En varias salas cinematográficas de nuestra ciudad hemos podido solazarnos con el documental Montevideo inolvidable. Aquí no se intentará una semblanza crítica, sino hacer caudal de algunas de las muchas incitaciones a la reflexión que la película promueve. Porque Montevideo inolvidable prolifera en ideas sobre la ciudad, el patrimonio arquitectónico, la memoria, la identidad y, en definitiva, sobre las emociones que la ciudad suscita en sus habitantes y visitantes.
Amores platónicos
El film culmina con una celebración unánime del amor por Montevideo que infunde a los entrevistados. Antes de retirarnos de la sala, los espectadores podemos reconfortarnos con la expresión de sentimientos de adhesión emocional de los más diversos actores sociales. Esta es una buena idea que proseguir. Finalmente, todos queremos a Montevideo; el problema es de modos, maneras y tratos.
Bien pudiera ser que, para algunos, el amor por Montevideo resultara una especie de platónico sentimiento por una amante perdida. Porque hay almas sensibles que se estremecen con una Montevideo que ya se aleja en un pasado que no nos es posible recuperar. Y es posible que ese sentimiento se aplique al propio distanciamiento, en forma de incurable nostalgia y de una herida abierta en la sensibilidad por todo lo que se está yendo con el curso de la implacable historia.
Pero también podría pensarse en un amor proyectado a las épocas de ilustre lozanía de una ciudad sólo antaño hermosa: una sofisticada dama art déco del primer centenario que no alcanzara a conservar ni el vago recuerdo de cuando la economía todavía era pujante para algunos. El hollín del tránsito vehicular ha afectado el cutis delicado de las bellezas de entonces. Hubo un tiempo que fue hermoso, en el que los edificios se acicalaban tanto como el vestuario de sus poseedores, pues eran inequívocas señas de identidad... y distinción –todo hay que decirlo–. Las bellezas montevideanas de entonces gustaban presentarse y disputarse en las plazas en el Centro, mientras que hoy prefieren ocultarse tímidamente tras los setos discretos de la autosegregación excluyente. La lozanía arquitectónica ha dejado de ser asunto publicado de felices pocos para constituir furtivos apartamientos del público escrutinio.
Amores perros
Montevideo se ha vuelto cara y escasa, porque el suelo y el espacio es caro y escaso; en consecuencia, debe ser explotada del modo más sistemático e intensivo. Por eso es que se impone la ley inflexible de la explotación de los bienes escasos: es la economía... Los inteligentes y avisados que consiguen amar con ardor y método a Montevideo bien saben que deben resolver la ineluctable ecuación de la viabilidad económica y que debe construirse aquello que proporciona con el valor de la renta inmobiliaria, eliminando las formas obsoletas del uso del suelo. Y los amores platónicos por las bellezas de antaño no califican en forma paramétricamente suficiente. Por esto es que la construcción nueva, abundante y abaratada, resulta más rentable que la antigua, dispendiosa y cara. La historia cotiza poco en la tabla de valores inmobiliarios.
Cuando las almas sensibles se lamentan por el patrimonio arquitectónico y artístico que se demuele suelen señalar, con desesperación, rasgos, ornamentos, esculturas, detalles simbólicos de distinto carácter, a título de ejemplo de barbarie destructiva del propio sentido de la belleza. Pero lo que cabe advertir es que tal indicación podría constituir una especie de amor equívoco o fetichista que, en vez de hacer foco en la amante, se detuviera particularmente en sus joyas... Porque los elementos con que se ornaban las fachadas de otrora constituían su sentido en su contexto particular y, en el conjunto, presentaban y representaban valores de identidad, distinción y exclusión. Pero de lo que verdaderamente se trata el patrimonio es de la conservación palpitante de un edificio y del contexto urbano que le corresponde. No nos podemos conformar con preservar una cariátide en un museo, ni una fachada en una escenografía turística, sino que deberíamos apuntar al cultivo sensato de una heredad material y simbólica que tiene hoy lugar (y que no se limita a usurpar un mero espacio en el suelo disputado por la economía).
El problema de Montevideo y su patrimonio histórico es un problema de una comunidad de asentamiento atravesada por el conflicto sobre los derechos sucesorios de los inmuebles y de su valor cultural.
Amores de querencia
Para algunos, querer a Montevideo es algo que se incrementa con la distancia, con el viaje, con la relocalización. ¿Qué es lo que consiguen ver, por otra parte, aquellos que nos visitan? Para muchos, la preservación patrimonial tiene mucho y casi exclusivamente que ver con la explotación turística, pero se trata de espíritus embotados por el economicismo de la hora. La turistificación es una lacra que vacía las ciudades de contenido legítimo para devenir escenografías fotogénicas. No ha habido evento más supremamente ridículo que disponer, en los altos de Kibón, un cartel gigante con la palabra Montevideo, para que el estupendo y expoliado paisaje de la rambla de Pocitos se revele por redundancia. Señal del espíritu de los tiempos (Zeitgeist) es que este gesto tan equívoco haya conseguido un éxito popular arrollador.
Pero hay que recordar que una ciudad es, en sustancia, una comunidad de asentamiento, antes que un agregado denso de construcciones, calles y plazas. Por eso, llegados a este punto hay que preguntarse: ¿querer tanto a Montevideo es amar a los montevideanos? Porque el discurso establecido sobre la ciudad y su patrimonio es un hablar de cosas con valor y no tanto de personas ni mucho menos de las relaciones entre las personas y las cosas. Pero si se piensa en las personas, entonces se ve claro que una cuestión es el patrimonio de los inmueblehabientes, que heredan y que ya no pueden ni desean seguir usufructuando tales heredades –pero son titulares del valor del suelo, al que no van a renunciar nunca–, y otra es el resto de la comunidad, que, por cierto, no está dispuesta a invertir ni una moneda en conferir vida y uso a estos bienes. El problema de Montevideo y su patrimonio histórico es un problema de una comunidad de asentamiento atravesada por el conflicto sobre los derechos sucesorios de los inmuebles y de su valor cultural. El ejercicio ensañado de la especulación inmobiliaria como amo y señor de los destinos de la ciudad y de sus valores, en el contexto de una economía efectivamente empobrecida en que expresiones como expropiación de interés público ni sueñan con sonar en un contexto social de agudos problemas sin resolver, hace que la Montevideo que todos aman sea esa vieja dama tricentenaria que se va perdiendo en las nieblas del pasado.
En verdad, es esa Montevideo en fuga, esa ciudad otrora próspera, tranquila y un poco ingenua, esa urbe en donde, sobre cada almohada, todos los montevideanos sueñan con manso fervor; esa Montevideo la llevamos atravesada en el corazón. Esta realidad urbana de un lugar al sur del mundo que cede su estatuto de lugar habitado en beneficio del espacio explotado, ese languidecer con el recuerdo de Maracaná, esa idea de la juventud que ya hemos dejado atrás para siempre; esa Montevideo la llevamos atravesada en el corazón. Y quizá este sea precisamente la sustancia de nuestro patrimonio; el recuerdo –depurado por el olvido– de lo que guardamos, cada uno de nosotros, en el abrigo de la memoria.
Néstor Casanova Berna es arquitecto.