Las acciones violentas, como todas las demás, tienen contextos, antecedentes y motivos cercanos y lejanos, más o menos conscientes para quienes las cometen. Estos datos son necesarios para comprender los hechos, pero no alteran su existencia. En Gaza, mientras usted está leyendo este texto, hay muertes, hambre y carencia de atención sanitaria. La causa directa es una operación militar dirigida por el actual gobierno de Israel.
Podemos remontar el análisis de las causas indirectas a muy diversos puntos de partida, desde el ataque de Hamas contra Israel hace casi 20 meses, el 7 de octubre de 2023, hasta la historia milenaria de la región. Los antecedentes son muchísimos, complejísimos. Su selección puede orientar los juicios en distintas direcciones, pero esto no va a cambiar los hechos. Como escribió Vallejo, cada cadáver seguirá muriendo. Mientras tanto, aquí discutimos adjetivos sustantivados.
El derecho internacional acepta que cuando los combatientes se matan entre sí en un campo de batalla no cometen homicidio, siempre y cuando lo hagan de acuerdo con ciertas normas. ¿Podemos llamar guerra a lo que ocurre? Hamas es una organización armada pero no un ejército. Sus ataques contra israelíes no respetan en absoluto esas normas, pero tampoco lo hacen las fuerzas de Israel, que sí son un poderoso ejército.
El gobierno encabezado por Benjamín Netanyahu señala, como otros anteriores, que sus enemigos operan desde hospitales, escuelas y cualquier otra institución civil, utilizando a toda la población gazatí como escudo humano. Con ese argumento, quiere que el mundo acepte la imposibilidad de discriminar con precisión sus ataques en Gaza, una estrecha franja de 360 kilómetros cuadrados densamente poblada, que está destruyendo hasta los cimientos.
De todos modos, Hamas sigue en actividad, porque debajo de los cimientos hay una enorme red de túneles que construyó durante años. Y si Hamas fuera exterminado, probablemente surgiría otro grupo igual o peor.
Por otra parte, Gaza no es un Estado, sino una parte de Palestina de la que Hamas se apoderó por la fuerza en 2007. Ya antes del ataque de octubre de 2023, Israel controlaba su espacio aéreo y su mar territorial, seis de sus siete pasos fronterizos y su acceso a los servicios básicos de agua corriente, energía y telecomunicaciones.
Hay, sí, otros Estados involucrados, a distancia y con gravísimas responsabilidades. La región del conflicto es una encrucijada estratégica en la que han operado durante siglos grandes potencias, y en estos tiempos Irán, las monarquías árabes, Egipto, Estados Unidos y la Unión Europea están entre los actores que no ponen el cuerpo.
Todo indica que Hamas lanzó su ataque de 2023 para evitar un acuerdo árabe con Israel, y que Netanyahu huye hacia adelante para mantenerse en el gobierno, encaramado sobre temores y odios. Las muertes continúan.
Desde siempre circulan innumerables relatos sobre el derecho a territorios, a menudo asociados con la decisión de tomarlos por la fuerza. En las últimas décadas, la conquista violenta se relegitima cada vez más por todas partes, con velocidad aterradora.
La práctica de la desaparición forzada, tan inmunda cuando las víctimas son individuales, se plantea en escala masiva. Es el objetivo declarado del extremismo sionista, de peso creciente en el gobierno israelí, y también el de Hamas. A estas atrocidades se agrega, para peor, una batalla ideológica por la imposición de palabras que aluden a lo peor imaginable, excitan las emociones y clausuran el pensamiento, como “genocidio” o “terrorismo”. La petición de principio implícita es, con frecuencia, que con genocidas y terroristas no se dialoga ni se negocia: se les aniquila.
Sin embargo, sobre Gaza hay que dialogar y negociar. Las sanciones y las condenas pueden contribuir si se manejan con ese objetivo, y no para acelerar procesos de destrucción.
El término “genocidio” fue inventado en 1944 por el polaco Raphael Lemkin, para referirse a los crímenes del nazismo contra la población de su país, y fue adoptado por el derecho internacional cuatro años después. Tal como sucede con la palabra “fascismo”, su uso riguroso es muy distinto del coloquial. Se puede discutir largamente, desde el punto de vista jurídico, si la política israelí en Gaza es genocida, pero ese debate es poco conducente para lograr la paz.
De “terrorismo” se habla desde la Revolución Francesa, cuando el terror fue estatal. Luego se volcó el adjetivo contra formas de violencia organizada no estatal, luego contra cualquier forma de insurgencia, y hoy hay incluso quienes niegan que corresponda hablar de terrorismo de Estado. Esto tampoco ayuda mucho a parar la matanza.
Insulta a la inteligencia sostener que la opción por una palabra es la línea divisoria internacional entre justos y pecadores. La cuestión central hoy no es qué se dice, sino qué se hace. No quién empezó, sino cómo ponerle fin a la masacre.
En el poema de Vallejo, el cadáver se incorpora cuando la humanidad entera lo rodea.