Nadie puede discutir la importancia de sentirse incluido en un grupo, sea la familia, los amigos, el cuadro de fútbol, un lugar de trabajo, una nacionalidad, etcétera. Es natural que deseemos ser parte de la conversación, que nos inviten a eventos cuando sentimos afinidad por las personas integrantes del grupo, o sentir que pertenecemos a algo más grande que nosotros mismos. Sin embargo, el lenguaje utilizado por políticos y periodistas en los medios públicos parece ir en dirección contraria a esta tendencia, dejando fuera de sus referencias a personas que quizás no merezcan o quieran tal trato.
Cuantificadores y valor de verdad
En el idioma español contamos con cuantificadores que utilizamos delante de sustantivos o determinantes para especificar a qué proporción de una pluralidad nos estamos refiriendo. Por ejemplo, supongamos que nos encontramos ante una mesa llena de diarios esparcidos. Si quisiéramos que otra persona nos alcanzara un diario cualquiera, diríamos: “Alcanzame un diario”. Si quisiéramos que nos alcanzara un diario en particular y tuviéramos la posibilidad de señalar, diríamos: “Alcanzame ese diario” y lo apuntaríamos con el dedo; “alcanzame dos diarios”, “alcanzame todos los diarios”, “alcanzame algunos diarios”, etcétera. Ahora, si quisiéramos que nos alcanzara un diario específico que tenga una foto de –pongamos por caso– el Palacio Legislativo en la tapa, diríamos: “Alcanzame un diario que tenga la foto del Palacio en la tapa”. Ningún otro diario serviría en este caso, la referencia está acotada a un tipo particular. Desde el momento en que se especifica “que tiene la foto del Palacio en la tapa”, cualquier objeto que no cumpla ese requisito queda excluido de la selección.
Las oraciones y referencias tienen un valor de verdad. Por ejemplo, si yo digo “todos los gatos son insectos”, es claramente falso, aunque yo crea que es verdadero. Esta distinción no siempre es tan clara: por ejemplo, si dijera “todos los gatos son cariñosos”, yo estoy comprometido con lo que digo y seguro de eso dentro de mi experiencia; verificar su veracidad implicaría encontrar al menos un gato que no cumpla esa característica de ser cariñoso. Con eso bastaría para refutar mi proposición. Pero esto también implica otra cosa: si yo sostengo mi postura de que todos los gatos son cariñosos y alguien encuentra un gato que no lo sea, entonces, en mi lógica, ese animal no es un gato, pues no cumple con uno de los requisitos identitarios que yo considero que deben tener.
La exclusión en el lenguaje político
Tanto en entrevistas como en discursos públicos, es común que periodistas y políticos utilicen sustantivos como: “la gente”, “los uruguayos”, “las trabajadoras”, “la ciudadanía...”, etcétera. Estas expresiones son extremadamente excluyentes. Veamos por qué con algunos ejemplos reales.
El intendente electo de Lavalleja, Daniel Ximénez, al confirmarse su victoria, dijo que “algo cambió en Lavalleja, la gente quiere un cambio”. Recordemos que ese escrutinio terminó en victoria para Ximénez por sólo 95 votos. “La gente” es una referencia muy genérica; podemos asumir, en este caso, que se refiere a los y las habitantes de Lavalleja. Entonces, al decir que cualquiera que esté dentro de ese grupo “quiere un cambio” está implicando dos cosas: 1) todo integrante del grupo quiere un cambio y 2) cualquiera que no quiera un cambio no pertenece al grupo. Es decir, todo aquel que no votó a Ximénez queda por fuera de lo que él concibe como “la gente”.
En una entrevista, el periodista Ignacio Álvarez dijo con respecto a su posible vuelta a la televisión que no sabe cuándo, pero que va a volver “porque la gente lo pide”. ¿Quiénes componen el grupo “la gente” en este caso? Según él, lo componen personas que piden su vuelta a la televisión. Cualquiera que no lo haga no pertenece a ese grupo. De lo contrario, está faltando a la verdad, pues implicar a “la gente” sin dar precisiones es falso; lo sé porque yo no le pido que vuelva a la televisión y, aun así, me considero perteneciente al grupo “la gente”.
Escuchar a nuestros referentes políticos y mediáticos hablar en estos términos dicotómicos no colabora a mejorar la convivencia y el respeto por posturas u opiniones diferentes.
Durante la campaña para las elecciones nacionales de 2024, Laura Raffo dijo en una rueda de prensa: “Los uruguayos [...] están orgullosos de este gobierno”, en referencia a la gestión del expresidente Luis Lacalle Pou y la coalición. Al usar el artículo definido (los), Raffo incluye en su referencia a todos los que pertenezcan al grupo de uruguayos (y uruguayas, pero esa es otra discusión). Si ella consideraba su oración verdadera, que es razonable creer que sí, también considera verdadero que cualquiera que no esté orgulloso del gobierno no pertenece al grupo de uruguayos, pues de lo contrario no habría posibilidad de que su oración sea verdadera. Por otro lado, si ella fuera consciente de esto, estaría deliberadamente diciendo falsedades. Ninguna de esas opciones es muy favorable.
En marzo se presentó un nuevo partido liberal uruguayo, Plataforma por la Libertad, liderado por Fernando Doti; durante su discurso, el abogado dijo que “la igualdad ante la ley” es lo único que “los uruguayos de bien” le piden al Estado. ¿Qué significa ser parte de “los uruguayos de bien”? Para Doti, significa exigirle al Estado únicamente la igualdad ante la ley. Es decir, si se le exige algo más, no se cumple el requisito para pertenecer al grupo.
Recordemos también las nefastas palabras del senador Sebastián da Silva: “Hay un alambrado grande que divide a la gente de bien del Frente Amplio”. El ejemplo es grosero y no requiere análisis alguno.
La exclusión de la representatividad
Hasta ahora sólo me concentré en mostrar cómo el lenguaje utilizado por los políticos a menudo excluye a una gran parte de la población y genera las mismas divisiones que dicen querer evitar. Pero tiene otra implicancia aún más trascendente: creen que lo que ellos y sus correligionarios piensan es lo que todos piensan o deberían pensar. ¿Quién puede estar tan seguro de su opinión o postura como para alegar que será compartida por un grupo tan numeroso como “los uruguayos”?
Este tipo de discurso lleva a quien lo oye a pensar en términos binarios y sin matices. Son discursos violentos, aunque no lo parezcan: si estás de acuerdo, formás parte de “los uruguayos”; de lo contrario, quedás excluido del grupo. Es una forma de expresarse muy hostil, que no colabora –como dicen muchos políticos– con “generar unidad”. Al contrario, cualquiera que no piense u opine tal cosa está en su derecho de ofenderse si siente que alguien con poder le roba su identidad de uruguayo o uruguaya –o de gente–.
“Es una forma de decir”
Quizá se califique mi lectura como exagerada. Quizá se piense que la realidad es la que impone esa forma de expresarse, que estamos divididos y nuestro lenguaje es un reflejo inevitable de un contexto polarizado. Todo esto puede ser cierto, pero considero innegable que escuchar a nuestros referentes políticos y mediáticos hablar en estos términos dicotómicos no colabora a mejorar la convivencia y el respeto por posturas u opiniones diferentes.
Es posible expresar las mismas ideas utilizando expresiones menos extremas, que permitan al oyente escuchar sin tener que pararse de un lado u otro de las proverbiales veredas. En lugar de “la gente lo pide”, se puede decir “hay gente que lo pide”. “Los uruguayos” puede ser “una parte de los uruguayos”, “algunos uruguayos”, etcétera.
Es razonable exigirles más cuidado con su forma de hablar con el público a dirigentes políticos y periodistas. Ellos tienen la responsabilidad de hablar por nosotros en instancias representativas y comunicar eventos de relevancia para la vida pública. No es solamente “una forma de decir”: es el discurso que moldea nuestra realidad social, política y mediática, y debe ser tratado con el respeto que merece.
Francisco Villaverde es escritor y estudiante de Lingüística.