Los cambios vertiginosos de los últimos 80 años han sido más acelerados que nuestra reflexión sobre ellos. En marzo de este año redactamos un texto mártir para disparar la reflexión y lo titulamos Turbulencias en el cambio de época porque de eso se trata, de un período de transición epocal. Creo que no nos equivocamos en el título.

Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, los cambios de base han sido profundos, acelerados, transversales y mundiales. En el origen se encuentran las revoluciones tecnológicas de la tercera y la cuarta revolución industrial (ahora la última en redespliegue digital con la inteligencia artificial) y también la transición energética en la que estamos inmersos. Dichas revoluciones tecnológicas fundaron un crecimiento espectacular de las fuerzas productivas y hondas transformaciones en todos los órdenes.

Como ya lo hemos expresado en otras notas, en el último medio siglo las revoluciones tecnológicas y las transformaciones mundiales se han producido bajo la hegemonía de la globalización neoliberal y el impulso de las empresas transnacionales, fundamentalmente financieras. En ese contexto se ha registrado un desarrollo desigual que ha impactado en la geopolítica planetaria y que se manifiesta como el declive de Occidente y el ascenso de China y los BRICS, es decir, los países del Sur global.

Este ascenso plantea un relevo de hegemones en el marco de una multipolaridad asimétrica. Pero como lo sostuviera el historiador británico Paul Kennedy en su obra Auge y caída de las grandes potencias, cuando esto sucede los que caen gastan más en “seguridad”, con lo cual “agravan su dilema a largo plazo”. Ahora Europa ha entrado, por ejemplo, en el “keynesianismo militar” del 5% del PIB.

En Occidente esta globalización neoliberal favoreció a las multinacionales como empresas y a la plutocracia del 1%, y en su interior la revolución digital colocó a las empresas tecnológicas nubelistas (capitalistas que basan su generación de capital en la nube) a la cabeza. Pero impactó negativamente en la vida y las expectativas de sectores sociales del Norte global, lo que, en hibridación con el declive geopolítico y geoeconómico, provocó una respuesta reactiva que se expresó políticamente hacia la derecha y la ultraderecha, a veces, aunque no siempre, como soberanismo, belicismo y antiwokismo, xenofobia, autoritarismo y crisis de la democracia liberal, encabezada por Estados Unidos, muy manipuladora de las informaciones y de los ciudadanos, con lo cual se sustituye la hegemonía en crisis, con el control persona a persona y con la polarización interna y externa contra enemigos más fabricados que reales.

En un mundo sin gobernabilidad planetaria, los problemas globales se profundizan: el multilateralismo y las Naciones Unidas se debilitan, la transición energética está dañada y algo por el estilo sucede con la pobreza en África, Asia y América Latina y el Caribe (ALC) y también en el interior de países desarrollados, en forma simultánea con un incremento irritante de la desigualdad y un exhibicionismo bochornoso de la riqueza.

Las relaciones sociales, a su vez, han sufrido una transformación prodigiosa en Occidente y más allá, que se expresa como ruptura de los tejidos sociales y como desagregación o crisis de los encuadres tradicionales. Pero esta no debe encararse con nostalgia retro ni atribuirse solamente al neoliberalismo, el que sin duda la ha radicalizado. En la base hay un cambio social y cultural más profundo.

La “diversificación, flexibilización e individualización de tareas”1 en el trabajo viene de lejos y se acumula ahora con la automatización y la inteligencia artificial. También el cambio de los vecindarios con el proceso de macrourbanización ha sido de larga duración y muy fuerte en ALC. En cambio, es más reciente el desarrollo de las redes sociales, de los prosumidores (productores y consumidores de comunicaciones) y la multiplicación de los canales de información y opinión en las plataformas y aplicaciones que han posibilitado esa diversificación e individualización.

Por su parte, la aceleración del tiempo, el presentismo del aquí y ahora, sumados a las sociedades de consumidores en las que se precarizan las relaciones con los objetos e interhumanas en las que insistió Zygmunt Bauman, tienen ya varias décadas.

La izquierda occidental y del norte perdió la brújula. No supo levantar una plataforma internacionalista, representar a su base social histórica.

El cambio en los valores sociales también presenta una cara emancipadora frente a los disciplinamientos religiosos, morales, territoriales, patriarcales o represivos, que no siempre hemos sabido interpretar desde la izquierda. Todo eso tiene su cara y su contracara. Individualización no es sinónimo necesariamente de individualismo. Constituye un territorio en disputa ideológica y cultural.

Ronald Inglehart2 elaboró su tesis sobre la modernización evolutiva de los valores en la posguerra, fundada en encuestas realizadas entre 1981 y 2014, que registran el aumento de la seguridad existencial en las sociedades industriales desarrolladas y el relevo de los valores tradicionales por los seculares y racionales, y posteriormente el desarrollo de las sociedades del capitalismo del conocimiento, que habrían permitido el tránsito de los valores de supervivencia a los de autoexpresión (que los movimientos sociales como el feminismo impulsaron fuertemente).

Creo que el notable politólogo estadounidense encontraría ahora que los perdedores de la globalización en el mundo desarrollado y miles de millones en los países pobres, jaqueados por el neoliberalismo globalizador y la incertidumbre, abonan movimientos reactivos que apelan a líderes autoritarios que prometen seguridad existencial pagando los peajes más duros (como Milei), participan en la desafección política y apoyan el populismo de derechas.

En este proceso de varias décadas la izquierda occidental y del norte perdió la brújula. No supo levantar una plataforma internacionalista, representar a su base social histórica y no solamente a los sectores sociales que habían adquirido nuevos valores y niveles educativos, no logró levantar plataformas antiplutocráticas sin perder el wokismo, coordinar acciones internacionales y acordar con los BRICS.

El progresismo latinoamericano en varios casos no incurrió en el error estratégico de la izquierda del Norte global. Pero convengamos que está muy desafiado por la primarización económica, la anemia de la integración regional, el despliegue geopolítico de Estados Unidos, la aguda crisis de la democracia liberal, el repliegue del Estado neoliberal periférico y el avance del narcotráfico y del crimen organizado. Por otra parte, la gran reserva en materia de producción de minerales, alimentos y agua no se hace valer para la diversificación productiva.

¿Qué hacer a nivel sudamericano? Practicar el no alineamiento, la no intervención y la defensa de la resolución pacífica de los conflictos; avanzar en la integración en la infraestructura física como los corredores bioceánicos (el primero se acaba de inaugurar entre Santos y Antofagasta) o la hidrovía Paraguay-Paraná; coordinar en relación con el combate al narcotráfico y al crimen organizado; cooperar en bioeconomía, en otras áreas científico-tecnológicas y en industrias y servicios.

Se trata de desarrollar desde la izquierda un proyecto con base en el crecimiento con distribución y participación, con una estrategia fundada en la competencia, tensión y cooperación del Estado fuerte, las empresas privadas innovadoras y el poder social desarrollado, cuidando y radicalizando la democracia liberal (a diferencia del iliberalismo), y sabiendo que la lucha ideológica con la derecha se da principalmente en la cultura. Esta debe tener en cuenta las nuevas tecnologías de la comunicación personalizada, que producen desintermediación y otra vinculación con los partidos políticos, así como fuertes anclajes en los territorios, de tal manera que sea posible encarar la cohesión social. Enorme desafío, por cierto, para una izquierda y un progresismo que necesitan repensarse con mucha modestia y trabajo.

Enrique Rubio fue senador del Frente Amplio y director de la Oficina de Planeamiento y Presupuesto.


  1. Arocena, R (2020). Para transformar la sociedad: las izquierdas democratizadoras de inspiración socialista. Clacso (pp. 71-72). 

  2. Inglehart, RF (2018). Cultural evolution: People’s motivations are changing, and reshaping the world. Cambridge University Press (p. 43). Roberto Elissalde me llamó la atención sobre sus trabajos.