de Funsa. En la adolescencia estudió corte y confección. Diseñaba y cosía vestidos para todo el barrio porque “todo el mundo tiene derecho a tener un lindo vestido”.
En estas historias busco hilar los relatos cotidianos de mujeres que, además de resistir, construyeron y sostuvieron tribus con sus propias manos.
“La cartera tiene un sobrefondo escondido para llevar documentos a compañeras”. Aída creció, se convirtió en enfermera y se unió al Movimiento de Independientes 26 de Marzo. En el 74, gracias al aviso de su barrio, se salvó de una ratonera y cruzó hacia Argentina. Allí vivió con su prima Marta Enseñat, trabajó en una marroquinería y luego como enfermera en la Asociación Española. Conoció a Eduardo Gallo. Enamorados, compraron un terreno en San Antonio de Padua, a las afueras de Buenos Aires. Siguió cosiendo para el barrio y, a la cartera de todos los días, le armó un fondo doble, escondido entre puntadas, donde llevaba documentos a compañeras que llegaban, y a otras que se iban.
Aída, de 26 años y embarazada a término, y Elsa, de 61, fueron secuestradas el 3 de diciembre de 1977 en Buenos Aires. Eduardo Gallo, de 35 años, fue secuestrado junto a Miguel Ángel Río, de 29, pareja de Marta Enseñat, horas después. La hija de Eduardo y Aída fue apropiada, y gracias a la búsqueda de su familia y de Abuelas de Plaza de Mayo, Carmen Sanz Gallo recuperó su identidad en 1999.
Hortensia y Lilián: una bolsa heredada
“Cuando la conocí, ella iba de salida para la plaza”, me dijo Lilián Macedonio el 8 de marzo, sosteniendo la foto de Nelsa Gadea, estudiante de Derecho de 29 años, detenida desaparecida en Chile en 1973. Las integrantes de Madres y Familiares de Uruguayos Detenidos Desaparecidos, cada 8M, llevan las fotografías de las compañeras desaparecidas.
Este año, bajo la mirada de todas ellas, Lilián me contó sobre la tarde en que conoció a Hortensia Pereira. Hortensia entró a trabajar a Funsa en 1953 y formó parte del histórico sindicato. En el 55 conoció a León Duarte y, tras varios viajes en ómnibus desde la fábrica hasta el Cerro, se ennoviaron. Duarte se convirtió en referente sindical, se exilió en Argentina luego del golpe de Estado y, en Buenos Aires, en 1975 participó en la fundación del Partido por la Victoria del Pueblo. El 13 de julio de 1976 fue secuestrado, trasladado al centro clandestino Automotores Orletti y desaparecido.
“Recién empezaba mi relación con Néstor. Yo tenía 16 años y Néstor tenía 18. Me acuerdo de que yo iba con mi mochila”. Pasaron 40 años desde la tarde en que Lilián llegó a la casa de Néstor y conoció a su madre, Hortensia. Ella iba de salida a la plaza Libertad con su cartera y le dijo: “Disculpá, hija. Estoy buscando a mi viejo, y todos los viernes nos paramos en la plaza Libertad para encontrarlo. Cuando quieras, podés acompañarme”.
Quizás fue el relato de Lilián y su bolsa lo que me inspiró a escribir algunos de estos otros relatos. Los que, como dice Ursula, no tienen héroes con cuchillos, misiles o pistolas. La tote bag que llevaba el 8M hoy guarda la mochila de Lilián, la cartera de Hortensia, la de Aída, la de Yolanda y la de todas las compañeras que aprendieron a coser con ellas. Es que “todavía quedan semillas por recolectar, y todavía queda espacio en la bolsa de estrellas”.
Kiara Lucas es diseñadora.