Hace ya varios años que congelar óvulos pasó de ser una tecnología futurista a una pregunta obligada para toda mujer de entre 25 y 39 años. El mercado de la fertilidad se lo propone a todas las mujeres que, sea por la razón que sea, en este momento no están buscando un embarazo, como el tratamiento que garantizará que en un futuro sí podrán ser madres.

Desde la desinformación que se sigue propagando en torno a la fertilidad de la mujer hasta el mandato de la maternidad disfrazado de libertad, pasando por cuestiones éticas de la tecnología en el rubro de la fertilidad humana, me explota la cabeza con todas las preguntas que me surgen en torno a congelar óvulos. Así que decidí ponerlas por escrito y compartirlas con ustedes.

El proceso detrás de la vitrificación

Hay algo tan cotidiano de la expresión “congelar óvulos”, que quiero comenzar explicando qué implica concretamente este procedimiento de alta complejidad. El proceso de congelar óvulos, técnicamente llamado “vitrificación”, comienza con una estimulación ovárica a través de inyecciones diarias que controlan la maduración de un grupo de ovocitos (al igual que a las gallinas, para que cumplan con la demanda de nuestros desayunos nutritivos. Sí, lo dije).

Se monitorea el crecimiento de esos ovocitos a través de exámenes de sangre y ecografías, y, cuando están suficientemente maduros, se realiza una punción con anestesia a través del canal vaginal hasta el ovario para extraerlos (sí, léelo de nuevo). Después se congelan en condiciones que mantienen su edad y salud, y se guardan en un laboratorio.

Esa es la primera parte del proceso. Claro. Porque el objetivo final de congelar óvulos es recuperarlos para ser mamá, y no simplemente tenerlos disponibles en el estante de un laboratorio.

Cuando la mujer o la pareja decide que quiere comenzar el proceso de búsqueda de embarazo (que no es lo mismo que instantáneamente quedar embarazada), comienza la segunda etapa del proceso. Esta etapa implica la fecundación de los óvulos congelados, con esperma de la pareja o de un donante, en el laboratorio, una nueva estimulación folicular, y la implantación del embrión, al igual que una fertilización in vitro (FIV).

Me gustaría aclarar que la estimulación folicular en esta segunda etapa no es porque se necesite otro óvulo. No, justamente se va a utilizar el que ya está en el laboratorio. La estimulación folicular en esta etapa es para que el cuerpo de la mujer genere el contexto hormonal necesario para una implantación saludable.

Se va a implantar el óvulo ya fecundado en el laboratorio, pero necesitamos que el cuerpo de la mujer cree el endometrio que albergará al embrión y la progesterona que sostendrá esa implantación hasta que se cree la placenta (claro, podés congelar óvulos, pero al resto de tu cuerpo lo vas a necesitar en tiempo real).

Cuando se ve a través de una ecografía que el endometrio ya está pronto, se implanta el embrión. Y, si todo sale bien, comienza el embarazo. Si ese embrión no prospera, y si se congelaron varios óvulos, se puede repetir la segunda etapa (no; aunque la técnica ha avanzado significativamente, nunca es posible garantizar que en nueve meses habrá un bebé sano en casa).

La falsa fuente de la juventud

Este procedimiento, además de que se presenta como un proceso mucho más simple y trivial de lo que realmente es, se describe como una herramienta de “preservación de la fertilidad”: una fuente de la juventud que permite a las mujeres convertirse en madres más allá de su edad u otras circunstancias.

Esto es parte del discurso hegemónico que sigue machacando que, luego de los 35 años, la fertilidad de la mujer cae en picada. Y si bien este dato es estadístico, oculta un aspecto vital del dilema. Así que me gustaría explicar más al detalle qué ocurre con la fertilidad de la mujer a través de los años.

Las mujeres nacemos con todos los óvulos que vamos a tener en la vida; no producimos más durante nuestra vida. Es decir, los óvulos de una mujer de 35 años tienen, efectivamente, 35 años.

Como tantas otras células del cuerpo, los óvulos van perdiendo vitalidad con la edad. A nivel reproductivo, estadísticamente, el momento en el que los óvulos tienen mayor vitalidad es entre los 25 y los 30 años. Por lo tanto, lo más probable es que una mujer de 45 años no tenga óvulos saludables para quedar embarazada.

Con esa lógica, tendría sentido recomendarle a una mujer de 30 que congele sus óvulos para tener disponible, en un futuro, óvulos con la mayor vitalidad posible.

Pero acá es donde la promesa de “preservación de la fertilidad” queda renga. Si retomamos el ejemplo de la mujer de 45 años: el hecho de que no tenga óvulos con la vitalidad suficiente para concebir un embarazo es coherente con que el resto del cuerpo también está cada vez menos preparado para gestar y para luego ser la cuidadora principal de esa nueva persona.

¿De qué me sirve tener óvulos congelados si el resto de mi cuerpo no está en condiciones de atravesar un embarazo saludable? ¿De qué me sirve tener óvulos congelados si no tengo la salud mental para sostener las noches sin dormir ni las rebeldías adolescentes? ¿De qué me sirve tener óvulos congelados si no tengo la salud emocional para disfrutar de criarlx?

¿De qué me sirve tener óvulos congelados si el resto de mi cuerpo no está en condiciones de atravesar un embarazo saludable, si no tengo la salud mental para sostener las noches sin dormir ni las rebeldías adolescentes?

Podés congelar tus óvulos, pero no el resto de tu vida.

El foco del mercado versus el foco de la vida

El mercado de la fertilidad sigue poniendo el foco en la edad materna como factor decisivo para lograr un embarazo saludable. Sin embargo, está más que comprobado que hay un factor mucho más importante que la edad materna: la salud integral de lxs cuidadores primarixs. Y si bien, estadísticamente, nuestra salud se va deteriorando con la edad, no faltan ejemplos de casos en los que esto no es así: edad y salud no son necesariamente procesos paralelos.

Entonces, a toda mujer que contempla la opción de congelar sus óvulos le pregunto: ¿qué tal que tu salud pudiera mejorar en los próximos años? ¿Qué tal si no se trata de congelar la edad de tus óvulos, sino de mejorar tu salud? (ojo que esto sirve quieras o no quedar embarazada más adelante…).

¿Libertad o nueva forma de (o)presión?

Detrás de la oferta de congelar óvulos, el mercado de la fertilidad vende la certeza de que, si el plan A, el B y el C para ser madre fracasan, la mujer ya tiene asegurado el plan D en el laboratorio. Es decir, la promesa profunda detrás de congelar óvulos es una promesa de libertad.

Sin embargo, si analizamos la situación con un ojo crítico, vemos que detrás de esa promesa de libertad se esconde el viejo y odioso mandato de la maternidad. “Invertí miles de dólares en congelar óvulos, porque obvio que en algún momento vas a querer ser madre. Y si desaprovechás la oportunidad de congelar, no lo vas a lograr y te vas a arrepentir de no ser madre”.

En la práctica, la decisión de congelar óvulos está profundamente influenciada por presiones sociales. Y en este caso el mandato se duplica: mandato de éxito laboral que justifique postergar la maternidad + mandato de la maternidad. Diría que ni la Mujer Maravilla se atrevió a tanto, pero esta es la realidad de muchísimas mujeres hoy en día. Ni que hablar de que el acceso a estas tecnologías sigue siendo una inversión monetaria enorme y que, por lo tanto, sigue siendo una libertad para pocas.

¿Quiero o no quiero?

Hay algo importantísimo de lo que no se está hablando: el deseo. La aparente postergación de la maternidad no siempre es postergación. A veces es ausencia de deseo extendida en el tiempo. A veces es la decisión adulta y consciente de que, de todos los proyectos de vida, no eligen la maternidad. Y, aunque nos siga costando aceptarlo, esa decisión es completamente válida y no tiene por qué implicar un arrepentimiento (repita hasta entenderlo).

Ahora, si el deseo está: ¿qué justifica la postergación? Si el deseo está y también estás en paz con la postergación, ¿vale la pena atravesar un proceso de alta complejidad para ahorrarte un par de años? ¿En serio preferirías utilizar óvulos congelados en lugar de una búsqueda mamífera?

Más soberanía, por favor

Las tecnologías disponibles para asistir la fertilidad humana son herramientas potentes, clave para la consolidación de muchos proyectos familiares. Sin embargo, el volumen de dinero en juego, la crisis de fertilidad que sólo sigue agravándose y el eterno mandato de la maternidad hacen que esta herramienta se transforme en chantaje: un nuevo “compre ya” disfrazado de fuente de la juventud.

Inspirada por Florencia Carbajal, me pregunto: ¿esta tecnología está a favor de la vida? ¿Abre realmente posibilidades a maternidades (y paternidades) deseadas? ¿O es una tendencia de mercado más, que agrieta un punto de dolor milenario y crea una necesidad artificial?

Es urgente que las mujeres (y todas las personas) tengan acceso a información completa y actualizada sobre el funcionamiento de la fertilidad de la mujer (¿cuánta gente entiende realmente por qué sólo hay chance de concebir durante seis días por ciclo?).

Es urgente que la reflexión en torno a la decisión de ser madre (y padre) se base en la exploración del deseo, en lugar de darse por sentado (o bajo amenaza de arrepentimiento). Es urgente que el mercado laboral y las políticas públicas se actualicen para que quienes deseen ser madre o padre no necesiten postergarlo y puedan hacer realidad su proyecto familiar sin caer en precariedades múltiples.

Está buenísimo tener comida congelada en el freezer. Pero, por favor, no subestimemos la demanda física, emocional y social que implica llegar a tener óvulos congelados en un laboratorio.

Lucía Ruggia es socióloga y terapeuta Gestalt especializada en la relación con la fertilidad. Además de acompañar a parejas en procesos de búsqueda de embarazo, coordina Ciclemos Presentes, la única escuela de métodos de reconocimiento de la fertilidad en Uruguay.