La 64ª cumbre del Mercosur, que se desarrolló en Buenos Aires entre el 2 y el 3 de julio, quedará en la historia del bloque no sólo por los acuerdos comerciales firmados o los discursos protocolares, sino por la tensión simbólica y política que atravesó su desarrollo. El cara a cara entre el presidente argentino Javier Milei y el brasileño Luiz Inácio Lula da Silva condensó buena parte de las disputas actuales del sur: integración o fragmentación, soberanía o alineamiento, Estado o mercado.

Después de meses de declaraciones cruzadas –y tras una campaña presidencial argentina en la que Milei no escatimó insultos hacia su par brasileño– el encuentro entre ambos líderes fue finamente cordial, aunque cargado de gestos fríos. Para Milei, la cumbre debía ser “funcional y tranquila”.

Para Lula, era la oportunidad de marcar una agenda de izquierdas dentro del bloque: con foco en la integración económica soberana, los derechos humanos y el ambientalismo regional. Su paso por Buenos Aires también incluyó un gesto cargado de simbolismo: la visita a la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner, actualmente bajo prisión domiciliaria, que reforzó su cercanía con los sectores progresistas de la región.

Ambos presidentes llegaron al mismo salón con posturas enfrentadas, pero con la necesidad común de no dinamitar el Mercosur.

El Mercosur ante un cambio de rumbo

Uno de los puntos más relevantes de esta cumbre fue el traspaso de la presidencia pro tempore del bloque de Argentina a Brasil. Si bien se trata de un procedimiento institucional habitual, en esta oportunidad tuvo una carga política especial: Milei deja el rol de coordinador en medio de un discurso crecientemente escéptico sobre la utilidad del bloque regional: Lula, en cambio, asume con el objetivo de revitalizarlo como herramienta de soberanía y multipolaridad.

La orientación del bloque parece moverse entre dos ejes: mientras que Argentina promueve una política exterior basada en acuerdos bilaterales, desregulación comercial y alineamiento con potencias anglosajonas, Brasil insiste en una estrategia multilateral, con mayor presencia estatal y mirada regionalista. La disputa no es menor: lo que está en juego es el alma misma del Mercosur.

El cara a cara entre el presidente argentino Javier Milei y el brasileño Luiz Inácio Lula da Silva condensó buena parte de las disputas actuales del sur: integración o fragmentación, soberanía o alineamiento, Estado o mercado.

Mercosur-EFTA: pacto estratégico en clave global

Uno de los anuncios destacados de la cumbre fue el cierre de negociaciones entre el Mercosur y la Asociación Europea de Libre Comercio (EFTA), integrada por Noruega, Suiza, Islandia y Liechtenstein. Este acuerdo, que involucra a más de 300 millones de personas y un PIB combinado de unos 4,3 billones de dólares, es visto como un paso crucial para relanzar la agenda externa del bloque.

En un contexto donde el tratado con la Unión Europea sigue estancado –principalmente por resistencias francesas vinculadas al capítulo ambiental–, el acuerdo con la EFTA permite al Mercosur posicionarse como interlocutor global alternativo, especialmente en un mundo que tiende a fragmentarse en bloques regionales. Para Lula, es también una carta para demostrar que la integración regional no es sinónimo de aislamiento. Para Milei, en cambio, representa una oportunidad comercial sin connotación ideológica, aunque ha intentado capitalizarla como logro propio.

La agenda económica interna no estuvo exenta de roces. Argentina solicitó ampliar el listado de excepciones arancelarias a 150 partidas, en un intento por proteger sectores clave de su golpeada industria local. La medida fue leída por algunos socios como una contradicción dentro del discurso liberal del presidente argentino, pero también como una señal de que incluso los gobiernos más ortodoxos recurren a mecanismos defensivos cuando su estructura productiva está en riesgo.

Brasil, por su parte, impulsa una revisión de los instrumentos del bloque para promover mayor armonización interna y consolidar tratados regionales e internacionales. Las diferencias no sólo son discursivas; reflejan modelos distintos de inserción internacional y una tensión entre el “sálvese quien pueda” y el “cooperar para crecer”.

¿Nuevo rumbo o fractura expuesta?

La entidad regional atraviesa una etapa compleja, marcada por la tensión entre su origen como proyecto de integración regional y las nuevas formas de pragmatismo nacionalista. La presidencia de Milei ha significado un distanciamiento del bloque, mientras que Lula intenta reencauzar hacia un modelo más cooperativo y sostenible. La firma del acuerdo con la EFTA, los debates sobre excepciones arancelarias y la presencia de figuras como Cristina Fernández reflejan que, más allá de las declaraciones, el Mercosur sigue siendo un campo de disputa.

El mundo multipolar que se esboza necesita bloques regionales sólidos. Pero también necesita una mirada común sobre el desarrollo, el ambiente, la justicia y la soberanía. La cumbre de Buenos Aires muestra que esta alianza sudamericana puede seguir siendo un actor relevante, aunque para eso deberá resolver sus contradicciones internas y elegir qué camino quiere recorrer: ¿será una herramienta de emancipación e integración o se encaminará a la fragmentación definitiva?

Joaquín Andrade Irisity es estudiante de Historia en el Instituto de Profesores Artigas.