La “ventana de Overton” hace referencia a las posibles opiniones que se pueden manifestar en el espacio público sin que quien las exprese sea automáticamente descalificado. Lo que podríamos llamar “el debate del 1% al 1%”, impulsado por el PIT-CNT, logró instalar no sólo una discusión tributaria, sino –más importante– una discusión sobre la desigualdad. La ventana de Overton se abrió, entra aire al debate y hoy podemos hablar de impuestos y desigualdad sin ser condenados al ostracismo.
Una defensa obsoleta y una discusión sofisticada
El debate se inició, como era esperable, intentando descalificar de forma poco elegante la propuesta, como aquella viralizada respuesta de José López Mena que trató de “obsoleto” al planteo. El multicentimillonario dueño de Buquebus quedó rápidamente en offside cuando se hizo notar que, desde el Banco Mundial hasta el Fondo Monetario Internacional, pasando por la reciente carta de los siete premios Nobel o las recurrentes iniciativas de grupos de multimillonarios del mundo, se están planteando distintas variantes de esta idea.
Se intentaron respuestas aún más sorprendentes, como aquellas que señalaban que el debate del 1% al 1% era una especie de discusión de nicho. Otra, más reciente y llamativa, no refiere al impuesto, sino a que no se sabe qué hacer con lo recaudado, ignorando las toneladas de conocimiento acumulado en políticas públicas de combate a la pobreza. Apenas como una referencia, recordemos que invertir 1% del PIB en las transferencias monetarias ya existentes reduciría la pobreza monetaria infantil a la mitad.
Otra discusión fue la contraposición entre un nuevo impuesto a los ricos y la modificación del impuesto al patrimonio, algo artificial, considerando que nadie nunca planteó crear un nuevo impuesto. El debate gravitó siempre en torno a qué modificaciones deberían hacerse al impuesto al patrimonio de las personas físicas, ya existente y con más de medio siglo de historia, como nos recordaba Gustavo Viñales.1 La modificación del impuesto al patrimonio tiene mucho sentido como parte de una reforma de la reforma tributaria. Recordemos que la reforma fue tremendamente exitosa en moderar el crecimiento de los ingresos laborales altos y, por tanto, fue determinante de la espectacular caída de la desigualdad de 2008-2012. Sin embargo, la desigualdad cayó porque el 99% más pobre se hizo relativamente más homogéneo, mientras que el 1% (que concentra el patrimonio y los ingresos por capital) se mantuvo intacto, como señalaba Andrea Vigorito.2 Fortalecer el impuesto al patrimonio es parte, desde hace tiempo, de la agenda de una nueva reforma tributaria que Uruguay necesita.
Desde el Centro de Estudios para el Desarrollo se ensayaron varias líneas defensivas interesantes, referidas a los perjuicios de este tipo de impuestos, pero desactualizadas.3 La teoría económica solía establecer que los impuestos de este tipo eran “distorsivos” y que invariablemente generaban perjuicios para la economía. Hoy ya no resulta tan claro. La teoría actual no sólo establece que las “tasas óptimas” son mucho más altas que las que se aplican, sino además que este tipo de impuestos pueden promover una mejor asignación de recursos.4 Empíricamente, los trabajos recientes muestran que las “respuestas comportamentales” de los individuos tienen más que ver con lo que la gente dice que hace (evasión o elusión fiscal) que con lo que la gente efectivamente hace (invertir o ahorrar): las primeras respuestas son más sustantivas, pero no vuelven inviable técnicamente al impuesto; las segundas, que son las que importan para el crecimiento, son en general modestas.5
¿Quiere esto decir que ahora la literatura económica dice que los impuestos son inocuos y que uno puede hacer lo que quiera? No, en absoluto; la evidencia sigue siendo mixta. Hay que ser extremadamente cuidadosos y, sobre todo, no trasladar acríticamente resultados de estudios de otros países a la realidad uruguaya. Pero no es menos cierto que en 2025 ya no es posible ir a un seminario académico y afirmar, como si fuera una verdad autoevidente, que los impuestos son un problema para la economía sin presentar evidencia sustantiva. Ya no es 1995. Pero más importante aún: desde el punto de vista del crecimiento, pocos economistas podrían argumentar seriamente que el resultado neto de gravar al 1% y emplear esos recursos para políticas de infancia, con la abrumadora evidencia a disposición sobre el inmenso retorno económico que estas tienen, sería negativo. Desde el punto de vista estrictamente técnico, el binomio impuesto al 1%-políticas de infancia es muy sólido.
Desde aquellas primeras respuestas, el debate se ha ido sofisticando. Fabián Birnbaum, por ejemplo, plantea críticas técnicas atendibles;6 investigadores del Instituto de Economía de la Universidad de la República mostraron cómo el 1% es un grupo con características propias, con una visión más negativa del Estado y menor apoyo por la redistribución;7 tanto Pilar Manzi como investigadores de Facultad de Ciencias Sociales han cuestionado la idea de que la población (incluso las propias élites) esté monolíticamente en contra de un impuesto como el planteado, señalando que hay alianzas posibles y hasta electoralmente redituables;8 Serrana Delgado problematizó desde el punto de vista normativo la propia idea de “redistribución”;9 Marcos Otheguy subrayó la necesidad de plantear el debate en el plano ético ante un futuro de bajo crecimiento;10 y politólogos como Gerardo Caetano o Camila Zeballos han sostenido la importancia para las democracias de este tipo de controversias.11 El debate del 1% al 1% dejó ya de ser un aburrido diálogo de economistas y es ahora mucho más interesante que hace apenas unas semanas.
La pregunta correcta
Más allá del tema tributario, el debate del 1% al 1% permitió empezar a plantear la pregunta correcta. Natalia Uval la formuló breve y efectivamente cuando se preguntó en un debate televisivo: “¿Cuánta desigualdad estamos dispuestos a tolerar?”. Se trata de una pregunta importante, a la que el crecimiento no va a dar, no puede dar, una respuesta.
El debate del 1% al 1% terminó de destapar una discusión a gran escala sobre desigualdad, que se viene acumulando desde hace ya varios años. La pandemia nos reveló que la vulnerabilidad, que todos los estudios situaban en el entorno del 40% de la población,12 seguía allí intacta, con aquello de los 100.000 nuevos pobres durante el inicio de la crisis. Uruguay respondió tarde y mal a los desafíos sociales de este evento traumático, y fue de los países que más tarde lograron mejorar sus índices de pobreza y desigualdad, al punto que se viralizó que hasta 2023 el 95% de las personas todavía tenían menos ingresos que antes de la pandemia.13 Ese mismo año, el Ministerio de Desarrollo Social informó que el 15% de los hogares enfrentaba inseguridad alimentaria moderada o grave. A inicios de 2024 Fernando Esponda despabiló a buena parte de los lectores uruguayos con su “Interpelación del progreso”,14 con la que nos recordaba que, a pesar de las mejoras en variables tradicionales de bienestar social, había un proceso de desintegración social marcado que se expresaba en el aumento de personas presas y en situación de calle, homicidios y suicidios.
En 2025 la discusión distributiva explotó por todos lados. El Instituto Nacional de Estadística publicó en febrero los primeros datos oficiales de pobreza multidimensional, que la situaban en casi una quinta parte de los uruguayos; en mayo los datos con la nueva línea de pobreza monetaria revelaron que cerca de un tercio de los menores vivía en hogares pobres. El debate del 1% al 1% vino a arrojar luz sobre la otra cara de la moneda: al tiempo que observamos estos niveles dramáticos de pobreza, en Uruguay no sólo hay varios miles de millonarios, sino uruguayos con decenas, centenas e incluso más de mil millones de dólares de patrimonio. El 1% concentra entre un 35% y un 40% de la riqueza, mientras que el 50% más pobre combinado tiene como mucho un 3%. Como este debate nos muestra con creciente claridad, Uruguay tiene, a pesar del mantra que nos repetimos para encontrar la calma, un serio problema de desigualdad.
Este es el estado de cosas. La discusión sobre tributación y desigualdad está instalada, ese costo ya fue pagado. El gobierno cerró la puerta al debate del 1% al 1%, pero no dio un portazo. Tiene un programa ambicioso por delante, que incluye prioritariamente el combate a la pobreza infantil, pero no tiene recursos suficientes. No sería poco razonable que optara por no ponerse a la defensiva y, en su lugar, resolviera aprovechar este inesperado, pero necesario, aire que entra por la ventana (de Overton).
Mauricio de Rosa es economista.
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“El impuesto al patrimonio como herramienta contra la pobreza infantil”. la diaria, 31/7/2025. ↩
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“La desigualdad económica y las políticas redistributivas”. la diaria, 11/8/2025. ↩
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“No al impuesto a ‘los ricos’”. El País, 8/7/2025. ↩
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Ver en particular: Guvenen, F, Kambourov, G, Kuruscu, B, Ocampo, S, & Chen, D (2023). Use it or lose it: Efficiency and redistributional effects of wealth taxation. The Quarterly Journal of Economics. ↩
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Por un resumen de la evidencia reciente, ver Advani, A, & Tarrant, H. Behavioural responses to a wealth tax. Fiscal Studies, 2021. ↩
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“Impuesto a los ricos: el detrás de escena”, El País, 28/7/2025. ↩
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“El que come y no convida al impuesto no le da vida: en Uruguay el 1% más rico tiene menor preferencia por la redistribución”, la diaria, 9/8/2025. ↩
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“Impuesto a los superricos y políticas de primera infancia: ¿reclamar el crédito o evitar la culpa?”. la diaria, 30/7/2025; “Así, ¿quién quiere ser millonario?”, Razones y Personas, 29/7/2025. ↩
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“Impuestos, redistribución y agencia compartida”. la diaria, 2/8/2025. ↩
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“La fragilidad del bien y el 1% más rico de Uruguay”, la diaria, 9/8/2025. ↩
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“Gerardo Caetano, “En el civilizado Uruguay, hay un momento/o Milei”, la diaria, 25/7/2025; “Democracia ¿siempre y cuándo?”, la diaria, 28/8/2025. ↩
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Ver, por ejemplo, Alina Machado & Andrea Vigorito, “Pobreza, vulnerabilidad y desigualdades horizontales en la población adulta uruguaya”, Documentos de Trabajo Iecon, 2021. ↩
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Una recuperación desigual: masa salarial y distribución del ingreso después de la crisis. Blog del Departamento de Economía, FCEA, 17/9/2024. ↩
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“Interpelación del progreso: la paradoja del desarrollo uruguayo”, la diaria, 27/1/2024. ↩