Desde la derecha política, pero también desde ciertos sectores de izquierda, se sostiene que este gobierno no ha hecho lo suficiente en este breve período de tiempo que lleva la administración. Que no tiene rumbo.

La realidad dista mucho de esa percepción. No me refiero al listado de elementos que se ha manejado desde el gobierno como respuesta política. Que la Administración de los Servicios de Salud del Estado (ASSE) vuelva a tener medicamentos es relevante, muy relevante. Que exista una asistencia financiera a los niños al iniciar las clases es relevante, muy relevante. Son medidas de justicia social, sin dudas. No son ni demagógicas ni cuestionables.

A lo que apunto es a que no se puede dejar de considerar transformaciones relevantes en la marcha del país y su futuro. Desde mi punto de vista ha habido cambios sustanciales en la gestión de algunos puntos del quehacer gubernamental que están marcando un derrotero modernizador de nuestras políticas públicas.

Hace tiempo, mucho tiempo que el país habla de su inserción internacional sin que se haya obtenido resultados de significación en la materia. Hoy el país está trabajando en diferentes frentes, fruto de una cancillería profesional, para que se le abra a la brevedad al empresariado nacional una serie de nuevas oportunidades que nunca tuvo, con su consecuente creación de fuentes de trabajo y bienestar general.

La cancillería no bravuconea, pero trabaja. Porque el foco de su trabajo ha cambiado sustancialmente. No es una cancillería que haga política interna, sino que sabe que su trabajo es abrir el país al mundo, dentro de sus limitaciones, pero consciente de sus oportunidades. En los dos frentes, internacional y regional, se ven planteos que hacen una correcta interpretación de la situación y cómo servirse de ella para los mejores intereses del país.

Es cierto, por ejemplo, que con la reunión de los BRICS en Brasil los astros se alinearon y nuestro presidente pudo tener reuniones bilaterales con líderes de un mundo que para la opinión pública y la mayoría del empresariado luce remoto y difícil. Nombres como los de Narendra Modi, Pham Minh Chinh, Mostafa Madbuli y João Lourenço no nos dicen nada; sin embargo, son líderes de potencias comerciales o mercados de amplísimo potencial para nuestro intercambio. La cancillería ha puesto a nuestro presidente en contacto con todos ellos. Y, con él, al país. Establecer contacto directo con India, Vietnam, Egipto y la Unión Africana es un desafío enorme para la sociedad uruguaya.

La visita a Panamá y a la cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) nos permitió retornar al ámbito latinoamericano y nos sacaron del barrio y sus –a veces– mediocres vicisitudes, para ver una América Latina global.

La firma del instrumento de adhesión al Tratado de Amistad y Cooperación en el Sudeste Asiático, que nos pone en contacto con la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (Asean), y la intención de continuar con el ingreso de Uruguay al Acuerdo Amplio y Progresista de Asociación Transpacífico (CPTPP, por su sigla en inglés) no son hechos tan grandilocuentes como un tratado de libre comercio (TLC) con China, pero están a la mano y están en Asia-Pacífico, donde las tendencias muestran que se desarrolla el más creciente intercambio comercial del mundo. La cancillería comprende que Asia no es sólo China, lo que no implica que descuide a China, con el que desarrolla tratados sectoriales específicos y posibles. La participación de Uruguay en la feria de Osaka, Japón, completa el cuadro de vínculos de Uruguay con Asia.

En el plano regional del Mercosur, Uruguay abandonó la soberbia y entendió que las declaraciones comunes hay que firmarlas, que el papel en estos foros no es ser confrontativo para tener un impacto en la política interna, sino que se trata de defender los intereses del país para el mejor desarrollo de su comercio y el bienestar de su gente. ¿Cómo? Avanzando paso a paso, navegando las actuales desavenencias entre nuestros grandes socios comerciales para conseguir objetivos como la ampliación del listado de excepciones o la culminación del eternamente postergado tratado Mercosur-Unión Europea. En la última cumbre, en vez de amenazas de ruptura hubo muchas más convergencias de largo plazo, más allá de las presuntas diferencias ideológicas entre Brasil y Argentina. La diplomacia lleva tiempo y paciencia, y, sobre todo, sentido de la oportunidad.

La percepción de que en política internacional no entramos a la sala donde se deciden las cosas ni a servir el café es cierta, pero es un error, por ese motivo, transformarla en un tema de política interna, tensionando temas como la situación de Venezuela. Es inútil e innecesario ir a un foro internacional a intercambiar epítetos con el presidente de Cuba, Miguel Díaz-Canel, sin percibir que dichos foros son para promover el país y sus oportunidades de trabajo. Si no nos ven, tenemos que mostrarnos y acudir con el objetivo claro de para qué sirve una cancillería: para promover el comercio, el trabajo y el bienestar de su gente.

Ha habido cambios sustanciales en la gestión de algunos puntos del quehacer gubernamental que están marcando un derrotero modernizador de nuestras políticas públicas.

La dinámica de la cancillería es apabullante. Ha conseguido volver a poner al país en los foros internacionales, consciente de que, como señala la subsecretaria Valeria Csukasi, es un país de la periferia al que no conoce nadie y tiene que actuar con agilidad y destreza para colarse por todos los huecos por donde la realidad internacional le permita mostrarse, con su solidez institucional y logros sociales, como una voz de equilibrio, no de conflicto. India, China, Japón, el sudeste asiático, África, América Latina, el EFTA (Islandia, Liechtenstein, Noruega y Suiza) y la Unión Europea han sido nuestros interlocutores en estos cuatro meses; es realmente un esfuerzo gigantesco.

Las designaciones de Beatriz Argimón y Carolina Ache como embajadoras, junto con la promoción de Fernando Mattos para el Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura (IICA), son situaciones que demuestran que la cancillería es consciente de que la política exterior no es un botín de política interna, es un tema de Estado.

Todo esto es hacer mucho, introducir grandes cambios y hacerlo bien. La sociedad debe ser consciente de que se debe adaptar lo antes posible a las oportunidades que se están abriendo, estar preparada y aprovecharlas. Un mercado de 800 millones de personas puede ser bueno o malo para nosotros; de nosotros depende.

En segundo lugar, intentar alinear las políticas monetarias, la fiscal y la de ingresos va a tener el efecto de una definitiva consolidación de estabilidad macroeconómica.

Los dos anuncios públicos del equipo económico han sido del todo disruptivos en el sentido de modernizar y, para ello, introducir cambios en la política económica.

Las pautas salariales fueron un verdadero impacto para quienes deben negociarlas. El gobierno pauta novedosos criterios basados en la meta de inflación. Quedan atrás la inflación pasada, la esperada y cualquier otra estimación. La variable central a la que deben atenerse los negociadores es dicha meta. Y aun el eventual factor correctivo pasa a ser la inflación subyacente, menos volátil que la inflación general. Todo este combo tiene una intención desindexatoria. La negociación no asegura aumentos del salario real en forma de coeficiente fijo, sino que se producirán si se alcanza el objetivo de inflación, alineando así la política de ingresos. Es cierto que no se introduce una reforma laboral sustantiva que incluya la obsolescencia de las categorías laborales, flexibilidad de los mecanismos de contratación y despido, diferenciación por regiones con menor demanda de empleo o la introducción de la productividad por empresas como variable determinante. Es cierto que existe una tensión para la demanda de empleo en los sectores de más baja remuneración. Pero eso dependerá de la capacidad de los negociadores de no autoprovocarse situaciones no deseadas.

El segundo anuncio, que implica las modificaciones para ganar eficiencia del sector exportador a costa de sacrificios fiscales, derogando duplicaciones de controles, controles obsoletos, eliminando requisitos estatales que protegen al Estado de las pérdidas recaudatorias por inflación, junto con algunas medidas regulatorias que fomentan la competitividad en el sector importador, constituye una inducción a un cambio de conducta en los agentes para que se centren en la eficiencia. El Estado también se obliga a abandonar las protecciones indexadoras, lo que le va a exigir ser más eficiente. Y lo que resulta más saludable es el anuncio de que esto es una política de modernización estatal que debe y va a continuar, trabajando sobre la promoción de inversiones y dándole otra jerarquía a la Comisión de Defensa de la Competencia.

¿Es posible afirmar que el gobierno no tiene rumbo? Para nada. El rumbo modernizador está claro, en el marco de las restricciones fiscales heredadas y los consensos políticos alcanzables para un gobierno sin mayorías parlamentarias.

Pero aun así el gobierno desafía el statu quo con cambios que necesariamente van a requerir la adaptación de la sociedad civil, sobre todo sindicalistas y empresarios. Cambios que van a requerir la adaptación del propio Estado. El gobierno podrá abrir las puertas de la integración internacional y la modernización del Estado, pero quienes deben transitar por ellas serán el propio Estado, la sociedad civil y las corporaciones sindicales y empresariales.

Hay un rumbo posible. Y a todos les va a exigir cambios.

Raúl Labadía es empresario, publicista y coordinador del nodo temático Estado y Políticas Públicas de Fuerza Renovadora.